En el transcurso de nuestras vidas, escuchamos historias que nos cuentan para transmitirnos experiencias, valores, ideas y fantasías. Los padres son nuestros primeros guías y patrones de identidad, seres divinos hasta la adolescencia. Así construimos el mundo dándole significado, creando arquetipos y desarrollando nuestra capacidad de abstracción. Luego, a medida que crecemos, aparecen las vivencias y mitos que nos transmiten familiares, amigos, compañeros, y gente que vamos conociendo en el viaje. Aprendemos a distinguir la mentira de la verdad, a mentir y omitir cuando es necesario. “No hay hechos, sólo interpretaciones”.
Algunos relatos son trascendentes, nos dejan enseñanzas o moralejas, y otros se olvidan. Pero hay algunos que permanecen más nítidos por lo extraordinario de su naturaleza. A veces son contradictorios o fantásticos. Este es uno de esos que merece ser contado. Es una historia absurda, la cual me sorprendió, pero conociendo a la protagonista, más los personajes que participaron, el contexto, el alcohol y los estímulos consumidos en esa reunión, finalmente desataron el conflicto… Era creíble. En una fiesta sueles pasarlo bien, o como en este caso puedes terminar en un ejercicio dialéctico desagradable. Le puede suceder a cualquiera, a ti o a mí. En este escenario, tu destino dependerá de la suerte, del lado en el que estés, de los actores y de tus decisiones. Serás espectador, víctima o victimario. Es un reality sin cámaras.
Hace unos años me reencontré con una vieja amiga, Eva Navarro, nos comunicamos antes de su viaje a Madrid y quedamos de vernos cuando viniese. Nos juntamos en la salida del metro Mar de Cristal y nos fuimos a mi casa donde nos esperaban mi salsa especial de pesto rojo, ravioles, una jarra con agua, hielo y limón, y té con jengibre fresco. La mesa estaba puesta. Yo tenía unos porros recreativos para compartir con mi invitada para el aperitivo y la sobremesa. Hablamos de muchas cosas esa tarde, le mostré algunas series fotográficas y nos pusimos al día. En el balcón mientras fumábamos me invitó a juntarme con un grupo de artistas LGTBIQA+ dedicados a las performances y otros campos de las artes. Decliné la invitación y le dije que tenía que seguir editando, siempre tengo trabajo pendiente.
-Lo entiendo, luego si quieres te puedes juntar con nosotros, son artistas activos que están bien relacionados.
-Te lo agradezco, pero el proceso de revelado fotográfico para mi es lento, en comparación con mi velocidad de captura. Unos días haciendo fotografías me puede tomar mucho tiempo de edición. Y necesito estar concentrado para no romper la continuidad, que es lo que nos cuesta a todos.
-Estoy en conversaciones con una curadora para exponer en El Reina Sofía, tengo mi trayectoria y creo que me merezco exponer ahí, por eso son importantes los contactos para tener voz y ser legitimado en el arte, y para eso hay que pertenecer y defender a las minorías, y colectivos amenazados.
Y sentenció.
-No estamos solos. Todo arte es político.
A lo que respondí.
-Para mí el arte no es político, no me motiva lo político, sino que me mueve mi intuición, la estética, el ser, la condición del ser humano, su presencia, ausencia o huella.
-Eso es político, no se puede dividir al ser de la política.
-En la obra de Picasso no todo es el Guernica, tiene diferentes periodos y estilos, que pueden ser más internos o externos, no están subyugados por una causa revolucionaria.
-Política, finalmente el medio se rige por ella y determina nuestra condición. Las vanguardias rompen el statu quo, ese es su fin.
-El arte es libre, puede romper o denunciar su entorno, no tiene como fin hacer proselitismo dogmático de algún partido o colectivo. El arte es más elevado cuando no se realiza por encargo político o religioso. El arte político militante es doctrinario y servil, el fin del arte es ser libre.
-¿Y qué pasa con la visibilización de las minorías y la opresión del capitalismo sobre nosotros? es parte de mi causa y la de muchos mostrar sus vidas, denunciar sus desigualdades, defender y conseguir más derechos. Son nutrientes de nuestro acervo cultural, el ser colectivo, del imaginario. No se puede vivir sin utopías, hay que despertar desde el pueblo y alertarlo.
