Vaya por delante que estas líneas brotan de un tuercebotas profesional, alguien que deseó con todas sus fuerzas ser futbolista desde que era niño y que tuvo que conformarse con ser un simple amante de este deporte. Al menos quedan las pachangas con los amigos, que no es poco, aunque cada vez sean menos, ya que la vida iba en serio que diría don Jaime Gil de Biedma. Sea como fuere, unos 25 años de seguimiento exhaustivo de este deporte le hacen a uno hacerse una remota idea de sus luces y, en especial, de sus sombras.
La homosexualidad en el fútbol es un tema tabú. Es un hecho. El vestuario de cualquier equipo notable es un gran armario donde se encierran orientaciones sexuales, infidelidades, dobles vidas, vidas disolutas y casos de dopaje. Algunos de estos hechos llegan a la luz pública como ligeros ecos sin recorrido mediático, ni aparentes consecuencias. Pero existir, existen; eppur si muove.
Es interesante preguntarse por qué no existen apenas casos de futbolistas homosexuales en el deporte rey. Recuerdo vagamente los nombres de Jakub Jankto, Josh Cavallo, Mapi León o Magdalena Eriksson entre otros. Son pocos, y a pesar de ser deportistas notables, no tienen la relevancia de Messi, Cristiano Ronaldo, Vinicius Jr., Haaland o Mbappé. Este punto es importante, ya que la visibilidad podría ser una puerta de entrada a la normalización de esta orientación sexual y del colectivo LGTBIQ+ dentro del mundo del balompié.
Sin embargo, creo que no interesa. El fútbol es el circo romano moderno. Es el cénit de la canalización de pasiones, de la evasión social premeditada y de la alienación cuando se consume en exceso. Panem et circenses. Aún recuerdo cómo tras la crisis del 2008 en un periodo de 3-4 años se produjeron más clásicos que nunca. Pequeñas coincidencias de la vida. También recuerdo cómo muchos de los clubes de la 1ª división española de fútbol han estado (o están) muy vinculados a grupos ultras de ideologías fascistas y, en menor medida, comunistas. Algo que imposibilita bastante que una gran estrella salga del armario.
En la novela Fanta Naranja Limón de Gonzalo Yut se narra la historia de amor de dos promesas de la cantera del Fútbol Club Barcelona. Las claves de la obra residen en los silencios, en la doble moral, la hipocresía, la oscuridad, la máscara pública y la impostura de alguien que debe ser un ejemplo de masculinidad, de hombría, de ser un machote al que le gustan los hombres y al mismo tiempo, una estrella del Barça:
La palabra que más se repite en nuestra relación, tanto en aquellos años como en los sucesivos, es fingir.1
Fanta, uno de los protagonistas de la obra homónima, es un hombre que no acepta su condición y que siempre vive entre dos mundos: el heteronormativo del fútbol y el homosexual. Al último, siempre accede con la guía de su amante y amigo, Miguel Pérez, «el otro», el que aguanta toda su vida el matrimonio pluscuamperfecto de Fanta, al que acude para descubrirse en secreto y al que relega en un segundo plano mientras que él se casa, triunfa, tiene hijos… ¿Les suena este relato? Seguro que sí. Si no lo siguen, son unos fracasados. O eso dicen por ahí.
Miguel es escéptico, mordaz y cínico durante la obra, pero, también es un idealista enamorado que deambula por su vida bajo la sombra y cobijo de Fanta. Es un iluso que añora una etapa de su vida ya extinta y de la que no quiere aceptar su final ni sus consecuencias. Mendiga un amor imposible del que se conforma con gotas de agua en medio de un desierto de indiferencia, desplantes y segundos planos:
Mi amor tiene nombre y apellidos, pero no puedo ponerle ni nombre ni apellidos porque sigue en el armario y tengo que respetar su decisión. En adelante, para referirme a él, lo llamaré Fanta, y de apellidos Fanta Naranja Limón.2
De esta manera, Miguel yace en su propia vida hablándole a una cotorra que se llama como la mujer de Fanta: Lorenza. El pajarillo parece ser su «Sálvame», su entretenimiento evasivo para un jubilado con problemas serios de salud. Miguel malvive herido por un desamor enquistado y así, de esta guisa, pasan los años en el tiempo ficcional y en el tiempo real y nada parece cambiar. Los casos de homosexuales en el mundo del fútbol son pocos y muchas veces parecen bañados de esa pátina de salsa rosa a la que aludía hace un instante. El salseo por el salseo sin consecuencias.
Mirando el lado positivo del asunto, al menos este tipo de obras visibilizan una realidad muda y parecen alertar de que el deporte rey carece de los valores originales de la Freemason’s Tavern de Londres. No solo eso, sino que, junto a las bajadas de audiencia, la corrupción generalizada, los jeques desorbitados y los equipos satélites, se evidencia de que algo huele muy mal en el fútbol: «Aquí huele a azufre todavía».
Notas
1 YUT, Gonzalo Fanta Naranja Limón, La cadena trófica, 2022.
2 Íbidem.