Finalizado el mundial de Qatar 2022 y coronada como campeona la selección argentina de Lionel Messi, una antigua pregunta tocó mi puerta: ¿quién es el mejor futbolista de todos los tiempos? Una interrogante que, para mí, era relativamente fácil de responder hasta antes de la fulgurante aparición de la Pulga y que solo contemplaba dos posibles respuestas: Pelé o Maradona. En esa época a. M. (antes de Messi), para mí, como para muchos de mi generación (aquellos nacidos a mediados de la década de 1970 e inicios de los 80) el mejor de todos era, sin lugar a duda, Diego Armando Maradona. Era comprensible: no habíamos visto jugar a Pelé, solo sabíamos de sus imposibles golazos, mágicas gambetas y pases consagratorios de manera indirecta, por boca de nuestros padres o abuelos. Estamos hablando de un tiempo antediluviano en el que aún no existía internet y, por lo tanto, no teníamos la posibilidad de ver en acción al astro brasileño gracias a algún descolorido video de YouTube. No, en esa época a quien veíamos cansándose de hacer goles y jugadas de fantasía con el Nápoles y su selección nacional era al Pelusa. Lo veíamos también, por supuesto, en interminables enredos producto de sus excesos nocturnos.
Las emociones que nos proveía el 10 argentino, dentro y fuera de la cancha, nos tenían siempre con el corazón latiendo a mil. Personalmente, recuerdo mi incontenible alegría al ver a Diego por la televisión en el mundial de Estados Unidos 94 (el primero que seguí con devoción) repartiendo ilusiones en el gramado del Foxboro Stadium de Boston. Qué júbilo verlo anotar el tercer gol de Argentina a Grecia luego de una hermosa jugada colectiva. Y es que todo parecía anunciar con claridad una nueva cita con la gloria, como en México 86. Me parecía estar viendo ya cómo mi héroe deportivo levantaba por segunda vez la dorada copa del campeón. Y en esta oportunidad yo sería testigo de la hazaña, no me lo iban a contar. Pero no. Pronto descubriría que Diego no era un dios, sino un semidiós y, por ello, su componente humano, imperfecto, aguardaba agazapado para hacerlo caer en cualquier momento. Dicen que fue verdad, pero dicen también que hubo un complot contra el más insumiso de los futbolistas. Lo cierto es que la prueba antidopaje que se le tomó luego del partido contra Nigeria dio positivo para dos sustancias prohibidas por la FIFA. Adiós al mundial. «Me cortaron las piernas» sentenció D10S. «Se acabó la ilusión» me dije llorando.
El tiempo pasó y, de cuando en cuando, reaparecía la consabida pregunta: ¿Pelé o Maradona? A pesar de la caída de mi ídolo, yo seguía firme en mi respuesta: «Diego, por supuesto, porque no habrá otro como él». ¿Y Pelé? Bueno, en la época de Pelé el fútbol era más lento (explicaba a mis amigos), además O Rei siempre jugó al lado de genios como él (seguía argumentando), nunca dejó atrás a tantos rivales desde el centro del campo para marcar un golazo en una competición importante (no estaba tan seguro de esto, pero igual lo decía) y claro, Pelé jamás convirtió en un mismo encuentro dos goles memorables por motivos tan opuestos («la mano del diablo» y «el pie de Dios», como hasta ahora llamo a esos dos tantos que marcó Diego en el partido de México 86 contra los ingleses). Pero Pelé es el único jugador que ha ganado tres copas del mundo (me refutaban mis amigos), ¡tres!; Maradona, apenas una. No me importaba, yo ya era parte de la fe maradoniana cuando ni siquiera había iglesia.
Hasta que con el nuevo siglo apareció Lionel Andrés Messi Cuccittini. Evidentemente, en un inicio no me llamaron la atención sus proezas. Ya estaba acostumbrado a que, cada cierto tiempo, se anunciara al «nuevo Maradona». Ahí estaban Gallardo, Aimar, Ortega, Tévez, Riquelme, entre otros. Grandes cracks, por supuesto, pero no al nivel de Diego. Así que ese chiquillo Messi, la Pulga, sería un caso más. Tranquilo, Pelusa, tu reinado está a salvo. Pero no. El planeta entero ha tenido el privilegio de ver en acción durante años, y a su máximo nivel, a un verdadero fenómeno del fútbol, un extraterrestre, un tocado por la divinidad (¿por Diego?). Si me pusiera ahora a enumerar sus trofeos, los récords que ha hecho trizas, sus jugadas memorables… no acabo nunca. Lo que quiero resaltar es que este éxito, casi sobrenatural de Lionel, complejizó la pregunta que me ocupa en este artículo. Y es que ahora la cuestión era: ¿quién es el mejor futbolista de todos los tiempos: Pelé, Maradona o Messi? Pero ¿saben qué?, yo seguía tranquilo. Muy bien, Messi había ganado casi todo, perfecto, solo que ese «casi» no escondía algo pequeñito, sino ¡la mismísima copa del mundo! Esa era la única distancia que, para mí, separaba a Lionel de Diego. De ahí mis sentimientos encontrados cuando, en el mundial de Brasil 2014, Messi por poquito no levanta la copa. Me daba mucha tristeza, porque, en verdad, no había nadie que la mereciera más que él. Al mismo tiempo, por mi incurable fe maradoniana, sentí alegría. ¡Seguíamos arriba, Diego!
Hasta que ocurrió. Messi no tiró la toalla (aunque hubo un amague). Maduró. Dejó de pensar en la meta y se concentró en el camino. Volvió a su origen: un niño rosarino que disfrutaba jugando el fútbol («El balón es mi amigo» como diría otro de mis ídolos de infancia, Oliver Atom). Y lo logró. Acabamos de verlo alzar, vestido como jeque en fiesta, el dorado trofeo que consagra al campeón del mundial de Qatar 2022. Sentimientos encontrados nuevamente: me daba mucha alegría, porque, en verdad, no había nadie que mereciera la copa más que Messi. Al mismo tiempo, por mi incurable fe maradoniana, la tristeza. ¿Seguimos arriba, Diego? La pregunta había asomado en mi mente ni bien el infalible Gonzalo Montiel anotó el penal con que los argentinos vencieron a los franceses: ¿Pelé, Diego o Messi? Quedé verdaderamente confundido. Como si un seminarista empezara a creer que Dios no existe. Complicada situación en medio de un bombardeo de estadísticas que mostraban con total contundencia las hazañas del buen Lionel.
Afortunadamente, tras días y noches de tortura, encontré remedio para mis angustias futboleras mientras veía un programa deportivo en la televisión. Un panelista argentino comentó, al paso, que toda comparación entre Maradona y Messi era absurda. Cada uno de ellos jugó y ganó en épocas muy diferentes. El fútbol no es el mismo desde que se llevó a cabo el primer mundial de la FIFA en 1930. Por eso, lo más justo es evaluar por periodos. Pelé fue el mejor del planeta hasta el fin de la década de 1970; Maradona lo sucedió a partir de la década de 1980 y desde inicios del siglo XXI la corona la lleva Messi. Casi salto del sofá, quería abrazar a alguien. Desde entonces, me ha quedado claro que, en el reino del fútbol, como en todo reino, no hay un monarca eterno. Diversos reyes reciben y se van pasando la corona. Pero claro, hay reyes que caen mejor que otros, que se ganan el corazón de sus súbditos. Y ese rey, para mí, es el que dominó en la maravillosa década de 1980, el genio del fútbol mundial, el barrilete cósmico, el gran Diego Armando Maradona.