El 29 de noviembre será recordado para mí por los tantos Santos que conocí en la calle y no solo en la calle. El primero Dulce, mi gato, que luego de despertarse y abandonar su cómoda posición en mi cama se acerca y comienza a manosear mi mejilla para que despierte. Todavía dormitando acerco el teléfono para entender qué hora era.
08:00. El horario diario de mi despertar es alrededor de las 09:00. En ese momento recibo un WhatsApp desde Chile, es de mi cuñado Pablo (el segundo Santo). Según el plan de vuelo, Isabel, mi hermana (a la que habría recogido en el aeropuerto de Fiumicino a las 18.30), llegaría a las 09.10 a Roma Fiumicino. Se me produjo un cortocircuito en la cabeza. ¿Mi hermana llega ahora a las 09:10 y no como pensaba a las 18:30?
Me levanto, sudando frío, estoy muy agitado, voy al baño, me lavo apresuradamente, miro la hora, pienso, me visto, afuera hay mucha niebla. Llamo a Bruno. Llamo a Mario. Llamo a Hernán. Llamo a Ruggiero, está con gripe. No encuentro a nadie.
Voy a la Plaza, encuentro a Salvatore el vendedor de pescado. Lo ve difícil. En el bar social tomo un café, le cuento a Anna Rita lo que pasa y nada. Nadie puede ayudarme. Vuelvo a casa donde finalmente vuelvo a conectarme con mi teléfono.
Trenitalia, tren a Roma a las 09:00. Corro hacia la carretera principal dispuesto a detener a cualquiera que pasara. Alessandro, el policía municipal (tercer Santo) que acaba de parar el coche en mitad de la calle. Me mira un poco asombrado, comprendiendo la situación, me deja en la estación cinco minutos antes de que pase el tren que me llevará a Roma.
Ya en el tren estoy pensando en qué hacer, llamo a mi amiga Carolina (la cuarta Santa), quien me dice, ya que el avión está por aterrizar, que le diga a mi hermana que tome el tren hasta Trastevere, donde ella iría a esperar. Dice que te calmes, que ahora comprobaré el vuelo y te llamaré. Y lo hace.
El vuelo de Latam procedente de Sao Paulo, Brasil programado a las 09:10 tiene, por razones desconocidas, dos horas de retraso (quinto Santo, mi Madre del cielo profundo).
Cuando viajo pienso mucho. Y viajo muy a menudo. Siempre me preguntan ¿qué estás pensando? interrumpiendo el flujo de mi pensamiento. Mientras tanto depende en qué viaje. Si estoy en el auto pienso en cuánto tiempo nos falta para llegar. Si, pienso en diferentes cosas en el tren, el pensamiento se apodera y vuela y a veces incluso canta. Como si no hubiera un mañana.
Me bajo de Tiburtina y puedo conectarme nuevamente. Tren Tiburtina/Aeropuerto Fiumicino a las 11.01 am. Carolina, gracias, tal vez puedo lograrlo. Llegada a Fiumicino a las 11.48. Se supone que el avión ya ha llegado. WhatsApp funciona. Me dice la viajera, estoy recogiendo mi equipaje, salgo en un rato.
Sucede que hace frío, mucho frío y las caras de la gente se parecen. Pase lo que pase tú las ves. No puedes evitar verlas. Instruyes la visión. Elocuencia sin sentido. Sentado esperando que bajen las maletas y que baje la brisa.
Experimento sobresaltos, experimento palabras discontinuas, experimento algo comparable, pero hábil, algo imposible de narrar.
Sereno mi espíritu, espero cerca de la salida, intentando comprender. Sentado esperando, esperando sentado. Alguien me saluda. No sé quién sea. Lo saludo. Se detiene a mirar hacia atrás en el aeropuerto que lo llevará lejos, que en dos horas aterrizará en otro aeropuerto.
No me atrevo a contarle a mi hermana lo que pasó. Todo el calvario de este encuentro. Nos damos un gran abrazo. Entre las escaleras mecánicas que nos llevan a los distintos trenes que finalmente nos llevarán de regreso a la que es mía y la que será su casa, le cuento.
El caso es que estamos rodeados de ángeles, me dice Isabel. De Santos, le digo. Isabel, estamos rodeados de Santos.