Para los limeños de cierta edad, el numeral y fracción conlleva a recordar el prostíbulo, bar y suites de encuentros sexuales con más fama en la historia de Lima, el kilómetro 5 ½ de la carretera central. Aunque no intento recrear este singular lugar, recordé algunas visitas.
Hace un par de meses me hallaba en Westchester, condado al norte del Bronx, durante las vacaciones de mi hija quien estudia en SUNY, grupo de universidades neoyorquinas, cuando irrumpió el golpe de Estado más descerebrado en la historia del Perú. Tras un frustrado intento de convertirse en dictador, seguidores del expresidente Castillo, un corrupto oportunista, inician una serie de protestas que ocasionan la represión y subsiguiente deceso de sesenta individuos; algunos inocentes en el lugar equivocado, pero la mayoría agitadores pagados para crear anarquía que a la larga perjudicó la imagen del país. Los turistas sintieron que el Perú era un destino peligroso y los guías, empresarios, porteadores o taxistas pagamos las consecuencias. Las reservas de viajes cayeron como castillos de naipes y mi deseo de retornar a trabajar como guía en Cusco, tuvo que ser postergado.
Tengo en Antonio un hermano que provee servicios en jardines de Fort Myers, Florida y, como en ocasiones me había invitado a trabajar para él, aproveché la coyuntura. Así, embarqué rumbo al sur en un viaje de dos días recorriendo siete estados y 1300 millas decidido a vender el auto al final del viaje, solo porque no encontraba donde dejarlo hibernar. El vetusto jeep, con múltiples achaques, había cumplido con creces y pasaría a otras manos. Antonio y familia habían sufrido los embates de Andrew meses atrás y se alejaban de fuentes de agua para evitar inundaciones. Él no cree que será su último huracán, pero va decidido a no enfrentarlo mientras la naturaleza siga herida. Así, bajo fuerte calor y humedad venían a mi mente las temperaturas tropicales durante mi etapa de guía naturalista en Manu, increíble, pero nos encontrábamos en invierno. Llegué un jueves a finales de febrero y me fui a descansar.
La alarma me sacude del sueño, todo está oscuro afuera. Café amargo y un opíparo desayuno, necesarios para el esfuerzo físico, comenta mi hermano, yo asiento y celebro. Aún en tinieblas, marchamos rumbo al almacén para enfrentar los trabajos del día. Tras los entrenamientos de rigor y practicas in situ, fui aquilatando el oficio de jardinero, actividad muy popular en Florida. Cortar el pasto, usar una extensión para cortar ramas y semillas, recoger la yerba mala, o plantar flores, son actividades rutinarias. Remover una palmera o colocar nuevo pasto sucede esporádicamente.
Antonio, un año menor que yo, fue mi compañero de habitación cuando niños, dentro de una numerosa familia, éramos el cuarto y quinto de ocho hermanos. Se casó muy joven y fue a vivir a los Estados Unidos. Como conocía poco sobre su vida, aprovechamos el tiempo para ponernos al día con remembranzas de los años maravillosos, gratos momentos para describir los caminos que la vida nos deparó. El primer día, me dio instrucciones y trabajamos juntos varias casas. El jardín que inicie fue un error, no estaba en su lista de clientes, felizmente solo perdí media hora. Tras los horrores que los novatos cometemos, fui adquiriendo confianza y me imbuí en la rutina mientras él se embarcaba en otros menesteres. Nuestro parecido físico confundía a los clientes, tuve algunas interesantes conversaciones sobre mi país y vi una oportunidad de negocio al descubrir sus deseos de visitarlo. Al final del día, Giovanna esposa de Antonio, nos recibía con una cena caliente y deliciosa.
Florida es la capital mundial del golf, no sé exactamente cuántos campos existen, pero los hay en todos lados. Los clientes de mi hermano vivían en condominios alrededor de campos de golf y fui espectador de algunos juegos. No sé qué los ponía nerviosos, pero el juego es mediocre, aunque las vestimentas brillen. Mi padre jugaba al golf y nunca encontré emoción en este deporte, aparte de ir al club para almorzar y beber. Pienso que los carros de golf han hecho perder trabajo a los caddies.
Algo que me sorprendió fue la Fauna en Florida. Existen muchas fuentes de agua artificiales con abundancia de águilas pescadoras, garzas, caimanes o patos culebra, recreándome con la vida silvestre mientras podaba el pasto. Me gusta la aventura y no le temo a las alturas, pero cuando mi hermano me dio el equipo para trepar arboles decidí convencerlo de que entrenáramos algún joven. Sé mis limitaciones.
De pronto la situación política había amainado y como tenía clientes para guiar en Cusco, era hora de partir. Coloqué un aviso de venta del jeep y la primera semana no hubo suerte, tuve que ajustar el precio para recibir una oferta. Un cubano recién llegado, mecánico de profesión, se enamoró del auto. Como allá en Cuba los autos son de los años sesenta, el modelo 1999 era moderno para él. Se tiró al piso y revisó el motor, comentando que le gustaba el hecho que no había lavado el carro ni el motor. Me pidió que describiera los defectos y le enumeré todos ellos. El principal problema era que las ventanas eléctricas a veces no funcionaban, y le di la solución: desconectar la batería cada vez que eso sucedía o comprar una computadora usada. Pidió una rebaja y se llevó el carro, yo feliz que cayera en buenas manos, como animal en adopción.
Mi hermano me llevó al aeropuerto de Fort Lauderdale para mi viaje a Lima, en total fueron cinco semanas y media en Florida. Mi próximo viaje es hacia Alaska, será como pasar de la sauna a la ducha española.