Dos periodistas argentinos salen del estadio Met Life, en Nueva Jersey. Terminó el partido ante Argentina y Chile por la fase de grupos de la Copa América. Son las 0.20 de la noche, ya con el público que abandonó el estadio hace una hora, si es que pudo colarse al último tren que se dirige a la estación de intercambio para llegar a Nueva York, Secaucus -para lo cual sólo queda treparse al molinete porque por el caos, no hay forma de llegar si todos se detienen a pagar el boleto en la máquina expendedora- y rezan para que puedan conectar con un uber que los venga a buscar y no quedar varados en una especie de isla, sin conexión a ciudad.

Pero no hay cómo darle una referencia al uber ni el servicio tiene la forma de llegar hasta las inmediaciones del estadio. Uno de los dos periodistas es oriundo de la provincia de Santa Fe y apela a su último recurso, un coterráneo que vive en Newark, la zona del estadio, y, entonces lo vino a buscar en su coche para lo cual puso la alarma del despertador. Pero no logran encontrarse y deambulan los dos durante una hora rondando las instalaciones. Ni con la comunicación por Whatsapp logran encontrarse.

Cuando por fin se produce el milagro, son casi las 1,30 de la mañana y el periodista llegará a las 2 a su Airbnb, porque la gran parte de los periodistas latinos que cubren la Copa América, el torneo de selecciones más prestigioso de Sudamérica, no tiene recursos para pagar los altísimos valores de los hoteles. Al otro día, por la mañana, ese mismo periodista deberá madrugar para tomar un vuelo hacia Miami para cubrir el partido Argentina-Perú.

La Copa América corresponde a lo que anteriormente se llamaba Campeonato Sudamericano, que dominan con más títulos, históricamente, Argentina y Uruguay pero, desde 1987, la Conmebol (Confederación Sudamericana de Fútbol) cambió el formato (por muchos años, hasta 1983, se jugó cada edición con partidos en cada país, cambiando si se jugaba de local o visitante), y volvió a la sede única, rotando los países, Desde Argentina 1987, cada dos años rotó a distintos países, aunque en 2001 saltó a tres hasta 2004 y al completar la rueda de las diez naciones del continente, se pasó a cuatro años entre un torneo y otro, comenzando en 2011 otra vez con Argentina.

Sin embargo, en 2016, tras haberse jugado la Copa América en Chile, en el 2015, la Conmebol decidió jugar un torneo “Extra” en los Estados Unidos, que forma parte de la Concacaf (Confederación del Norte, Centroamérica y del Caribe de Fútbol), lo que motivó el agregado de otros cuatro equipos a los habituales doce (diez sudamericanos y dos invitados).

El motivo, según se oficializó, fue que se cumplía el Centenario del primer Sudamericano de la Conmebol (1916). Desde entonces, aunque los torneos volvieron al continente sudamericano para 2019 y 2021 (ambos en Brasil, en el segundo de los casos porque Argentina y Colombia, que lo iban a organizar conjuntamente, renunciaron debido a la pandemia de coronavirus), inmediatamente regresaron a los Estados Unidos en 2024 y otra vez con el formato de 2016: 16 equipos divididos en cuatro grupos de cuatro participantes.

Lo llamativo de este caso es que el torneo iba a realizarse en Ecuador, pero durante el Mundial de Qatar, tapado por el ruido mediático de tan importante cita futbolera, pocos se enteraron de que los dirigentes de la Federación Ecuatoriana renunciaron al cometido, y apenas una semana más tarde ya estaba todo decidido: la Copa América regresaría a los Estados Unidos, que además, se quedaría con el Mundial de Clubes de 32 equipos (por primera vez en la historia) para el verano de 2025, y que de la misma altura, en 2026, compartiría la organización del Mundial 2026 con Canadá y México, aunque Estados Unidos albergará a 78 del total de 104 partidos.

Para algunos analistas no parece casual que los Estados Unidos recibieran un regalo tan preciado: tres torneos fuertes y seguidos en su sede, justo cuando se produjo un sorpresivo cambio de timón de la Justicia neoyorquina con los dirigentes sudamericanos y empresarios mediáticos ligados a uno de los más graves episodios de corrupción en el fútbol, el llamado ”FIFA-Gate”, un sistema delictivo por el que los empresarios mediáticos más fuertes de América sobornaron a los anteriores dirigentes de la Conmebol para quedarse con los derechos de transmisión por TV de los principales torneos, pagando un bajo precio, para luego revender esos mismos derechos en valores exorbitantes y quedarse con la tajada publicitaria.

Como muchos de esos pagos a bancos se realizaron a cuentas de los Estados Unidos, la Justicia investigó los hechos mediante la ayuda de topos que colaboraron a cambio de que se les bajase la pena, y así pudieron encarcelar a varios de los involucrados. Varios analistas atribuyen esta suerte de interés de la Justicia estadounidense a que, en 2010, en Zurich, la FIFA otorgó la organización del Mundial 2022 a un país sin tradición futbolera y un clima de altísimas temperaturas en verano, como Qatar, por encima de los Estados Unidos, algo que promovió fuertes sospechas.

