Mi nombre es José, pero no me llaman Pepe, soy un hombre de pocas palabras. Vengo de una familia compuesta por seis hombre y dos mujeres, todos superamos medio siglo de existencia. Las mujeres se ubicaron en los flancos y los hombres teníamos el equipo de fulbito completo. Me considero un hombre de suerte. En la vida es necesario un poco de suerte y ser agradecido. Soy católico por tradición más no por convicción. Sufrí una decepción cuando de niño vi al cura que predicaba el ayuno de viernes santo mientras se atragantaba con medio pollo, fue mi último día de monaguillo, suficiente para iniciarme de agnóstico. Mi padre fue un hombre de negocios sumamente religioso. Feliz de que en nuestra familia existiera el libre albedrio. Soy un guía de aventura y el primero de los hermanos que estuvo a punto de morir y no fue durante el desempeño de labores. En la vida todo es actitud, y esa proximidad con la muerte me hizo reconsiderar lo que es importante.
Soy un hombre cauto al que le gusta tomar riesgos para vivir aventuras. Tengo alma del profesor que va en búsqueda del conocimiento para compartirlo con quien esté dispuesto a escuchar. Me gusta leer y encuentro fascinante descubrir autores que logran emocionarme. Son pocos, pero los hay. Tengo sensibilidad y hubo veces que pedí disculpas a objetos materiales por expresarme mal de ellos. Mi padre tuvo éxito al manejar varios negocios, pero perdió el rumbo y consigo se fue el toque mágico. Acabo en la bancarrota, y como yo trabajaba para él y no contaba con estudios superiores, decidí viajar al Cusco y convertirme en Guía de Turismo. Aproveché la educación obtenida con los hermanos Maristas y mis conocimientos de inglés para reinventarme.
Conocí al Kamikase, uno de los guías más avezados para la práctica del canotaje en Cusco y con él hicimos primeros descensos. Ambos sobrevivimos para contarlo. Una lesión en la muñeca me hizo perder medio año de actividad y fue entonces cuando me inicie en el Senderismo. Me entrenaron los mejores y aprendí rápidamente. Tuve mil y una aventuras combinando dos pasiones, los ríos y las montañas.
Cuando finalmente superé mi timidez, tuve acceso a muchas mujeres. Existe cierta atracción del sexo opuesto hacia el oficio del guía. Después de muchos años de soltería, me enamoré finalmente. Mi esposa, Amy, fue una pasajera en el Camino Inca a Machupicchu. Decidió cambiar su vida en Manhattan por la ciudad del Cusco. Ella siempre comparó las montañas del Cusco con su paso por Boulder, Colorado donde realizó estudios, después de la caída de las torres gemelas se encontraba lista para abandonar la isla. Nos casamos, tuvimos una hija y se inició como Cónsul de los Estados Unidos encargada de solucionar problemas a visitantes norteamericanos. Los siguientes once años nos dedicamos a trabajar y criar a dos niñas. Ella había estado casada antes y llegó con un regalo.
Hasta que la tragedia se anuncia. Ella enfermó y estuvo en la lucha por tres largos años. Los últimos dos meses retornó a casa para morir junto a su familia. Un episodio de turbulencia la hizo trastabillar en el avión para caer y romperse la pelvis, fueron momentos dramáticos por los gestos de dolor. Nunca más pudo recuperarse. Empecé a escribir en el hospital como una forma de catarsis y pude caer en cuenta de que contaba con un talento escondido. Desde entonces escribo como hobby. Soy un autor y mi primer libro se denomina La Página en la Puerta, nombre de una biblioteca infantil creada por Amy para incentivar la lectura en los niños del barrio.