-Está bien esa lucha, pero lo veo más sociológico que una obra de arte en sí. No me gusta ser panfletario. Tengo mi postura, se lo que no me gusta. Nunca estaré a favor de la opresión, pero jamás seré militante, puedo cambiar de opinión porque he reflexionado y puesto en cuestionamiento mis propios principios. Si no te gustan tengo otros… jajaja.
-Fuera de broma, no se puede decorar la pobreza y la marginalidad de ciertos grupos de la población por ser diferentes y sin oportunidades, es así, miserable. El medio es el mensaje, eso hago con mis performances.
-Pero esa es tu motivación, no la de todos. También se puede retratar la pobreza interna de los ricos o los árboles desnudos en invierno. Respeto tu opinión, pero tengo la mía. En fin, ¿un poco más de té?
Bebimos té, continuamos fumando unas espesas bocanadas, y me preguntó por Alex, un amigo en común. Le conté que estaba casado con una Austriaca, tenía una hija y que vivía en Dubái.
-No me lo imagino casado. Como es, no le va a durar mucho, es muy loco.
-No, si ahora está super bien. Sentó cabeza con el matrimonio. Vive como un pachá en su califato. Se enamoró, vive en Las mil y una noches, en el desierto.
-Será Alibaba el califa, pero gordo. Me da igual, ya dejé mi patrón masoquista.
Con cara de que no le importaba ese viejo amor, mientras encajaba el golpe y le daba una nueva calada al porro, desvió la conversación de él a ella. Me habló sobre algunas de sus relaciones amorosas fallidas, sus vivencias en otros países y de sus publicaciones. Reconstruimos años de caminos transitados por separado.
Revisando unas fotografías del año 2019, encontré una carpeta con fotos hechas con el teléfono donde aparecemos con Eva, en su visita a Madrid. La conocí cuando estudiábamos periodismo en distintas universidades, ella en la Universidad de Chile y yo en la Universidad Arcis.
Era invierno y yo vivía hace un par de meses en la casa de mi amigo, Lucas, que me recibió cuando mi familia se fue a vivir a Reñaca. La casa estaba en mi barrio de toda la vida, la Chimba, en los faldeos del cerro Tupahue. Era una casa grande de dos plantas, de los años 60, oblonga, con un jardín interior. Arriba había tres habitaciones con un solo balcón que los unificaban. Tenía vistas a La Virgen, era la proa de un barco con barandas y vistas al cerro San Cristóbal. Abajo había tres habitaciones, una cocina y otro baño.
Cuando llegué a su casa, medio aturdido por el cambio, acepté lo que me propuso Lucas, que nos fuéramos a vivir al piso de abajo, al cuarto oscuro, el único sin luz natural de la casa, porque la planta de arriba, las del barco, estaba en obra por la construcción de un baño. Aun así, era nuestro lugar de reunión con los amigos.
Fueron tiempos extraños, de mucha literatura, poesía e historia del arte. Vivíamos en una cripta de techos altos de unos 15 metros cuadrados de pura paranoia para el que no estuviese preparado, que desconfiará de su juicio con la realidad. En la casa vivían su abuela, su madre y su tía Rebeca. Ella era una figura extremadamente delgada, un espectro que deambulaba con su bata celeste acolchada arrastrando sus pies por la casa, hasta llegar al patio donde fumaba con sus manos huesudas. El humo iba entrando y saliendo lentamente de su cuerpo. Tras cada calada miraba al cielo con sus ojos, tenía glaucoma avanzado. Me preguntaba qué miraba, me imagino que, aunque fuese una imagen difusa, buscaba la luz.
El cuarto donde dormíamos tenía dos camas, encima de ellas, había un cuadro cuya tela estaba envejecida por el paso del tiempo. Era de dos metros y medio por un metro y medio, La Vida, que pintó mi padre en los años 70. Era una pintura figurativa, un dibujo hecho con un pincel mediano a mano alzada, con colores ocres. La figura de la trinidad, el padre, la madre y el hijo. Están al lado derecho, desnudos, sentados dentro de una caverna, confrontados con la muerte que está a la izquierda. Es un esqueleto recostado sobre un manto, que extiende su brazo de hueso pulido hacia la familia. En el centro, entre esta y la muerte, hay un vacío donde nace un nuevo ser, que extiende sus brazos hacia el exterior, cerrando el ciclo.
