«Calma profesional» es un término usado en la aviación comercial y adaptado a la terminología técnica del canotaje. Tener nervios de acero era una de las grandes virtudes que poseía el Pajarraco, llamado así por sus amigos. Lo conocí a sus escasos diecisiete años; me encontraba liderando un grupo de turistas israelíes, y él llegaba para trabajar de kayakista de seguridad. A su corta edad, demostraba mucha técnica, y no se dejaba intimidar con facilidad. La primera vez me pareció un chibolo como los de su edad, un flaco desgarbado, gracioso y lleno de carisma; sin embargo, pronto me di cuenta de que se trataba de alguien especial.
En los campamentos, Juanito siempre colaboraba, y lo veías involucrado en tareas que guías experimentados ya no querían realizar. Engreía a los pasajeros con suculentos desayunos, y pasaba de pinche de cocina a desarmar las carpas. Nos acompañó en muchas travesías, en donde llegué a conocerlo mejor. Juanito tenía respeto por la naturaleza, las tradiciones y la gente de nuestra tierra. Recuerdo el trato afectuoso que daba a las mamitas1 y a niños indígenas que encontraba en la calle o mercados que visitábamos; saludaba a todos y mostraba respeto. La primera vez que corrió el Dolor de Muelas, el rápido más temido del Apurímac, lo hizo de manera tan brillante que lo entrevisté con la cámara filmadora y le auguré éxitos. No podía imaginar aún, que se convertiría en un fenómeno del kayak mundial.
Los viajes continuaron, y sin importar edades dispares, entablamos amistad. Él confiaba en mí, incluso me otorgó el sobrenombre de la «Ambulancia»; en mi bote, llevaba a la gente con problemas físicos o los intimidados por el río. Luego de un tiempo lo perdí de vista, Juanito continuó su brillante carrera guiando en países distantes; su reputación crecía, como suele suceder con los deportistas destacados. Yo diversificaba mis actividades como guía de montaña y bosques tropicales, mientras tanto, Juanito llegaba a las grandes ligas del kayak mundial. Continuó con saltos de pequeñas caídas naturales para luego ir en busca de cataratas; un deporte extremo en el que se necesita precisión y sangre fría. Llegó a estar entre los tres primeros en el campeonato mundial de kayak realizado en Canadá, y todos estábamos orgullosos del representante peruano más capaz.
Era común verlo viajar entre continentes mientras hacía lo que más le gustaba: saltar caídas al sur de Chile con amigos competidores de élite mundial. Lamentablemente, un mal día, el salto salió descontrolado. En el salto anterior, ya se había roto la nariz, pero, esta vez, en el salto de Nilahue una cascada de dieciocho metros perdió la vida; se ahogó ante la desesperación de los colegas, que no pudieron hacer nada por evitarlo.
Ese día perdimos a un gran valor; murió practicando una actividad que lo hacía feliz, como a tantos deportistas que buscan lo extremo. Vivió con gran intensidad, y no fue casualidad que iniciara precozmente su carrera a los ocho años, cuando recibía lecciones de Tony, su padre y uno de los primeros kayakistas del Cusco.
Juanito murió en su ley, mientras convivía y se mimetizaba con la naturaleza. Pues en cada río que corrió, y créanme que fueron muchos, dejó parte de su esencia. Su muerte no fue en vano; hoy en día, se otorga en el Perú una beca que lleva su nombre y busca formar nuevos talentos en este arriesgado pero fantástico deporte.
Cuando un guerrero se va en su ley, se convierte en leyenda, y leyendas como Juanito nunca mueren.
Nota
1 Apelativo cariñoso para las mujeres indígenas adultas.