Los carlistas llevaban siempre, pegado a la piel, un escapulario que decía: “Detente, bala”.
Carl Gustav Jung le dijo a una de sus pacientes fundamentales, Christiana Morgan, que debía elegir entre criar/ crear niños y criar/crear hombres.
María Teresa León y Maruja Mallo murieron en el mismo geriátrico siniestro.
Fidel Castro sufrió 638 intentos de asesinato.
Oscar Kokoschka estaba tan obsesionado por Alma Mahler que encargó una muñeca idéntica a ella con la que invitaba a sus amigos a tomar el té y paseaba por Viena.
He intentado el olvido-amnesia como protección frente a lo que no estoy dispuesta a reconocer. He intentado el silencio como ingenua herramienta de salvación. He querido construir mi espacio esterilizado y poblarlo de amigos y de libros. Pero no valgo para las aventuras ni valgo para el síndrome del “como si”. La memoria se resetea y reconfigura a cada rato.
Cuando veo muerte cerca pido morfina para el moribundo. Observar los efectos de la sedación real me hace buscar, todavía más, el adormecimiento simbólico frente al dolor.
Sus frases me resultaban tan sonoras y tan bellas que no creía que las acabara de inventar para mí, sino que llevaban años en su catálogo habitual de usos amorosos. Un mero atrezo para su vida de poeta enamorado del amor, no de mí; de la mujer en abstracto, no de mí; de la belleza proporcionada, no de mí. De la idea de follar bien o coger rico, no de follar bien o coger rico conmigo.
Ser cursi y autoirónica, en ese orden, me parece una excelente manera de mirar: dejarse ir primero, no perdonarse una después.
Un niño que se despierta de noche, con tres años, y susurra “hay sueños en este cuarto”. Los motivos recurrentes marcan mi biografía. Intento salir de esa predeterminación y acabo con una deliciosa ensalada de escritores, diplomáticos, infieles, letraheridos, acentos cantarines, suicidas, hijas sin madre y mudanzas.
El día 14 de mayo celebrábamos tus 40 años con una extraña calma y un extraño entusiasmo. Tanta vida a tus espaldas y tantos pedazos de existencia entrelazada y picos de felicidad que camuflaban todos los silencios y las huidas. En la cena deliciosa queríamos ver solo lo colorido, lo emocionante. Yo pasaba por encima de mucho dolor y de la incomunicación que nos había separado todos esos años. Quería esquilmar a mi memoria todas nuestras perversiones. Y ver solo tu excitación y la suerte de ese deseo no gastado, del deseo que todavía nos quedaba. La vida, la vida. De pronto, esa llamada de larga distancia, con la voz entrecortada de mi querida amiga que solo atinaba a decir: “se mató, se mató, se mató”, ¿tú crees que pensaba en mí mientras lo hacía? Su marido, tu hermano, se acababa de arrojar por la ventana.
En realidad, no querría recuperar nada de ese tiempo caótico. Lo que me gusta es saborear la intensidad de todo lo vivido, incluso recrearme en el regustillo agrio del dolor. Recrearme en la retórica de la transigencia, del todo vale.
Me gusta reconocer que amaba su talento literario y su voz poética genial. Esa que lo separaba de toda su generación y lo situaba en otro sitio; en diferentes búsquedas y en certeros hallazgos. Esos textos suyos deliciosamente fronterizos y sucios; tan cantarines que se nos metían a todos los lectores hasta el tuétano. No niego que mi pulsión narcisista gozaba, con orgullo, la idea de que su voz literaria se hacía real conmigo y sus escenas eróticas ganaban intensidad en mi cama.
Los dos cobardes medulares y ambos valientes en su nicho: uno en el amor trepidante, el otro en su presencia poética y en su capacidad multiplicadora. Ambos hombres casi infinitos y, por lo tanto, demasiado peligrosos. Bolaño decía que el individuo no tiene elección: es asesino o detective.
“No se conocen personas como usted más que una vez por infancia”, me dijo el muy hijo de puta la primera noche que estuvimos a solas cuando, de manera muy caballerosa, me dejó en la puerta de mi casa y pareciera que habíamos llegado hasta allí en coche de caballos.
Toda una vida buscando el amor inmenso en ellos dos sin darme cuenta de que lo que necesito es el amor completo, sin ellos dos.
Hay 176 maneras diferentes de ser borderline.
La muerte de mi padre me nubla. En el difícil duelo de las heridas abiertas, de todas las palabras no dichas, de todos los rencores presentes se me ocurre que le voy a seguir escribiendo correos electrónicos en presente. Es la manera que tengo para convencerme de que el amor no se detiene. Así que no me deis malas noticias, quedaos quietos una temporada, y concededme una pequeña tregua: no puedo imaginar que más dolor quepa.
Y no fue fácil convivir con aquella fantasía suya en la que creía desvirgarme cada mañana. El amor me lleva al grado máximo de vulnerabilidad.
Notas
"Números 1": Cualquier sospecha resulta inútil.