Una tarde, dividida entre estudiar, escribir y leer, aparecen en sincronía con lo que leía, Justine o las desventuras de la virtud, Eva con Lucas a las 17:35 h. Recuerdo la hora, por el reloj Sanyo de los años 80, que me dejó mi madre, el que estaba en mi velador, junto a los libros, cuadernos y la lámpara. En este cuarto era siempre de noche, como el tiempo en el espacio, relativo en esta cápsula. Tuvimos una conversación escueta, Eva estaba un poco incómoda, Lucas me dijo “voy a apagar la luz” y me guiñó el ojo. Eva aceptó y a mi lado tuvieron sexo. Lucas prendía la luz de vez en cuando para que viera lo que sucedía. Luchaban por el interruptor, Eva apaga y Lucas encendía, eran flashes estereoscópicos de un cortometraje de autor underground. Así lo recuerdo, hasta que me fui al comedor para quitarme la ceguera de los flashes y que pudieran terminar lo que comenzaron tranquilamente sin mí.
Con Eva, a lo largo de los años, nuestros caminos se cruzaron muchas veces. Estuvimos en inauguraciones, fiestas, y conciertos. Almorzábamos juntos en algún restaurante, en las cocinerías de la Vega o el Mercado Central, hasta al cine fuimos. Tuvo un romance tórrido e intermitente con Alex. Cuando estaban arriba de la pelota eran amantes etílicos y compañeros, en la sobriedad no les iba tan bien. Fuimos vecinos en la calle Loreto, compartimos vidas puerta con puerta. Luego ella se cambió a otro barrio. Seguimos viéndonos cuando se mudó. Me acuerdo que participó activamente en mi fiesta de despedida junto a otros buenos amigos porque me iba a estudiar a Barcelona. En la distancia nos escribíamos y a veces la llamaba por teléfono con una lata de cerveza para conversar lo que me durara esta, desde un locutorio pakistaní en el barrio del Raval. Estábamos conectados, hasta aquí todo era buena onda positivo.
Al volver a Chile por primera vez de España, el año 2003, seguíamos siendo buenos amigos, teníamos confianza al punto que compartimos el arriendo de una casa en el Barrio Bellavista, que estaba dividida en dos plantas en una esquina de Santa Filomena. En el primer piso había una zapatería, un almacén y una botillería. Nosotros vivíamos en el segundo piso. La puerta de entrada de la casa era color rojo decolorado por el sol y las estaciones. Habían escrito en ella Hardcore con plumón negro. Alcance a vivir intermitente los tres meses de verano, más bien fueron semanas porque estuve viajando por el sur, los lagos y el litoral central de Chile para terminar en Buenos Aires, iba y volvía. Al volver a la rutina de marzo comenzó el calvario de la convivencia.
Cuando cerré la puerta por última vez, tomé un rotulador grande y escribí Hotel bajo la palabra Hardcore. Hardcore Hotel resumía mi experiencia en ese lugar, una temporada en el infierno. Al entregarle las llaves de la casa, me despedí con estas palabras.
-Ha sido un verdadero desagrado vivir contigo.
-Lo mismo digo. Te puse una orden precautoria en los pacos, por si me haces algo.
-Llámalos, que vengan loca. ¿Por qué no los llamaste cuando te pegó Alex y terminaron tirando? A ti te gusta el juego del amo y el esclavo, pero a mí no, yo no soy tu esclavo y no quiero ser tu amo.
-Así era nuestra relación con Alex y no te tengo que dar explicaciones. Pero hazme algo y llamo ahora mismo a los pacos.
-Eso te gustaría, no voy a caer en tu juego. Todas tus acciones altruistas son motivadas por el poder contra el que supuestamente te rebelas, pero en el fondo te gustaría tener el poder. Te pones la máscara de proleta, contra el establishment y la opresión del huinca oligarca y eres una burguesa, con departamento propio.
-Veo cierto resentimiento, será mejor que te calles y te vayas de una vez.
-Eso estoy haciendo. Yo conseguí esta casa y me estas echando, además casi no he estado acá, y en mi ausencia dejas que otros se acuesten en mi cama a tirar.
-¿Y tú, todas las minas que traes? Supe que trajiste a Dafne y Marcela.
-¿Qué tiene? Mientras no ocupe tu cama todo bien. Qué culpa tengo que se hayan acostado con Alex. Además, qué te importa, él ya volvió a isla y si no te pesca no es mi problema.
-Es contigo el tema y no con él, hay reglas y te lo dije de un principio.