Sin embargo, muchos de esos dirigentes y empresarios, una década más tarde (todo comenzó en 2015), fueron liberados o comenzaron a vivir un proceso de perdones o amnistías justo cuando los Estados Unidos recibieron la organización de estos tres certámenes seguidos y no sólo eso: la propia FIFA, con años en Zurich como sede, fue trasladando parte de ella al territorio de los Estados Unidos.

Pero regresando al actual certamen, ¿estaban los Estados Unidos preparados para albergar un torneo de semejante magnitud? El reconocido periodista argentino Jorge Barraza, que además trabajó por décadas en el departamento de Prensa de la Conmebol, realizó un estudio de mercado por el que calculó que, si el torneo se realizaba en Ecuador, como originalmente se pensó, habría recaudado alrededor de 20 millones de dólares, con optimismo. En los Estados Unidos, sin tener que trabajar ni una cuarta parte, la dirigencia de la Conmebol podría estar recaudando 2 mil millones de dólares (cien veces más) por la cantidad de negocios que aparecen tan solo por el tipo de país.

Barraza lo explica bien:

Los que más salen ganando con organizar el torneo en los Estados Unidos son los dueños de equipos del fútbol americano, porque los partidos de soccer se juegan en estadios para no más de 25 mil espectadores, y en cambio, rentando los de fútbol americano, hechos para 65 mil hasta 80 mil, permiten recaudar muchísimo más dinero, sumado, en muchísimos casos, a la reventa de entradas. Pero hay una segunda taquilla que son los estacionamientos que rodean esos estadios, con una recaudación de 40 a 100 dólares por coche, si se coloca cerca o lejos y hay que calcular unos 30 mil por partido, una cifra espectacular. Por último, la comida, porque la gente, en los Estados Unidos, va a comer a los estadios y gasta entre 100 y 150 dólares. Y por supuesto, hay que agregar las empresas o el negocio de la reventa de entradas.

Sólo como ejemplo: para la final entre Argentina y Colombia en el estadio Hard Rock de Miami, se revendían entradas desde los 2250 a los 6500 dólares.

Con estos valores de negocios, ¿cómo no iba a renunciar Ecuador a ser sede y a la semana, recibirla los Estados Unidos? Barraza sostiene que la Copa América, pese a que es organizada por un país frío y que sabe poco y nada de fútbol, “llegó para quedarse” y da un claro ejemplo: La Copa de Oro de la Concacaf llegó a jugarse en sedes como Trinidad y Tobago, Guatemala, El Salvador o México, pero en 1991 se organizó en los Estados Unidos y desde entonces, nunca salió de allí y se jugaron 17 ediciones en el mismo país. Es imposible competir con los negocios que emanan de este país, y sin necesidad de trabajar duro en reuniones cada dos o tres años, para que los dirigentes de los demás países saquen tan poco rédito personal. Mucho esfuerzo para tan poca ganancia. En este punto, Estados Unidos es una fiesta, aunque el país recibe la propuesta sin mucho esfuerzo y casi sin batallar para conseguirlo. Con sólo pensar que en el país hay cerca de 65 millones de inmigrantes latinos, ya alcanza.

Pero ¿Está Estados Unidos, más allá de los negocios que puede generar, capacitado para organizar un torneo grande de fútbol? Como bien sostiene Barraza, las distancias son tan enormes en un país que organiza un torneo en 14 ciudades en una superficie de 9.147.593 kilómetros cuadrados, que haber pensado un torneo americano con sedes en ciudades de la costa este y oeste del país, es casi insostenible.

Es como si los Juegos Olímpicos de París albergaran el atletismo en Moscú, las regatas en Estocolmo, la natación en Madrid y las pesas en Estambul. No hay un carácter aglutinador.

(Jorge Barraza)

Barraza, de 69 años y una vastísima experiencia en Mundiales y Copas América, trabaja para medios de Ecuador, Colombia y otros países sudamericanos, había renovado su pasaporte y sacado la visa para entrar al territorio de los Estados Unidos, pero finalmente desistió de viajar y ver todo por la TV. “No gasté ni un dólar, pero a una determinada edad, ya no estoy para comer mal, viajar a cualquier hora por extensas superficies con una mochila a cuestas, no saber si me van a dar el pase para hablar con los jugadores porque ya la organización no sabe quién es cada periodista y no importa su trayectoria” y sentencia: “el enviado especial, murió. Hoy, ya no es relevante” y nos da dos ejemplos: la poderosa cadena “ESPN” prefirió comprar los derechos de la Eurocopa, que se jugó paralelamente a la Copa América, y envió a casi todo su equipo a Alemania, mientras que cadenas colombianas como “RCN” o “Caracol”, que siempre siguieron a la selección nacional, esta vez prefirieron transmitir desde los estudios y, a lo sumo, tener un periodista en el campo de juego.

