Sofía Carolina Pissoni

A veces, la vida te llama a dejarlo todo y lanzarte hacia lo desconocido... y yo respondí.

Soy Sofía Carolina Pissoni, licenciada en Comunicación Social, periodista y locutora profesional. Nací en el corazón de Córdoba, Argentina, y hoy vivo una aventura en las costas soleadas de Malta. Todo comenzó un año atrás, cuando decidí darle un giro inesperado a mi vida, dejando atrás la comodidad de lo conocido para lanzarme a explorar lo inexplorado.

Desde que tengo memoria, las palabras han sido mi brújula. A los 18 años, ya estaba sumergida en el fascinante mundo de los medios de comunicación, primero escribiendo para un periódico local, luego dándole voz a un programa de radio junto con amigos de la universidad. Fue en esos primeros pasos donde descubrí que la comunicación tiene un poder que va más allá de simplemente conectar e informar: la comunicación transforma.

Mi camino profesional me llevó a formar parte del área de Prensa de la Universidad Nacional de Córdoba, donde no solo gestioné la comunicación interna, sino que también tuve el honor de conducir el programa televisivo "UNC Comunica", emitido por Canal 10 y Canal U. Después, me sumé al equipo de Radio Mitre, primero como productora en el programa "Mitre y el Campo", y luego como parte de la programación semanal, donde me dediqué a crear contenidos web y a coordinar las redes sociales. El “trabajo más feliz del mundo”, como me gustaba llamarle, me permitió empaparme de un abanico de historias. Desde las más duras hasta esas que no te encienden el alma, hacen que arda.

Pero, como bien sabemos, el ser humano siempre busca algo más. Un día, la voz de la aventura y la necesidad de salir de mi zona de confort me llamaron con fuerza. Así que, con un poco de miedo (miento, un terror inmenso) y mucha emoción, decidí abandonar mis trabajos en Argentina y arriesgarme a empezar de nuevo en Malta. Este cambio radical me dio la oportunidad de redescubrir mi pasión por la escritura, esta vez desde un nuevo escenario, compartiendo mis viajes y experiencias con aquellos que desean acompañarme en esta travesía.

Además de mi carrera en los medios, he escrito dos obras que son especialmente significativas para mí. La primera, Palabras en el viento: versos, historias y reflexiones, es un viaje literario que trasciende las páginas y se sumerge en el corazón de la experiencia humana. Es un compendio de emociones, pensamientos y observaciones, tejidos con la delicadeza de la palabra. La segunda, Dos Almas enredando, es una historia tejida bajo la relación de mis abuelos, Oscar y Chicha. Trato de explicar cómo dos almas danzan en un abrazo eterno, entrelazadas en un amor que trasciende el tiempo y el espacio. Esta obra no solo es un tributo a su amor, sino también una historia que me marcó profundamente y que siempre llevaré en mi corazón.

De hecho, el capítulo 10 de Palabras en el viento ilustra perfectamente cómo las palabras, al igual que la vida, pueden transformarse bajo la presión y el ritmo que les impongamos:

Mi amigo de trazo pesado

En la vida hay personas de escritura fuerte que apoyan el bolígrafo de tal forma que pueden dañar su punta. Otras, presionan firme, pero con un trazo continuo y homogéneo, garabatean lindo y ver el deslice de sus dedos con la pluma produce placer. También las hay de trazo débil, poco vigoroso, impredecible, en general solo conocen la escritura por dictado —escriben palabras ajenas—.

2 de abril, era su cumpleaños número 61. ¿Qué se le regala a alguien que lo tiene casi todo? Luego de pensar bastante opté por comprar una libreta, un bolígrafo y se lo entregué. Era más bien un ritual, un acto simbólico, simple formalismo. Tiempo después descubrí que somos nosotros los dueños de nuestro pulso, y que muchas veces, tener un bolígrafo en la mano y una libreta en blanco es responsabilidad para pocos. Mi amigo escribió, pero era una especie de escritura sucia.

Comenzó cortando los lazos de la cursiva y la volvió imprenta. Un grafismo rápido e impulsivo inundó el papel a medida que la humedad carcomió la tinta. Las páginas se cubrieron de un tono amarillento. Del prólogo al capítulo 2 su olor era leñoso, como quemado; a partir de allí, más precisamente en la hoja 40, un aroma rancio se desprendía. Los vocablos se volvieron tristes, asustadizos, se perdieron renglón por renglón, entre anversos y reversos de fibra vegetal.

Cada vez que un punto final se asomaba, mi amigo le agregaba dos más, la historia parecía no tener fin y a las palabras las extenuó la incertidumbre.

¿Los tachones? Son marcas intentando ocultar términos más rebuscados, más rebeldes que quisieron significar, que quisieron ser y no pudieron —mi amigo los enterró junto a los antónimos—. Las que figuran son expresiones comunachas, esas que encajan bien con todo, las que jamás van entre de signos de pregunta.

Quedan hojas por escribir, figuras por delinear, pero la mano de mi amigo es cada vez más dura, su necedad aflora y entre comas y mayúsculas su bolígrafo se arruina.

Le di a mi amigo una gran responsabilidad, sin embargo, la hendidura sobre el papel denota su rencor y cada bosquejo delineado delata el temblor en su mano izquierda o derecha (aún no sé con cuál escribe).

¡Ay, amigo! Hoy solo espero que sepas que lo mismo ocurre en la vida, e historias así dejan un sabor amargo en la memoria de quien las lee, pero también transforma en culpa la insipidez de quien las escribe.

Hoy, me enfrento a nuevos desafíos. La aventura continúa, y ansío compartirla contigo, palabra a palabra, hoja a hoja, mientras sigo explorando este camino lleno de oportunidades y retos.

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