Es indudable que haga lo que haga, Josep Guardiola no resulta indiferente para ningún simpatizante del fútbol. Para muchos, se trata del mejor entrenador del mundo y con un estilo claro, definido. El veterano César Luis Menotti, campeón mundial con la selección argentina en 1978 -y a quien el catalán y actual responsable del Manchester City visitó cuando recién comenzaba este capítulo de su vida, para recibir consejos- suele decir que cuando “Pep” -como también se lo identifica- ingresa a un vestuario, los jugadores ya saben qué pueden esperar y qué línea de fútbol va a tener su equipo. Otros creen que se trata de un bluf, de alguien que vende humo, que endulza con palabras, ejerce la diplomacia y envuelve los hechos de tal forma que creemos estar ante un “sabelotodo” que todo lo que toca lo transforma en oro gracias a sus conocimientos y su intelecto.

Guardiola tiene muchos detractores, aunque los que simpatizan o se identifican con él superan esa cifra. Sin embargo, la eliminación del poderoso Manchester City, por penales, ante el Real Madrid en el estadio “Ciudad de Manchester” por los cuartos de final de la Liga de Campeones de la UEFA volvió a colocar en tela de juicio todo su trabajo, que además de haber generado que sus equipos fueran elogiados casi con unanimidad, consiguió 37 títulos, 26 nacionales y 11 internacionales desde 2008 a la actualidad.

En tiempos resultadistas como éste, sus detractores han colocado la lupa en una nueva desilusión internacional (desde 2011, cuando dirigió al gran Barcelona de Xavi Hernández, Andrés Iniesta y Lionel Messi entre otros, considerado uno de los mejores equipos de la historia, sólo ha ganado una Liga de Campeones, en 2023), al citar que pese a los más de 400 millones de euros gastados en fichajes por parte del Manchester City, su efectividad es escasa y se limita mucho más al ámbito de las ligas locales donde, claro, establece diferencias a partir del enorme presupuesto de su club, que forma parte, además, del conglomerado “Grupo City” (hasta su hermano Pere ocupa un cargo dirigencial en el Girona en la liga española).

Guardiola es un entrenador obsesivo. Lo es hasta el hartazgo y no deja ningún tema sin estudiar. Ha estado cenando más de una vez en su temporada sabática (2012-13) con su amigo Garri Kasparov, en Nueva York -junto a sus dos esposas- para consultarle temas generales relativos a la genialidad, la concentración, el éxito y el fracaso, y por años tuvo como ayudante a Manel Estiarte, considerado el Maradona del waterpolo, quien pudo ayudarlo a comprender la mentalidad de algunos de los grandes cracks que pudo dirigir en su carrera. Guardiola sabe motivar a sus jugadores en cualquier clase de partido, conoce la picardía de los sudamericanos a la hora de confrontar con ellos en un torneo internacional, se obsesiona por presionar alto y recuperar pronto con la pelota y sabe elegir a los mejores ejecutantes para cada una de sus funciones.

Conoció La Masía, donde se forjan las grandes figuras del Barcelona desde los juveniles, y aprendió de su maestro y mentor, el fallecido holandés Johan Cruyff, que para su físico menudo no cabía otra cosa que anticiparse a las jugadas para evitar el roce físico de los adversarios.
En otras palabras: había que ser más inteligente y pensar más rápido que el rival para no tener que chocar con él y por lo tanto, en lo posible, había que tener resuelto el siguiente movimiento antes de recibir el balón. Tener la pelota, para Guardiola, es todo. Por eso, al no tenerla, sus equipos se desesperan para recuperarla. Y aunque esto pueda parecer muy ofensivo, no lo es del todo porque encierra, también, un hecho filosóficamente defensivo: si la pelota la tengo yo, no la tiene mi rival y por lo tanto, no me puede molestar.

La posesión del balón, algo que ya proviene del llamado ADN Barça -muy de moda en estos días con la aparición de un libro de ese nombre escrito por uno de los grandes metodólogos de La Masía, Paco Seirulo- es fundamental pero también lo es en la forma en que se dispone. Hay un criterio estético detrás de esta idea de administración, pero aquí entramos en un terreno más resbaladizo desde algo que ocurrió días pasados en el partido ante el Real Madrid, pero que, de una manera u otra, se viene repitiendo desde hace varios años en sus equipos, ya sea primero con el Barcelona (2008-12), luego con el Bayern Munich (2013-2016) y en los últimos tiempos, con el Manchester City (2016 en adelante).

