Fue en Denver, Colorado, en el año 2021. En un restaurante, cuyo nombre no recuerdo, vi aquella foto de Johan Cruyff (1947-2016), el mítico jugador holandés, con un cigarro en un camerino. Se sabe que el mejor jugador de la Naranja Mecánica fumaba un Camel sin filtro en medio de los partidos. Cuando empezó en el fútbol, escondía su adicción; como estrella del Barcelona, no tenía problemas en mostrarla. Otro gigante de otro deporte: Eddy Merckx, el mejor ciclista de todos los tiempos, también encendía uno que otro cigarrillo en las etapas del Tour de Francia; decía que le ayudaban a controlar los nervios. De Merckx no he visto todavía una foto donde fume en ningún restaurante.
La ciencia deportiva estaba lejos de convertirse en lo que es hoy: toda una rama del tema, necesaria para ganar o estar entre los mejores. Con una salvedad: los métodos de dopaje iban como un tren. Alemania del Este trabajó por años en programas que mejoraron el desempeño de sus deportistas: «De 1968 a 1989 más de 10.000 deportistas de la RDA fueron dopados. Conquistaron 519 medallas olímpicas. Un tercio de ellos ha desarrollado cáncer», dice en su artículo de 2015 el periodista Tolo Leal. Pero aquí no me interesa el denso y complejo mundo del dopaje ―al que se debe incluir ahora el caso del médico Richard Freeman, quien perteneció al equipo ciclista Sky―, me interesa el gusto de algunos deportistas por fumar.
En el siglo XX, las tabacaleras impusieron la idea de los beneficios que brindaba fumar. Se creyó por mucho tiempo que ayudaba a la respiración y a controlar el asma y la tos. Si eso no es una alerta para, por lo menos, verificar las verdades que venden las industrias... Johan Cruyff tuvo que dejar su vicio luego de una operación a corazón abierto. Sentencia: o dejas de fumar o no puedes volver a jugar fútbol; y se pasó a los Chupa Chups. Otros no salieron de allí. George Best (1946-2005), Balón de Oro en 68, dijo en su momento: «En 1969 dejé las mujeres, los cigarros y el alcohol; fueron los peores 20 minutos de mi vida».
Otros apellidos con patrones semejantes pueden sumarse aquí: talentos tremendos con adicciones o gustos que afectaron su desempeño, de los que siempre se dijo «si hubiese dejado el…». Eso no me lo trago entero: claro que fumar te jode si vas a correr por 90 minutos; sin embargo, no creo que esos nombres que nos rondan la cabeza hubiesen sido los mismos lejos de la sustancia que no podían evitar. No digo que sean el máximo ejemplo de una vida deportiva o esté alentando el abuso de lo que sea. Se trata de entender, de saber que eran personas con momentos deportivos brillantes y costumbres que mermaban sus cuerpos. No diré que son simples operaciones matemáticas a las que se les puede sustraer una cifra para obtener un mejor resultado: los humanos somos más complicados que eso. Hay sombras lejos de los reflectores y los periodistas solemos preferir el escándalo de la foto en el bar a una buena mirada al pasado, detallada y empática.
Michael Jordan es un ejemplo perfecto de lo complejo que puede ser lanzar juicios. El editor estadounidense Marvin Shanken le dijo a GQ que Jordan se fumaba un puro ―«Normalmente un Hoya de Monterrey Doble Corona»― antes de cada partido que los Bulls jugaban en casa. Shanken añadió que con los puros no inhalas el humo, aunque habría que ver qué tanto pudo afectar esa costumbre al cuerpo de His Airness. Puro o no, ganó seis títulos de la NBA, fue el MVP de cada final y cinco veces MVP de la temporada. Las fotos de Michael con un puro luego de una victoria son famosas, seguro hay varias en muchos restaurantes.
A comienzos de este siglo no han faltado los jugadores con gusto por fumar. Fabian Barthez, Dimitar Berbatov, Kevin-Prince Boateng, Wayne Rooney y los que tienen la suerte de no ser tan famosos, una suerte que aleja a las cámaras y ser la potencial noticia del momento. A ellos les deseo que mantengan el anonimato. Y disculpen la no aparición de mujeres en el texto ―la información en internet escasea cuando se trata de ellas―; en todo caso, les extiendo mi plegaria también. En caso de lograr el estrellato por un cigarro, que cuelguen su foto en varios restaurantes.