La muerte de Robert Enke me sigue impactando luego de casi quince años. Recuerdo ver la noticia en la televisión colombiana, una nota rápida; mi primer encuentro. Luego, en el libro Balón Dividido de Juan Villoro, el texto “Robert Enke: El último hombre muere primero” me recordó la tristeza pasajera de ese día y cavó más profundo en ese lugar del pecho donde se amontonan las penas. Como último remate al arco, leí Una vida demasiado corta de Ronald Reng, una investigación periodística tremenda que siguió la vida del portero alemán con un marcaje de hombre a hombre impecable. Reng llegó al punto de entrevistar al jugador de tercera división que le anotó un triplete a Enke cuando jugaba en el Barcelona. El modesto Novelda eliminó al Barcelona de Louis Van Gaal en la segunda ronda de la Copa del Rey, en 2002.

En 2006, Enke perdió a su hija: Lara murió a los dos años por una condición de nacimiento llamada síndrome del corazón izquierdo hipoplásico. Junto a su esposa Teresa adoptaron a una niña, Leila, siete meses antes de su suicido, el 10 de noviembre de 2009; a los 32 años Enke se lanzó a las vías del tren en Neustadt am Rübenberge. Para el momento de su muerte, jugaba en el Hannover 96 de Alemania, donde fue elegido dos veces como mejor portero de la liga.

Su esposa lo amaba, tenía una familia que se preocupaba por él y su representante estaba lejos de ser un explotador inmisericorde. Enke estuvo en terapia por varios años, pero no logró superar su estado de depresión. Nunca quiso que se hiciera pública su lucha, temía que eso afectara su carrera deportiva.

Quizás el caso de Abdón Porte también habría logrado entrar en la agenda mediática si hubiese ocurrido en un mundo globalizado. Supe de él por otro uruguayo, Horacio Quiroga, que se inspiró en su historia para escribir “Juan Polti. half-back” de 1918. Porte se disparó en el corazón en la cancha del estadio del Nacional de Montevideo, el Gran Parque Central. No tenía más de 25 años.

Se dice que Porte se suicidó porque ya no tenía nada más que darle al equipo de sus amores, el Nacional: no era titular indiscutible. Quizás una mirada más profunda y experta al caso habría revelado algún detalle psicológico o psiquiátrico. De lo que sí hay certeza es que el 3 de abril, a menos de un mes de su muerte, estaba pactada la fecha de su matrimonio.

También sabemos que fue campeón varias veces con Nacional y logró el título de la Copa América con Uruguay. Por eso su muerte conmovió a toda la liga uruguaya, donde la competitividad es feroz y las rivalidades pueden llegar a ser tan determinantes como apellidarse Capuleto o Montesco.

Justin Fashanu, por el contrario, no murió con homenajes; lo hizo como un paria. Eso de ser homosexual y jugador de fútbol profesional no va muy bien todavía. Thomas Hitzlperger, exfutbolista alemán, solo se animó a hablar públicamente de sus preferencias sexuales un año después de dejar su último club, el Everton inglés; fue en 2014, sí, hace tan solo diez años. Fashanu lo hizo en 1990, con portada de tabloide inglés incluída (The Sun tituló “£1millon soccer star: I am Gay”), porque Fashanu también fue el primer jugador negro por el que se pagó un millón de libras.

Luego de la confesión, poco importó su nivel de juego: sus colegas dijeron que no había espacio para homosexuales en el fútbol, los técnicos no lo quisieron en sus equipos y en un punto tuvo que emigrar a Norteamérica para buscar equipo y más tarde a Oceanía.

En 1998, fue acusado por un joven de 17 años por agresión sexual. Del olvido pasó a las primeras planas; aunque la investigación se abandonó por falta de pruebas y nunca hubo una orden de captura a su nombre, Fashanu ya se sentía culpable. El 3 de mayo del 98, Justin se ahorcó en un garaje abandonado de Shoreditch, Londres. En su nota de despedida pidió perdón a su familia y amigos. Fue necesaria su muerte para que la sociedad entendiera todo lo que había hecho mal con él y con cientos, quizás miles, de otros que se animaron a decir que no preferían lo mismo.

¿Por qué hablar de estos suicidios ahora? No tengo una respuesta concreta. Me gusta el fútbol y las historias de quienes no soportaron la vida me abruman: Chris Cornell, Kurt Cobain, Robin Williams, Sylvia Plath, Mark Rothko, Virginia Woolf, Stefan y Lotte Zweig, Matthias Sindelar ―futbolista también― y su esposa Camilla Castagnola… Si todas las semanas encuentro videos que recuerdan algún gol especial o un partido mágico, vale la pena también poner a circular una que otra historia triste: no siempre se gana.