Después de 45 años de estar juntos, se dio cuenta, que estaba completamente solo, que no existía nada entre ellos y que quizás, nunca había existido nada. No eran amantes ni eran amigos, nunca lo fueron. Eran dos extraños bajo el mismo techo que compartían el lecho, pero que nunca habían tenido nada en común, algo que pudiera definirse recíproco. Ya no hablaban, porque no tenían de que hablar.

Por otro lado, era imposible olvidarse de todo y decir con una sonrisa en los labios: amor, has visto que lindo día o sugerir de hacer algo juntos, cuando era todo tan falso. La diferencia entre una obra de teatro y la vida real, es que esta última dura mil veces más y el drama o la farsa se hace insoportablemente insostenible. La falsedad mata pensó y la soledad es más tolerable, al menos no hace tanto daño y uno se acostumbra a ella lentamente.

Muchas veces había dudado de todo, pero no insistió para conservar cobardemente una última ilusión, no se confrontó, por falta de fuerza, con la realidad. Muchas veces había intuido, que no significaba nada para ella y que era solamente un disturbio casi tolerable, un siervo, uno que podía resultar cómodo, a veces, y nada más.

Al estar juntos, la había escuchado llamarlo con otro nombre y siempre había sospechado, que ella tuviera o hubiera tenido un amante. Muchas veces se quedó solo con los niños para que ella saliera y dudaba siempre de sus verdades. Ella nunca le dijo claramente como estaban las cosas, siempre escondió los detalles, nunca le dijo que hacía con el dinero.

Ella vivía por cuenta propia y si te he visto, te he visto. Las mujeres saben ser duras y jugar con los demás, haciendo quizás qué cálculos malditos. Siguen sus planes con frialdad y nada cuenta, sólo sus propios y oscuros objetivos.

Después de una vida, pensó, era imposible empezar de nuevo, no tenía sentido. Por otro lado, todo era una estúpida comedia y con los años, los pequeños conflictos se hacían cada vez menos tolerables y seguir juntos, aunque separados, tampoco tenía sentido.

Ya no se hablaban, no hacían nada juntos y vivían allí, sin encontrarse y sin interesarse el uno por el otro. Se quedo mirando a su alrededor y se preguntó: ¿cómo era posible haberse engañado por tantos años? Si hubiera sido un poco más joven, quizás hubiera podido encontrar a alguien, compartir la vida cotidiana y ser amigos, que con el tiempo es lo único que verdaderamente importa: ser amigos.

Los niños estaban grandes, eran independientes. Ya no servían como excusa para seguir juntos y pensó tristemente que nada tenía sentido y lo único que realmente le dolía, era no haberlo reconocido antes, cuando aún era posible encontrar a otra persona.

Se rio un poco de sí mismo. He sido tan necio en todas estas cosas. Desgraciadamente, la vida es sólo una y aprendemos demasiado tarde de nuestros absurdos errores y se dijo en voz baja: nunca me ha querido.

Sabía que se acercaba la vejez y se vio solo, tan solo como siempre y decidió que lo mejor que podía hacer era callar, esperar unos pocos años y cuando la necesidad de ayuda se hiciera imperiosa, pegarse un tiro.

Meditando sobre su situación, cavilando sobre qué era lo mejor que podía hacer, concluyó: vivir unos cuantos años más y terminar con todo, sin miedo y sin hipocresía.

Miró hacia afuera y pensó, quizás cuantas otras personas se encuentran en su misma situación, estafados por el destino y sin saberlo se sintió un poco más ligero, se había sacado un peso de encima, ya que vivir de ilusiones consume más que la miseria de saberse perdido.