-La única regla que conozco de ti es la del embudo y la lista negra de mujeres que no pueden entrar porque se han acostado con Alex.
-Le recuerdo que yo pago más que tú y el contrato está a mi nombre.
-Yo te pagué lo que acordamos, proporcional al espacio que usé. Tú firmaste el contrato porque tienes una propiedad y un contrato de trabajo de un periódico que tú reniegas. Estudiaste en un colegio privado de monjas, terminaste la universidad sin tener que pagar el crédito universitario. ¿Qué tienes de proletaria? Te comportaste como déspota “patrón de fundo” de la colonia. Y me trataste como un campesino al cual oprimir. Hasta nunca.
El límite es la dignidad, no seguí escuchando su discurso acre que se fue desvaneciendo en la medida que bajaba los peldaños de la larga escalera, y me liberaba de su yugo abriendo la puerta para no volver. Me fui en una camioneta con mis cosas rumbo a casa de Coco. En otra ocasión hablaré de esa historia. La convivencia con Eva terminó pésima. La relación se tornó tóxica, la desconocía. Sus paranoias, abusos, tiranías, y sus continuos hostigamientos buscando el conflicto finalizaron nuestra amistad.
Años después, cuando yo ya vivía en Madrid, se comunicó conmigo por el extinto Messenger. Me pidió disculpas a grandes rasgos como si los detalles que tuvo conmigo, fueran parte de un todo difuso por las circunstancias, la coyuntura, los astros, el cambio climático, todo se reducía a que eran unos años en que estábamos todos muy locos, bla, bla, bla. Acepté las disculpas, no soy rencoroso, no quise ahondar en las cicatrices, en los episodios donde Pinochet era un cura bonachón de una novela costumbrista al lado de su sombra. Nada volvería a ser igual entre nosotros. El corazón de plomo aún palpita, le queda perdón. Con esto no quiero decir que soy o he sido un santo, ni lo opuesto, porque los caminos del señor son inescrutables.
De vuelta a Madrid en el año 2019, que es el origen de este relato, en el almuerzo que tuvimos en casa mientras conversábamos del pasado, presente y futuro. Me contó que llevaba 4 años sin beber alcohol, qué había puesto el corcho en su vida. Después de varios intentos lo había conseguido. Le respondí que estábamos en la misma sintonía, pero yo hace menos tiempo. ¿Nuestras vidas de disolutos habían quedado atrás? La flor muere, mas el rizoma permanece.
Continuamos comiendo y me dijo que estaba haciendo una excepción por mí, porque no comía gluten y me habló de los beneficios de no comerlo. No presté mucha atención, no es un tema que me interese mucho, no soy celíaco.
-Ancestralmente el ser humano no está preparado…
Me contó de su participación en la Bienal de Sao Paulo, que ha publicado en varios países. Se compró una casa de dos pisos en Valparaíso. La había convertido en una Casa Taller donde comparte e intercambia experiencias con otros artistas residentes o de paso, realiza talleres especializados con ellos y los suyos. Además, arrendaba algunas habitaciones para ser autosuficiente. Me dijo que tenía problemas con sus vecinos, que vivían sobre ella, en el cerro, quienes le tiraban escombros de sus reformas. Hecho que había denunciado a la policía varias veces sin obtener resultados. A propósito de construcciones.
-En un viaje a Hong Kong, vi andamiajes gigantescos hechos de bambú que cubrían los rascacielos.
Ella me interrumpe y no me deja terminar la historia para contarme la suya. De una fiesta en Valparaíso a la que fue con unas amigas del Colectivo Vecinal Feminista. La habían convencido después de una reunión, de ir a una gran fiesta en casa de una pareja que eran vecinos del barrio. Primero se excusó diciendo que no estaba bebiendo y que no soportaba a los borrachos por experiencia propia. La terminan convenciendo y que puede tomar lo que ella quiera y si se aburre se puede ir. La animan para que vaya un rato y le dicen que también hay minos heteros bien simpáticos, lo dicen para tentarla.
-Habrá buen ambiente compañera. Uno nunca sabe dónde una va a encontrar el amor.
-Voy a ir, pero solo por un rato y no estoy buscando a mi príncipe, en todo caso.
