Boca de luz, lengua de sombras

(En torno al arte de la fotografía)

Boca de luz, lengua de sombras,
con signos propios constituyen su obra:
en un resquicio del espacio,
las partículas agitadas narran su historia.

A través de un ojal (cual poro de la piel)
se deslizan expansivos los colores,
creando un telar de sentidos indefinibles.
Entonces las escalas y las formas
irrumpen en la lente,
percuten en las superficies,
arrebatan a los objetos una parte de sí.

Aunque no anticipas el espectro de colores
ni dispones a voluntad texturas y proporciones,
nadas en el acuoso fluir instantáneo,
te hallas envuelto en el torrente de imágenes,
sigues su cauce, danzas con ellas.

Enseguida, eres un vidente
acompasado en plenitud con la escena,
auguras el momento de la revelación.
Presientes la llegada de un cometa luminoso
y tu mirada es médium de una lengua universal.

Boca de luz, lengua de sombras,
En un vórtice del tiempo
graban impetuosas su memoria.
Por un haz centelleante confinas al aura
donde el alma libará ambrosía inagotable.

Paula Bianni, donante

(Homenaje a la donación de sangre)

Un torrente de ríos carmesí recorre tu cuerpo.
¡Oh, mujer joven!, altiva,
desbordas vida una y mil veces
en rocíos, brisas sucesivas que se renuevan.

Tu sangre es mestiza, indígena y latina,
eres invocada tú, “pequeña luz”
para alumbrar la vida de otros.
Miradas enternecidas de desconocidos
te circundan y gratifican tu legado generoso.

La luz nunca tiene rostro, te impacta, se derrama,
te atraviesa con innumerables saetas solares
en una mañana de junio, o bien,
se desliza cálida y tímida
por la ventana de un cuarto de hospital.

Paula, en tus corpúsculos sanguíneos
florecen nuestros días.
Simultáneamente, los tiempos de tus ancestros cabalgan
en tus plaquetas, ellos te celebran
entre glóbulos blancos y rojos.

La risa estruendosa de tu infancia
está comprimida en diminutas esferas achatadas
que navegan por tus ríos,
y veloces, zarpan a través de una aguja de venopunción,
buscando el nuevo cuerpo que habitarán.

…En el antiguo jardín de tus bisabuelos,
un miedo se disipa y veintidós chicozapotes dan fruto.

### El espíritu y la razón

Cuando comenzamos a caminar juntos
cruzamos senderos inhóspitos,
nos asomamos a los propios abismos
y unimos las voluntades del espíritu y la razón.

Mientras tanto, una lluvia torrencial nos envolvía,
aun estando cerca miraba tu rostro como desfigurado,
las palabras se hicieron ruidos,
y los colores,
nada.

El mundo se desvanecía en un incalculable estruendo,
nuestra existencia terminó solo en un momento.
Para entonces, habíamos borrado la distancia.

Canto a la claridad

(Celebración de Toledo)

Una vez nos dijimos:
deseo que prefieras quedarte,
para que te cuide el resto de la noche.
¡Que después no te encuentres en la faz de la tierra!
y emprendas una travesía por horas,
navegando por las sinuosidades del río Tajo,
sin pensar, con un gesto desarticulado,
y que tu cuerpo liviano se acomode perfectamente
en un cálido abrazo con el mío.
Que mi cavidad reconforte el resto de tus noches
custodiadas por la tapia de mi viña.

Que te vuelvas tan transparente
hasta filtrarse, a través de ti,
la refulgencia del alba
acariciando tus cornisas
como a la Puerta del Sol,
y que la luz de la luna al anochecer
ornamente el alféizar de tu torre.
Deseo que siempre nos encontremos,
ya sea con la mirada o a tientas.

Quisiera que mires hacia arriba
y te busques en las nubes,
para después volver a nuestro abrazo,
a nuestra guarida del mundo
que está ceñida por vallas labradas en mudéjar,
en la cual todo existe
y todo tiene que ser inventado.

Nuestro tiempo es la vida misma,
tú resplandeces con el sol naciente desde tu pecho.
Nuestra dicha es comprendernos en los actos simples y plenos.

Nos encontramos en la misma desnudez
que toda la creación.
Buscamos la luz solar, amplia y extensa
sobre el Alcázar de Toledo.
Sentimos con la verdadera confianza y serenidad del infinito.

Teñimos con todos los colores nuestros días,
para encontrarnos en cada pincelada, en cada nota,
en las palabras que tejen los atardeceres,
en los arcos de herradura tapizados
de perennes follajes arabescos.

Escribimos en lenguas que no existen todavía,
pero conocemos desde siempre,
Pues se hallan cifradas en las bóvedas
de la Mezquita del Cristo de la Luz.

Queremos leernos y desentrañarnos,
para después enmudecer de misterio.
Nos percatamos de que el propio misterio es el camino
donde se define el nacimiento
de aquellas lenguas inexistentes
para nombrar lo inefable.