Un viaje al extranjero no es solo cambiar de país, sino también descubrirse a uno mismo en la diaria. Entre altibajos, risas y nostalgias, esta carta es una reflexión sobre los desafíos, aprendizajes y momentos de paz que trae consigo el meter una vida en 23 kg cerrarla y decir adiós al lugar que te vio crecer.
Mamá, estoy bien y sigo feliz. Claro, con algunos altibajos, pero eso es parte de esto, ¿no? Al menos así lo veo yo, o eso me hace creer la prima, que por cierto es una bendición, cruzada en el camino gracias a la abuela para acompañarme en esta travesía.
Hace un año te escribí hablando del otoño, poniéndome toda romántica, diciéndote que las flores florecen en esta época del año. Hoy me río de eso, porque en Malta, mamá, lo que menos hay son flores. Pero esa es la vida: nos encanta adornarla, llenarla de poesía para que duela un poco menos.
El año se pasó volando, y vos sabés que desde afuera se idealiza tanto esto de irse. Muchos piensan que vivir afuera es como estar en Disney, pero la realidad es que no es mejor ni peor que estar en Argentina, solo es diferente. Y lo distinto también está bien, mamá, pero lo aprendés sobre la marcha, cuando ya estás lejos, cuando la valija se cerró. Y si algo descubrí en este tiempo es que no se puede tener todo en la vida, pero hay que dar lo máximo posible para encontrar lo que a uno lo impulsa a ser la versión más completa de sí. ¿Me explico? Es como ir al gimnasio: levantás lo máximo que podés, probás tus límites, y una vez que sabés hasta dónde llegás, te manejás. Yo hice eso. Probé, y elegí. Elegí mi paz, esa que allá no encontraba. Pero no te voy a mentir, el precio fue alto. Me costó los mates con vos, las charlas interminables con el abuelo, los asados de los domingos, escuchar las patitas de Draqui correr por la casa, organizar un cabrito con los chicos, cruzar Córdoba para ver a Anyi… la lista es larga.
Ni los que muestran que vivir afuera es la panacea, ni los que se aferran a las costumbres como si fueran la única verdad son 100% felices. Muchas veces me pregunté si realmente vale la pena. Me encontraba dividida entre dos mundos: el que dejé atrás y el que, después de un año, recién ahora empiezo a entender. Me di cuenta de que la vida no se trata de idealizar, ni de pensar que la felicidad está garantizada en una foto o en una vida nueva en otro país. Tampoco está en quedarse, aferrándose a la rutina y las tradiciones como si eso fuera todo. La felicidad no es exclusiva de los que se van ni de los que se quedan. Todos luchamos con lo mismo, ya sea al otro lado del mundo o en la misma esquina de siempre.
Ay Marta, ¿sabés qué me pasa cuando te escribo? Me río. Y eso es raro, porque antes siempre me invadía la nostalgia cuando agarraba la lapicera. Pero ahora me sale una sonrisa. Creo que es porque estoy en paz, no me arrepiento de nada.
El trabajo fue otra montaña rusa. Al principio costó y muchas veces extrañé hasta aquello de lo que antes tanto me quejé. Sin embargo, hoy me encanta, aprendí a encontrarle el gusto a lo que tengo. La radio siempre va a tener un lugar enorme en mi corazón, bah, no la radio en sí, los chicos, las personas. Pero también es hermoso escucharlos algunas mañanas, mandarles tus mensajes, y que cuando alguno escribe después de semanas, se sienta que el tiempo no pasó, que todo sigue igual.
Hay tantas cosas que te contaría, tantas historias… ¡Ay, Martis! He tenido tantos días de paz, y aunque siguen apareciendo tormentas, aprendí que todo pasa. Siempre pasa. Aunque qué voy a decirte yo de eso, si vos mejor que nadie lo sabés.
Te soy honesta: ¡me muero por abrazarte! Volver del trabajo y que me hables durante horas mientras cebás unos mates, con Draqui correteando a nuestro alrededor. Y aunque la ausencia de esa calidez sea dura… también aprendí a esperar. A entender que cada cosa tiene su proceso. Que todo llega. Quizás no como lo imaginamos, pero llega. Y a veces, mucho mejor de lo que uno soñaba.
Postscript: Hace un año te escribí mirando el mar. Hoy te escribo desde un parque, a la sombra de un árbol. El paisaje cambió, como cambia la vida, Martita... que día a día me enamora un poquito más.