Eva con tres de sus compañeras vecinales, suben desde el plan hacia el cerro Concepción hasta la casa de la fiesta. Era una casa antigua, grande, en la tercera planta de una construcción de mediados del siglo XX, reformada con las maderas de puertas y vigas pulidas, paredes pintadas de un amarillo suave. Un salón grande con la cocina incorporada, era un espacio amplio. Hacia afuera estaba tan oscuro que no se diferenciaba el cielo del mar, solo se veían las luces de las calles y los barcos a la gira. Había unas 20 personas divididas en grupos. Al llegar la presentaron y le ofrecieron una copa de vino, pero dijo que prefería un té o agua.
-Qué tímida, si no te vamos a comer, ¡pásalo bien!
La música ochentera suena fuerte, el humo se filtra en las pocas lámparas. Se podía fumar o consumir la droga que uno quisiera, había libre albedrío. Algunos más discretos se iban a un baño o un cuarto para esnifar. Eva fumó un poco de marihuana que circulaba entre sus amigas y bailó con ellas, para eso no necesita alcohol. Sus amigas sí bebían tranquilamente.
Después de bailar un buen rato liberando tensiones, se hace una pausa en el cambio de música, algunos conversan sentados en un juego de sofás antiguos con patas de madera y toques rococó en la ebanistería y tapicería desgastada. El juego de sofás estaba en la casa cuando la compraron, con la promesa pendiente de restaurarlos en algún momento. Le dan un aspecto palaciego con una pátina y dignidad decadente al lugar.
Los que estaban bailando se acercan a la mesa de las bebidas que está al lado del refrigerador, hay vasos, cervezas, vinos, destilados, y un poco hielo que flota en la cubetera. La mesa está bajo la ventana desde donde se puede ver el puerto, ha comenzado a llover, la lluvia se balancea con el viento.
Todos conversan y se ríen hasta la llegada de Gonzalo y Víctor, dos seres nocturnos, un par de flacos muy parecidos en estilo y contenido, vestidos con abrigos largos, las caras brillantes de sudor y un color pálido, con el pelo revuelto y las narices un poco roja, con romadizo boliviano. Venían, con un par de días de juerga o bajo la maldición Gitana, “si tomas el lunes, tomas toda la semana”. Llenan sus copas, beben buscando la embriaguez sostenida, que complementan con aditivos para continuar la fiesta y no naufragar. Caminan hacia donde están todos sirviéndose algo para beber, Eva toma agua y sus amigas están con sus vasos de piscola a medias.
-¡Salud, chiquillas!
Las rodean alegremente y se presentan.
-Somos Víctor y Gonzalo. Están de suerte, seremos sus galanes esta noche.
Dos de las compañeras, una pareja de lesbianas de la junta vecinal, les responden y se van tomadas de las manos.
-Los galanes… Yiaaaa. Aquí sobramos, que les vaya bien con los galanes.
Víctor y Gonzalo sincronizados como dos viejos camaradas de batalla salen en su propia defensa.
-Mejor para nosotros que se vayan estas minas, llegamos dos y nos vamos cuatro.
Cecilia y Eva se miran, a Eva no le hace mucha gracia, pero se quedan ahí con ellos porque a Cecilia le gustó Gonzalo.
-¿Así que son unos rompecorazones?
Gonzalo le contesta.
-Sí, pero con ternura, dejemos que fluya la poesía.
Víctor por su parte agrega.
-El corazón es frágil. Soy un romántico de puerto como los del antiguo Roland Bar.
Eva les responde.
-A estas horas son marineros de vino navegado llegando al puerto en el Jeanne D’arc.
Víctor, bebe de su vaso y con los labios húmedos les dice.
-Jeanne D´arc y Roland Bar una vieja y conocida combinación. Yo diría más bien que es una escena de La casa de los siete espejos, donde se pierde la identidad en los reflejos, que producen un mareo subjetivo.
-Ustedes sí que están mareados, en la tempestad en un barco ebrio. No somos chicas que frecuentemos esos lugares extintos. Donde explotaban a las mujeres.
-No se ofendan, no entendieron mi lírica, o no me supe expresar bien, estamos contentos de estar en buena compañía, con dos princesas. Era una imagen cinematográfica la que les describí. Hablo de ese lugar como un lugar mágico, retratado por Larraín.
Cecilia coqueta les dice.
-Son unos bohemios. Lobos con piel de cordero.
-Solo unos románticos, en busca de sus musas, en las calles de este puerto donde navegamos. Si quieres puedo ser tu capitán.