Barraza tenía en su mente ver alrededor de siete partidos de la Copa América, “pero luego de realizar un estudio de factibilidad, me di cuenta de que eso era imposible, corroborado por colegas que viven allí y que me decían que más que los partidos de una selección, me olvidara, por falta de tiempo e infraestructura. Estos colegas me dijeron que hice bien en no viajar”.

Quien esto escribe, en los días de la cobertura del partido Argentina-Chile en Nueva Jersey, quiso observar por TV el que se jugaba en otra ciudad entre Colombia y Panamá, pero caminando por el centro de Nueva York apenas si encontró un pub, muy caro, que lo emitía y luego de tomarse un agua mineral con gas, al finalizar, decidió buscar otro lugar más barato donde ver el Brasil-Uruguay, un clásico histórico. Tenía una hora de tiempo entre el final de un partido y el inicio del siguiente, cuando al final encontró un restaurante familiar que lo emitía en un televisor que daba a una barra con unos ocho asientos, porque en las otras cuatro pantallas se emitía un recital de música pop. “Es que es un restaurante orientado a la familia!”, le explicó una camarera.

Este periodista consiguió sentarse en una mesa atrás de la barra, desde la que, con dificultades, se veía el partido, resignado por estar todos los asientos delanteros ocupados. Sin embargo, alrededor de los veinticinco minutos del primer tiempo, se dio cuenta de que los que estaban sentados en la barra no tenían el menor interés por el partido y de a poco, se fueron yendo. Finalmente, quedó solo en la barra, con los otros siete asientos desocupados. Nadie más miró el partido.

En Estados Unidos, el fútbol (soccer) es algo más. No interesa demasiado a quien no es latino y hay demasiados congresos, reuniones, espectáculos, y entonces se trata de algo más, como cualquier otra actividad, y por lo tanto, nunca habrá en el país un ambiente espectacular, de fiesta, como quien esto escribe encontró en Rusia, Qatar, Brasil, Alemania o Italia. Imposible. Llegando al estadio Met Life con un uber, por momentos íbamos a paso de hombre y entonces llegó el comentario al chofer por la sorpresa de tanta movilización. “¿Tanto interesa el soccer aquí?”, fue la pregunta. “No, ¿qué soccer? Señor, es el rush hour, la hora en la que la gente sale del trabajo y regresa a sus casas”.

Durante los partidos de la Copa América, los periodistas son ubicados en el nivel 6 (sexto piso), desde donde no sólo los jugadores se ven como muñequitos, sino que son alojados casi todos detrás de uno de los arcos, con lo que cuesta mucho ver lo que sucede en el otro más alejado, pero además, el pupitre se encuentra detrás de una especie de ventana-mampara que impide escuchar el sonido ambiente, y si bien tiene dos aparatos de TV, no repiten las jugadas ni informan los cambios o las alineaciones. Uno descubre que son los mismos monitores que se usan para el público general.

En muchos estadios del torneo, además, se vanaglorian del récord de horas, a veces hasta menos de un día, para cambiar la carpeta de césped artificial, donde se suelen jugar los partidos de fútbol americano, por el natural, que necesita el fútbol, pero claro, luego la pelota pica mal, porque esos panes de césped están blandos y vuelan por los aires, lo que genera incertidumbre en los jugadores y hasta chances serias de lesionarse.

Un observador de la FIFA (que no está relacionada con la organización del certamen) le cuenta a este periodista que la máxima institución del fútbol no ve con buenos ojos mucho de lo que pasó en esta Copa América y tiene claro que para los campeonatos que son de su ámbito, de 2025 y 2026 “hay que cambiar demasiadas cosas. Así, no va”.

Al final del certamen, la Conmebol analizaba qué medidas tomaba con los jugadores uruguayos que, al terminar la semifinal ante Colombia en la que quedaron eliminados, saltaron a la tribuna a defender a sus familiares y amigos que estaban siendo agredidos por los hinchas rivales en algunos casos alcoholizados, y que no tuvieron una suficiente protección.

Se invierte la carga de la prueba y me preguntan en mi conferencia de prensa qué pienso de las posibles sanciones a los jugadores, pero no se dice que sus familiares estaban desprotegidos y que lo mínimo era ir a defenderlos, como tampoco se puede decir que el estado del césped de las canchas es lamentable,

Dijo un indignado Marcelo Bielsa, el argentino entrenador de la selección uruguaya tras los duros incidentes.

Si cada selección nacional participante se lleva unos 2 millones de dólares y a lo máximo, unos 20, y sólo de venta de entradas, la organización gana 350 millones, parece que otros son los que se llevan las ganancias, mientras el presidente de la Conmebol, Alejandro Domínguez, siempre sonriente para las cámaras de TV y las redes sociales, jamás dio una conferencia de prensa. Es evidente que los que más ganan en esta Copa América no son los protagonistas directos del fútbol, pero Estados Unidos se proyecta como la gran sede de todo.

Bienvenido al fútbol Tío Sam