El pasado 30 de enero, Rafael Nadal ganó en Melbourne su Grand Slam número veintiuno, siendo el tenista que más ha ganado a lo largo de la historia, y logrando reforzar su candidatura, ya de por si sólida, a mejor jugador de siempre. Pero ni tan solo en España el jugador balear cuenta con tantos seguidores como sería esperable.
Nadal es un deportista ejemplar; mentalmente fuerte, respetuoso, competitivo, luchador; siempre se levanta, es humilde en sus declaraciones y comedido en sus acciones. Entonces, ¿qué tiene de malo para que la admiración no sea unánime?
En España no se separan diversas dimensiones de los personajes. La mayoría de los detractores de Nadal son simplemente haters que no comparten sus visiones políticas —que merodean por la derecha— y su patriotismo, una disputa endémica en la sociedad española. Pero esas cosas se refieren exclusivamente a la persona, no al artista ni a su obra. Solo son aspectos de la dimensión humana del jugador, elementos que directamente no deberían ni interesarnos, y casi ni saberse.
Como gran jugador de tenis que es, solo debería interesarnos su obra, que es descomunal y está plagada de éxitos y momentos épicos, y su dimensión como artista, o como jugador, y los valores que como tal representa, o sea alguien que nunca se rinde, que se supera, que siempre se levanta, que no teme al éxito y que acepta el fracaso.
El propósito de este artículo no es juzgar al Nadal persona, es, precisamente, evitar hacerlo. Y evitar que se haga. No interesa a quién vota Nadal, ni tan solo cuál es su equipo de fútbol favorito, ambos temas recurrentes entre sus detractores. El balear es de esos jugadores que transciende de la dimensión puramente deportiva, pero no tiene por qué transcender de la del deportista.
Cuando Rafa remontó el sensacional partido ante Daniil Medvedev, esa animadversión hacia el Nadal persona hizo que muchos no vieran la brutal dimensión de esa hazaña en particular y de toda su enorme trayectoria en general, así como el descomunal deportista que el balear es. De hecho, ello no tiene nada que ver con querer que el balear pierda porque se puede tener simpatía por otros jugadores.
Ese es un mal muy común en la cultura española. Sucede con otros iconos del deporte cuyo éxito está fuera de toda duda, como Fernando Alonso, Gerard Piqué o Xavi Hernández. Si fueran casos de apoyo público a ideas extremistas o genocidas, quizá podríamos explicar esas situaciones. No siendo el caso, hay que analizar las posibles causas para ese ataque a los profesionales por creencias privadas o, incluso, en algunos casos, creencias privadas ni tan solo contrastadas.
Habría que ver si iconos históricos de cualquier ámbito hoy en día no estarían sujetos a ese hate tan extendido, yo estoy seguro de que sí, y habría también que entender las razones de esas animadversiones. Incluso muchos se verían atacando a iconos que hoy defienden a ultranza. Admito que es una situación que en muchos casos me gustaría ver.