Eva les baja el perfil, para deshacerse de Víctor.
-Son puro verso, andan vendiendo la pomada, ¿qué hacen ustedes en la vida?
-¿Por qué dices eso? Somos gestores culturales, tenemos nuestra Galería-Café, El Conde de Lautréamont, pero también vivimos del milagro, de la poesía, ¿qué más? ¿Y ustedes?
Eva les responde.
-Soy poeta y hago performance.
-Creo que vi una performance tuya, ¿te acuerdas, Gonzalo?
Gonzalo le pasa a Cecilia una copa con ron con bebida blanca, y un hielo pequeño flotando, el que se deshace rápidamente. Víctor hace lo mismo con Eva y le responde.
-No quiero tomar, gracias.
-¿Y qué agradeces si no vas a tomar? ¿Qué pasa, bombón? ¿Qué haces en una fiesta sobria?
-Lo mismo que tú pero sin beber. No necesito nada para pasarlo bien.
-Veo un aire de superioridad moral en tu tono. Qué agresiva. ¡Tan reaccionaria!
-¿Me estás juzgando? ¡No quiero y punto!
-Ne noto tensa, te falta un poco de… amor, te lo puedo dar si quieres...
-No, gracias, no eres mi tipo.
En otro plano, Gonzalo conversa con Cecilia, están en sintonía, ella se deja seducir. Víctor no se da por vencido y agarra a Eva del cuello, la acerca a su cuerpo. Hace su jugada maestra con la que está acostumbrado a ganar. A ella se le exacerba el aliento de alcohol destilado, que antiguamente no le molestaba cuando era una abyecta, pero ahora le produce rechazo como si hubiese recibido el “Tratamiento Ludovico”, de La Naranja Mecánica. Lo aleja poniendo el codo firme de por medio, este la suelta. Gonzalo tiene cogida por la cintura a Cecilia, mirando la situación le dice a Víctor.
-Te salió chúcara, vas a tener que aplicar el plan B.
-Por supuesto, el irresistible.
Víctor le sonríe a Eva, saca de su bolsillo una bolsa con cocaína y una tarjeta de crédito. Abra la bolsa y se pega un par de puntas. Gonzalo le dice que tire unas líneas.
-Primero las damas.
Le acerca sonriendo una punta cargada de cocaína a la cara de Eva, ella reacciona de mala forma, empujándole la mano y le bota la tarjeta con la droga al suelo. Víctor reacciona enojado.
-¿Qué mierda te pasa?
-Me estás violentando, presionándome para hacer algo que no quiero.
-Oye, te estoy invitando, basta que digas que no quieres. Ahora te haces la estrecha.
Víctor recoge molesto su tarjeta del suelo, le pasa la lengua y continua.
-Te reconocí, eres la mina de la mierda y la bandera, de las pseudo performances políticas. Acuérdate, Gonzalo, lo vimos en el galpón La Resistencia. A mí me pareció grotesco, de mal gusto, una puta mierda literal. Cree que pasarse la bandera y otros símbolos por la raja es reivindicativo, arte político decía el flyer. Se las da de vanguardista, artista rupturista y se viene a hacer acá la puritana, la muy cínica. Weona pesada.
-¿Y a ti, quién te conoce? Payaso patético. No te conoce nadie, ¿te han publicado en alguna parte?
-Sí, tengo más de 15.000 seguidores en redes sociales, además no me interesa el exhibicionismo gratuito, ni las provocaciones, donde el desnudo es el único reclamo para ir a ver el espectáculo. Eso es feísimo y no arte.
-El influencer de los 15.000 seguidores, no entendiste nada de mi discurso, no te da. El cuerpo es un territorio sin identidad sexual, nosotros elegimos el género, somos entes no binarios. ¿Qué vas a entender? Si el único arte que conoces es la noche, la cocaína, el copete y andar baboseando como garrapata a todo lo que se menea.
Eva molesta quiere irse, pero mira a Cecilia, quien le hace un gesto para que se quede mientras concreta con Gonzalo. Él ya está complaciente en la tela de araña. Víctor se acaba la copa y toma a Eva del brazo.
-¿Por qué no te vas? Viniste a la fiesta a puro sapear quién toma, quién jala, quién se ríe, o quién se mete con quién.
Eva se zafa de la mano de Víctor.
-¿Y a ti qué te importa? Eres un pobre reventado, suéltame o llamo a los pacos.
