La selección española de Luis Enrique ha sido un equipo en formación de una manera no muy habitual en el fútbol de selecciones. El técnico asturiano ha ido adaptando el equipo a lo que quería, sin temor a usar jugadores jóvenes ni de sacrificar a vacas sagradas que no sirvieran para su propósito. Y la gran cita le ha llegado.
El inicio de España en el Mundial fue prometedor, pero habrá que ver a dónde se llega para evaluar una metamorfosis que muchos vaticinan que ha llegado a su fase final, dado que se espera que Luis Enrique deje el combinado nacional después del Mundial o, a mucho estirar, en verano, cuando acabe la Final Four de la Nations League de la UEFA, donde España competirá por su primer título en este reciente torneo, del que llegó a la final hace ahora un año.
Esa final ante Francia, perdida con polémica, y las semifinales de la Eurocopa en las que se cayó en penales son por ahora los grandes logros de un técnico que está gestionando una generación de futbolistas que no es, ni con mucho, de lo más granado de nuestra historia. Pero lo está haciendo con maestría.
El asturiano entendió que no podía competir por equipo con la actual generación francesa o con el perenne talento brasileño, así que decidió construir un equipo, amoldarlo a una idea de juego como bloque, lo que implica hacer dolorosos cambios y sacrificios difíciles de entender dejando en casa a jugadores de peso, e intentar vencer a las selecciones que poseen los mejores jugadores del momento con trabajo colectivo y buen juego de conjunto.
Y hay que decir que el proyecto de Luis Enrique se ha ganado un puesto en la nobleza del fútbol de selecciones, donde España no entraba ni por asomo desde que dejó de ser el mejor equipo del mundo hará ahora una década. Y es que, como me comentaba un amigo periodista, un buen entrenador en el fútbol de selecciones es como un maná que da vida, ya que es un bien escaso.
En el fútbol actual, las selecciones solo son una molestia que de forma bimensual se llevan a los mejores jugadores para devolverlos hechos unos zorros o, peor aún, lesionados, y mientras que es un honor para esos jugadores ir a competir por su país, para un entrenador es un trabajo poco atractivo, más allá de dicho honor, porque supone menor trabajo del día a día con un equipo y menos oportunidades para plasmar la idea de juego deseada. Por ello, muchos grandes técnicos prefieren estar en un club, y porque suele ser mejor pagado, claro.
Por ende, alguien como Luis Enrique es posible que sea, de largo, el mejor técnico libra por libra del Mundial. Quizá el alemán Hansi Flick, que ha comenzado el torneo muy mal, pero arrasó con el Bayern, sea de los que más cerca le va. Otros como Louis Van Gaal o Gerardo Martino, ambos ex del Barça, caen en el prototipo de entrenador que ha sido importante, pero que a cierta edad se aparta de los clubes, aunque ambos entrenaron a selecciones en diversas fases de sus carreras.
Por esa calidad y fuerte personalidad de Luis Enrique se dice que su España es una selección «de autor». Y, por las críticas que recibe de entornos madridistas muy potentes, espero que logre su éxito definitivo, o su Capilla Sixtina, en este torneo. Y es que Luis Enrique es un gran entrenador. Por suerte para todos, Marcelino García Toral, el que muchos creen que será su substituto cuando deje el combinado nacional, es también un muy buen técnico.