Lo que algunos, con buena fe, apenas desde el gusto futbolero y muchas veces coincidiendo con su idea estética en líneas generales, y otros, mucho más descreídos o desconfiados, le critican a su estilo, o a sus equipos, es que pareciera que hay una o dos fórmulas para atacar: haciendo correr la pelota de un costado al otro, como si fuera un partido de handball o, en muy contadas oportunidades, cuando en determinados espacios se generan contraataques por recuperar la pelota en la presión de sus volantes o delanteros o al encontrar al rival a contrapié. Si esto funciona, entonces excelente y hasta puede ocurrir una masacre. El tema es cuando no funciona.
Cada vez son más los equipos que se dieron cuenta de que cerrando los espacios al Manchester City y colocándose muy atrás, con defensores que tengan buen pie para la salida o buen cabezazo para soportar los centros desde los extremos, pueden apuntar a obtener buenos resultados.

Es cierto que los equipos de Guardiola ganan muchísimo más de lo que empatan o pierden, pero esto ocurre en mayores ocasiones en los torneos locales, en los que cuenta con planteles con mucho mayor presupuesto. Si se observa en detalle el recorrido del Manchester City, por dar un ejemplo muy actual, en la mayoría de los partidos que goleó, pudo hacerlo por una diferencia mucho mayor. En los que ganó, pudo haber goleado. En muchos de los que empató, pudo haber ganado, y en los pocos que perdió, acaso pudo haberlos empatado y hasta ganado. ¿Dónde, entonces, estuvo la falla? En buena medida, en el factor opuesto a lo que Guardiola pretende, pero en lo que, en buena medida, se fue convirtiendo su equipo: en el de un andar demasiado previsible, que, claro, alcanza de todos modos ante rivales más débiles, pero al no utilizar la gambeta ni, muchas veces, el remate de media distancia, sólo queda el pase que, por supuesto, puede resultar muy estético, pero que en muchos casos termina siendo una limitación.

Esto fue lo que ocurrió ante el Real Madrid, que no sólo pudo resistir ciento veinte minutos hasta llegar a los penales e imponerse allí (cuando bien pudo ocurrir lo contrario), sino que, con muy pocos avances en un partido pensado más para aguantar al rival que para hostilizarlo -debido a la paliza recibida el año anterior en el mismo estadio-, consiguió ponerse en ventaja, para después tratar de mantenerla todo el tiempo posible. Muchos elogian al Real Madrid justamente por este ejercicio de la resistencia en Manchester, apelando a calificativos como “equipo de casta”, o “hecho para ganar la Champions”, sin detenerse a comparar otros conjuntos blancos del pasado, con un andar lujoso, con respecto a éste, metido atrás, soportando cada uno de los avances “ciudadanos”, como si fuera un rival pequeño de los que le hacen lo mismo en el Santiago Bernabeu por la liga española.

Sería imposible elogiar una actitud ante el espectáculo como éste del Real Madrid, que no responde a su rica historia, sino que el propósito es tratar de comprender los puntos débiles del que muy probablemente sea el plantel más rico del mundo, pero que no ha ganado tanto para la inversión económica que realiza el club y la cantidad de tiempo de posesión de pelota como promedio en cada uno de los partidos que disputa.
Acaso sería interesante que en vez de combatirlo por cuestiones de rivalidad, o hasta de odio en algunos casos, se le preguntara a Guardiola mucho más sobre cuestiones técnicas, sobre el juego, como por ejemplo por qué juega muchas veces sin extremos puros cuando su club dispone de los recursos para ficharlos o los dejó ir, como en el caso del alemán Leroy Sané, o por qué insiste con el noruego Erling Haaland en aquellos partidos en los que no dispone de un mínimo espacio cuando se trata de un delantero para jugar al espacio y no al pie, o por qué, teniendo tanto el balón, le marcan tantos goles en los escasos momentos en los que se lo quitan.

Nada de esto cambia el concepto principal, acerca de que Guardiola no es un entrenador que especule, que atente contra el espectáculo o no quiera que sus equipos marquen la mayor cantidad de goles posibles, pero sí es cierto que, como toda acción humana, es susceptible de críticas, y en este caso, creemos que es un interesante momento para plantearlas, de buena fe y con respeto.