Entre los siglos IX-XIII, floreció, a solo ochenta kilómetros al norte de Lima, la cultura Chancay. La eficiencia en el uso de los recursos hídricos los conlleva a destacar; al ubicarse muy cerca al mar pacífico entre los ríos Pativilca y Chillón, vive la bonanza como una sociedad que integra a pescadores con agricultores y que, tras atender necesidades primarias, se imbuye en las artes. Alfareros y talladores de madera crearon utensilios, implementos de culto y arte sano que no supo enfermar. Utilizan canales de regadío en la agricultura y pescan con caballitos de totora usando mallas de pescadores, inventivas que les otorga autonomía. Esta cultura que se desarrolla entre fronteras hídricas y luego se expande, se inicia cuando declina la influencia de los Waris, imperio que controló extensos territorios del Perú. Décadas más tarde, fueron subyugados por una organización Inca que maneja tecnologías para gobernar. Tras la conquista española se estableció la capital muy cerca. La conquista puede ser descrita como una fiebre del oro, aunque en vez de extraerlo de las entrañas de la tierra, lo obtenían saqueando los templos del sol.
En la provincia de Huaral, existía una quebrada adonde Rafa, junto con su socio de ascendencia alemana buscaban tesoros, provistos de un detector de metales y un antiguo manuscrito. Según el folklore local, a inicios de la republica estalló una rebelión de esclavos en la hacienda más prospera de la región. Esta había sido transferida a un acaudalado terrateniente por eclesiásticos que dirigían centros de salud. Al traspasarse la hacienda, la mala reputación del nuevo amo va en aumento y llega a enajenarse con la violencia. Tres adolescentes, presumiblemente amigos del alma, intentan huir de la esclavitud y los abusos del cruel hacendado. Sin los hados de la suerte, fueron tomados prisioneros y posteriormente asesinados como escarmiento. El lugar del macabro incidente fue conocido como la quebrada de los tres negritos. En el sitio, durante la colonia, se levanta una gran cruz, esta fue erigida con anterioridad como un castigo. Tras involucrarse con una guapa mestiza que huyó del matrimonio, un ganadero fue hallado culpable de adulterio y luego fue absuelto tras la multa pecuniaria y la donación de la gran cruz de madera.
Helmut de ascendencia alemana, tuvo una niñez apegada a los libros y vivía aventuras trasportado en una febril imaginación. Tras leer en la niñez a Louis Stevenson en el clásico La isla del tesoro, decidió que él también encontraría uno. Al completar sus estudios se volvió un industrial exitoso con un pasatiempo único: investigar los naufragios ocurridos durante la colonia. Helmut creía en la reencarnación y vivía convencido de haberse ahogado en una embarcación de filibusteros. Fue así como se involucra aportando un capital para obtener el mapa de un tesoro escondido. En los ochenta existía una organización dedicada al estudio de documentos con indicios de tesoros.
En su primera experiencia, junto con otros inversionistas, se involucró en el rescate de un galeón hundido en el siglo XVII. Se había efectuado un diligente trabajo, archivos de la época describían el naufragio ocurrido tras la tormenta y en una interesante apuesta se embarcaron en la búsqueda. Una docena de buzos descendieron peinando la zona frente a los acantilados. Mientras hacían su trabajo, los socios recibían reportes que los hacia ilusionar con riquezas de fábula. En el discurrir, las primeras semanas fueron infructuosas, a pesar de los esfuerzos no encontraban indicios, pero eventualmente dieron con el galeón naufragado. En una nave destruida por cuatro siglos de erosión los buzos lograron levantar el tesoro. Vajillas de porcelanas y algunos interesantes objetos, pero solamente tres doblones de oro. Ellos habían invertido mucho dinero para tan mezquino resultado. Fue un decepcionante fracaso, pero el testarudo insistía en la búsqueda de tesoros, ahora iba detrás de uno enterrado por piratas en las costas del norte chico. Aparentemente este había logrado escapar del galeón antes de hundirse en el gran tsunami, efecto residual del terremoto que destruyó Chile.
Habían llegado a lo más alto de un lomo de corvina, descripción topográfica de algunas dunas en el desierto. Viajaban en una 4 x 4 y enfilaban por un camino de herradura, cuando empezó a oscurecer decidieron dar por concluido el día. Helmut prefirió dormir en el auto, conocía la presencia de pumas y lo había mencionado. Cuando los pumas envejecen les es difícil cazar y su visión se torna borrosa, tiempo para buscar presas más fáciles, convirtiéndose en un peligro para los locales y sus animales domésticos. Rafa que andaba siempre armado decide retar a su suerte, armó su carpa para echarse a dormir mientras la brisa del mar refrescaba la tibia noche de verano. En la madrugada entre el sueño profundo y la realidad, despertó de golpe, y sintió una respiración muy cerca al rostro junto con un gruñido. En tinieblas lo primero que le vino a la mente fue el puma. Escuchó un bufido que no pudo identificar, sintió un peso encima y un olor nauseabundo, cuando estiro la mano llegó a percibir una piel áspera y, en fracción de segundos, entró en pánico, pensó donde sería mordido, mientras su corazón se aceleraba disparada la adrenalina. Tanteando busco el revólver y logra realizar un disparo a ciegas. El animal sale corriendo y él va detrás, mientras desde el auto, el alemán preguntaba a gritos qué diablos estaba sucediendo. El puma se metió a mi carpa y tuve que dispararle, dijo Rafa, lo he herido, hay sangre por todos lados.
Cuando se calmaron, fueron a dormir al auto esperando las luces del amanecer. Luego fueron en su búsqueda, a sabiendas que un animal herido es muy peligroso. Siguiendo las manchas de sangre a una distancia de doscientos metros, vieron un enorme cerdo de más de 100 kilos tirado en la pampa. El puma de su imaginación fue este gran ejemplar, un padrillo que escapó de la chanchería que se veía a lo lejos y había sido sacrificado por atreverse a buscar comida fuera del corral. Se retiraron antes de que los dueños del cerdo aparecieran y la búsqueda del tesoro tuvo que esperar. Me cuentan que, al regresar una semana después, desenterraron con mucho esfuerzo, por debajo de la gran cruz, un pequeño cofre con baratijas de escaso valor. Helmut seguiría invirtiendo dinero en esta incierta aventura, pero mientras aguarda el éxito, decide llevarse la gran cruz de madera hacia el jardín de su casa.