Zapatón tenía las manos pequeñas y los pies muy grandes. Vivía feliz en un frondoso valle, andaba descalzo y gustaba de recoger frutos de los árboles. Al crecer se vuelve un maltón que realiza trabajos agrícolas bajo la intensa radiación solar. Pero eso no es para él, cuenta con otros planes y sueña con escapar a la capital. Tras ahorrar lo suficiente viaja a la metrópoli; aún creía que el dinero crecía entre los árboles. Llega a vivir con un pariente que es requerido por la justicia. En vez de salir huyendo, decide permanecer, y recorre la ciudad en busca de trabajo. Con la suerte del principiante, obtiene empleo en una financiera.
Debe utilizar sus ahorros en adquirir vestimentas y confeccionar zapatos, no hay calzado en su medida. Tras un rápido entrenamiento ocupa una ventanilla de atención al público, por sus pequeñas manos pasan enormes cantidades de dinero. De a pocos, se gana el reconocimiento de sus jefes, su más caro anhelo es hacer carrera en la institución. Transcurre el tiempo, comete errores de principiante en tanto va ganando confianza. Antes de conmemorarse el primer año en ventanilla, tras realizar el arqueo de caja, descubrió que le faltaba una gran suma de dinero. Había depositado en la cuenta equivocada. Zapatón debió hacer trabajo forzado hasta cancelar su deuda. Cuando completa el monto adeudado, fue despedido. La jefatura dudaba de él y su catadura moral.
Comienza una seguidilla de empleos de corta permanencia: cajero en un supermercado, chofer de ambulancia y seguridad en un casino. Zapatón tenía el corazón tan grande como sus problemas. En la caja del supermercado se confabula para sustraer víveres sistemáticamente. Se accidenta en la ambulancia cuando se desplazaba a gran velocidad sin paciente ni urgencia alguna. En el casino, enamora a Perica, una anfitriona que no le presta atención, sueña con ganar muchos millones y ponerlos a sus pies. Luego es entrenado como crupier y muestra su talento con sus pequeñas hábiles manos. Cuando fue descubierto engañando en las apuestas, tuvo que huir despavorido. Se oculta por un tiempo y luego retorna a trabajar la tierra con unos padres envejecidos. Como la chacra estuvo abandonada, había mucho trabajo por realizar. Todos en el pueblo sembraban lo mismo, él quería algo diferente. Comenzó a sembrar alcachofas y le fue muy bien. En la segunda temporada duplica la inversión y el negocio prospera.
Fue entonces cuando las lluvias aparecieron. Tras una primera semana de un diluvio regional, las lluvias se intensificaban. La electricidad se cortó al quinto día, ahora todos se alumbraban con velas. Hay goteras por todos lados. En una batalla contra la naturaleza, mira al cielo y eleva una plegaria rogando una tregua por razones humanitarias, como sucede en las guerras. Se da cuenta de que fue una estupidez construir su vivienda en una quebrada seca. Cuando se aproxima una nueva tormenta eléctrica, ya calculaba la distancia sin contar los segundos. Zapatón andaba muy asustado.
La lluvia en un mismo espacio acrecienta los ríos. La quebrada seca era habitada por muchas familias de escasos recursos. Las casas de adobe se desintegran como si nunca hubiesen existido. Zapatón había puesto a resguardo todas las cosas de valor y rogaba por un milagro. Pero nunca llegó. Una nueva tormenta eléctrica se aproxima, pero ya nada le importa, su casa se había desvanecido. Camina descalzo dejando huellas de pie grande en el barro y es entonces cuando cae fulminado.
No sabe cuánto tiempo estuvo inconsciente, pero al despertar recordó los hechos y sintió escalofríos. El latigazo, el haz de luz y la oscuridad repentina sucedieron en milésimas de segundos. Fue entonces que se dio cuenta de que una de sus pequeñas manos hacia un puño que nunca más lograría abrir. Contra todos los pronósticos, había sobrevivido al impacto de un rayo, y solo lucia una quemadura en la mano. El sol vuelve a brillar y los ríos descienden. Las alcachofas habían desaparecido y debía comenzar de nuevo. Se mostró feliz con la nueva oportunidad que le daba la vida, iba a recuperar lo material con trabajo, intentaría enderezarse. Se sintió vulnerable y pensó que era un castigo divino por su mal comportamiento. Al poco tiempo se dio cuenta de que contaba con una energía desbordante, inusitada como si hubiera bebido demasiadas tazas de café o energizantes. No sentía cansancio y se encontraba en un estado anímico ansioso. Recogió sus pocas pertenencias, y se embarcó nuevamente hacia la capital.
Tuvo una corazonada y se fue directo al hipódromo. Apostó en siete carreras y las acertó todas. Fue al casino y le ganó todo a la banca: black jack, bacará, los dados y la ruleta. Al final del día tenía más dinero del que podía gastar y no entendía lo que sucedía, pero no le interesaba averiguarlo. Su buena estrella había llegado. Despilfarró el dinero fácil que corría por sus manos, ahora era suyo y no de la financiera. Siguió apostando. Su afición por los juegos de azar había comenzado cuando entró a curiosear en un casino, apostó en el tragamonedas y le llovió dinero. Desde allí todo fue cuesta abajo, descubrió su ludopatía y su falta de escrúpulos.
Lo siguientes fueron apuestas deportivas, la lotería, la tinka y la polla. Todas y cada una de las apuestas, fueron ganadas por él. Compró la financiera y despidió a todos, también adquirió el supermercado y se compró una ambulancia. Perica no dudó en aceptarlo y decide ayudar a ludópatas desesperados. Regalaba dinero a diestra y siniestra. Trajo sus padres a vivir en la ciudad y los llenó de lujos. Hasta que descubrió algo que lo puso a llorar. El rayo le había dado el inmenso poder de adelantarse unos minutos en el tiempo, y había descubierto que solo contaba con pocos segundos antes de perder la vida.