¿Cómo nos evalúa la sociedad? Estoy seguro de que un alto porcentaje de las personas que leerán este artículo tendrán su concepción de como el mundo nos evalúa.
Claro, nos evalúa por resultados, pero, imagínense el siguiente escenario. ¿Quiénes de ustedes practicaron cuando eran niños alguna disciplina deportiva? Aunque en este momento no se les note por ningún lado que el deporte fue parte de sus vidas.
¿Qué era lo primero que te preguntaban tus familiares al regresar de algún juego que habías participado? Esta misma pregunta la he hecho en distintos escenarios, plataformas y países del mundo, y la respuesta en un 99% de las veces es siempre la misma ¿Cómo te fue? ¿Ganaron? O ¿Perdieron? Hasta ahora todo parece ir muy bien y normal. El tema del cual tengo algunos años compartiendo y explicando en conferencias, seminarios, entrevistas y hasta en mi libro, es que normalmente esta aparente inofensiva y casual conversación que ocurre en nuestra niñez, cuando estamos en plena formación de autoestima, autoimagen e identidad. En esas edades no sabemos diferenciar nuestra valía como personas, como seres humanos únicos e irrepetibles de los resultados obtenidos en algunas habilidades. Creemos que si no somos buenos en algo, es que no valemos lo suficiente, que no servimos o no tenemos las mejores habilidades para ciertas cosas, no, confundimos entonces que no somos buenos para nada. Confundimos resultados con nuestra identidad.
Me encanta como el profesor de la Universidad de Harvard, psicólogo, investigador, conocido en el ámbito científico por sus investigaciones en el análisis de las capacidades cognitivas y por haber formulado la teoría de las inteligencias múltiples, Howard Gardner, lo explica. Según su teoría de las inteligencias múltiples donde describe 8 tipos de inteligencia: la inteligencia lingüística, la inteligencia lógico-matemática, inteligencia visual-espacial, inteligencia musical, inteligencia corporal y cinestésica, Inteligencia intrapersonal, Inteligencia interpersonal e inteligencia naturalista. Esto significa que no todos tenemos las mismas inteligencias, y por ende las mismas habilidades. Albert Einstein tiene una frase que lo explica perfectamente: «Si juzgas a un pez por su habilidad para trepar árboles, pensará toda la vida que es un inútil».
Y esto es lapidario a la hora de evaluar a todos solo por resultados, ¿cuántos primeros lugares hay? Yo nací en Caracas, Venezuela. Un país donde el deporte nacional siempre ha sido el Beisbol, y recuerdo claramente que cuando era niño por las calles donde vivía la mayoría de los niños jugaban béisbol, así que si querías ser parte del grupo debías jugar beisbol con ellos. Lo que sucede es que yo no nací con las mejores habilidades o como diría Howard Gardner, inteligencia corporal y cinestésica adecuada para destacar en el béisbol. Y cuando somos niños no tenemos filtros y somos extremadamente francos, decimos sin tapujos lo que pensamos. Los niños de mi calle no querían jugar conmigo, decían que era malo, y yo me lo estaba creyendo, estaba creciendo pensando que no valía lo suficiente, pero no para el béisbol, sino para nada. Es decir, estaba confundiendo el resultado de una actividad con mi identidad como persona, mi valor como ser humano. Mis padres, así como la gran mayoría de los padres, no nos damos cuenta de esas cosas, pues normalmente los niños no cuentan eso, pues les da vergüenza decir que no son buenos en algo. Mi autoestima se estaba formando muy débil, no tenía confianza en mí y eso se trasladaba hacia todas mis inteligencias. El resultado de un deporte se estaba apoderando de todo en mi vida, gracias a Dios mis padres decidieron mudarse a otra ciudad.
Esta mudanza trajo un nuevo comienzo para mí, suerte que en esta ciudad Mérida, en Venezuela, por su cercanía con Colombia, es futbolera. Entonces comencé a practicar fútbol, y sin darme cuenta conscientemente este deporte se me daba bien, o sea tenía la inteligencia corporal y cinestésica adecuada para el balompié. Unos de los mejores detalles era que los niños como no me conocían me dieron el espacio suficiente para practicar y descamarme poco a poco, pues ellos no sabían que yo era muy malo, pero para el beisbol, solo que yo creía que era para todo. Esto me dio la grandísima oportunidad de tener un renacimiento en mi autoestima y autoimagen. En realidad no me quiero ni imaginar que hubiese sido de mí, si no nos hubiésemos mudado.
Ahora, en esos momentos que fueron duros, jamás hubiera imaginado que era parte importantísima para lo que me dedicaría el resto de mi vida, el acompañamiento a deportistas de élite como su mental coach. Y sería la historia principal de mi primer libro: Más Importante que ganar.
Hoy en día lo que más me interesa enseñar a los atletas que trabajan conmigo es que ellos son mucho más grandes e importantes que el deporte que practican, no necesitan marcar goles, o batear jonrones para valer en la vida. Ellos ya valen mucho como personas. Más importante que ganar es enamorarte del proceso, y paradójicamente, obtienen más y mejores resultados. Así que no confundan lo que son, a lo que se dedican. Y para ti, ¿qué es más importante que ganar?