Dirigiéndose a todos los presentes que ya eran parte de la performance.
-¿La escucharon? Quiere llamar a los pacos y que todos terminaremos bailando tras las rejas.
Un espontáneo responde.
-Como Jailhouse Rock de Elvis.
Víctor insiste.
-Esta mina nos quiere funar.
-¿Ven cómo me trata? Él comenzó todo, yo estaba tranquila. El weón no entiende que no es no.
Cecilia se separa de Gonzalo y sale a defender a Eva e intenta parar la absurda pelea.
-Paren el escándalo, esta es una fiesta para pasarlo bien, no es necesaria tanta mala onda.
Por la discusión entre Eva y Víctor se para la fiesta. Los dueños de casa cortan la música, sonaba “That 's the way I like it” de KC and the sunshine band, para resolver el conflicto y poder continuar disfrutando de la fiesta como lo estaban haciendo. Comienza el barullo, se escuchan comentarios de la gente, sobre la policía y las consecuencias si esto sucede.
-Sí, está haciendo atao la mina, que se vaya a funar a otro lado.
-Victor es nuestro amigo, y a esta mina ni la conocemos. ¿Quién la invitó?
-¡Que se vaya la weona sapa!
La pareja de chicas de la junta vecinal la defienden.
-¡Hasta cuándo con el patriarcado! No somos mercancías. Él la está acosando hace rato y el weón no entiende.
-Paren, no nos pongamos graves, aquí vinimos todos a pasarlo bien, respetémonos, que cada uno que haga lo que quiera sin molestar a los demás.
-Vive y deja vivir, dijo que no y punto.
Víctor interrumpe culpando a Eva de comenzar todo con su violencia y llama a elegir entre él o Eva.
-Esta mina amenazó con llamar a los pacos. ¿Quieren que se quede? O prefieren que me vaya yo.
-Oye, pero si él es el que está jalado y curado, él me violentó.
-Traté de ser amable, le invité una punta y reaccionó botándome la wea al suelo. No es mi culpa ser generoso, ya me conocen.
Gonzalo interviene dirigiéndose a todos.
-Hagámoslo democráticamente y votemos. Levante la mano quien quiere que Eva se vaya.
Solo sus tres amigas no levantaron la mano. Pero Eva anticipándose al resultado de la votación, recogió sus cosas.
-No estoy para juicios, no quiero estar aquí. Me voy porque quiero, no porque me echen. Mientras los demás la interpelan.
-Ándate por donde viniste, vai saliendo.
-No queremos sapos ni malas vibras.
-Ni yo volver a verlos, ha sido un verdadero desagrado conocerlos.
Eva resultó expulsada democráticamente. Baja las escaleras acompañadas por Cecilia quien la deja en la puerta y se devuelve donde la espera Gonzalo para seguir la fiesta.
-Me iría contigo, Eva, pero está tan bueno, a ver si esta vez tengo suerte, ya te cuento.
-En la fiesta de mierda que me metiste. Nunca más.
Y se fue cruzando los cerros hasta llegar al suyo, pensando en la experiencia, en lo delirante de todo lo que vivió. Expulsada por sobria y negarse a la seducción de Víctor, el galán del puerto.
Eva me dijo que nunca había visto ni vívido algo como lo que le pasó esa noche.
-Me echaron por sobria. Me querían linchar, me asusté. Hubo cero empatía, solo les importaba la fiesta y su mierda de copete y falopa.
Le respondí tranquilamente.
-Son cosas que pasan. He visto a gente ser expulsada de fiestas por borrachos o por jugosos, nunca por sobrios. Amor fati.
-¿Aceptación del destino? No, se volvieron locos, por eso no me gustan los borrachos.
-Acuérdate que fuimos, no hace mucho, bebedores activos y entusiastas. No hay que renegar ni arrepentirse, no sirve para nada, son lecciones que algunos escuchan y otros no.
-Yo ya lo escuché claro y aprendí, ni un paso atrás con el alcohol y los químicos.
Después de terminarnos el té, la acompañé al metro y nos hicimos un selfie que le envié como testimonio de nuestra reunión. Me volví a casa caminando y me acordé de Hardcore Hotel y las vueltas que da la vida. Todos pagamos nuestros karmas.
Esta historia está basada en hechos reales, los nombres de los personajes han sido modificados para resguardarlos. Cualquier semejanza con la realidad es coincidencia (o no).