La mano derecha del atleta, el que no sube al podio y la persona que prácticamente hace posible la preparación deportiva, pero que al mismo tiempo es el gran olvidado: el entrenador.
Cuando hablamos de deporte, es común referirnos al rendimiento del atleta, a sus emociones cuando gana y cuando pierde, además de su comportamiento en entrenamientos y competencias; pero la mayoría del tiempo pasamos por alto al entrenador.
El que esperamos que sea perfecto, el que no puede equivocarse y el que tiene que hacer su trabajo siempre bien. El que no puede sentir sus emociones. El que siempre debe tener la palabra correcta. El que, si no es un robot que ejecuta y ya, sin fallas y sin errores, entonces no es un buen entrenador.
Su rol está lleno de exigencias. Se les exige tener un buen comportamiento, entrenar efectivamente a los atletas, tomar buenas decisiones todo el tiempo, mantener un estado psicológico equilibrado, no salirse de sus casillas, ¡que sea de excelencia!, pero cuando se trata de darle herramientas para fortalecerse personalmente o prepararse emocionalmente, a todo mundo parece temblarle la mano. Nuevamente, da la impresión de que esperamos que se comporte adecuadamente en automático, que sepa afrontar sus emociones así sin más, sin entrenamiento y sin ayuda.
A veces me pregunto por qué esto es así, por qué se le exige tanto, y al mismo tiempo, se le deja en un segundo plano. Algunos dirán que esto pasa porque la prioridad es el atleta, y no digo que esto sea incorrecto, pero si sabemos que el comportamiento y el bienestar psicológico del entrenador es decisivo para la mejora del rendimiento de los atletas, ¿por qué no cuidarlos a ellos también?
Los entrenadores se encargan de mil cosas al mismo tiempo: preparan sus prácticas de entrenamiento, toman decisiones acerca del rumbo del equipo, ayudan a sus deportistas a aprender y mejorar, se involucran en las problemáticas que afectan a los atletas, escuchan a los familiares, hacen frente a las exigencias de sus directivos, y viven presiones, desgastes y experiencias que implican mucha demanda física, personal y psicológica. Y la lista es interminable. Pero eso no es todo, si sumamos también la cantidad de problemas o situaciones personales, familiares o laborales que, por supuesto ellos también tienen, quizá seríamos más comprensivos cuando los vemos cometer algún error.
Creemos que es suficiente formarlos o capacitarlos en temas deportivos, técnicos y tácticos de su deporte, pero no es así, ¿dónde quedan las herramientas para mejorar su bienestar emocional?, ¿todo eso no importa? Parece que no. Así como consideramos que su trabajo es importante, también sus emociones deberían importar. No solo porque es una de las bases necesarias para que el atleta avance, sino porque es una persona al igual que todos nosotros.
No pierdo la esperanza de que esto cambie y podamos ver equipos y clubes deportivos más preocupados por sus entrenadores, dando la importancia necesaria a su estabilidad emocional. Donde la comprensión prevalezca al simple juicio y, sobre todo, entendiendo que la atención hacia ellos puede ser una forma más de aportar al avance deportivo que todos buscamos.