En lo que antes era Twitter, me encontré con dos cosas: la victoria, en un partido de pretemporada, de mi equipo, ese que me roba los domingos, y con un texto del mexicano Gabriel Zaid (Monterrey, 1939) titulado Intelectuales (1991). Como resumen del texto, Zaid define lo que es un intelectual y su papel en la sociedad; de cómo lo determinante no es el intelecto sino la función social que cumple, su vínculo con la verdad pública, esa que riñe con la oficial, la que promulgan medios e instituciones por conveniencia e intereses. Además, afirma: «(...) muy pocos de los llamados trabajadores intelectuales (adjetivo) son intelectuales (sustantivo)»; no se trata tanto de una profesión sino más bien de una vocación. «Los intelectuales son afines al mundo editorial y periodístico, a ejercer sin títulos, al trabajo free-lance», más que al mundo de la academia. ¿Y al de los deportes?
No es un asunto menor: en el mundo del fútbol, donde las cifras con muchísimos ceros se repiten para hablar de salarios, ventas, compras, deudas y multas, hacen falta voces inquisidoras, punzantes, que se pregunten si tanto dinero es necesario, si el futuro está marcado en la acumulación de riqueza, talento y nombres. ¿Acaso el único camino posible es el endeudamiento infinito, la búsqueda de más billetes, para mantener torneos que a la larga se volverán repetitivos? Sí, hablo de la Superliga. ¿No hay gozo en las victorias inesperadas de los pequeños, los de fortunas más modestas, ante las multinacionales deportivas, esas que viven de la venta de camisetas en la ciudad donde juegan y en alguna capital asiática?
¿Y qué me dicen del boxeo? Nunca ha estado en mi top tres deportivo, pero las sombras que rodean ese mundo de apuestas y excesos merecen algunas líneas profundas. Ni siquiera el boxeo olímpico se salva: los escandalosos e injustos veredictos de los jueces han hecho de dicha competencia una vergüenza, ¿o no recuerdan la victoria de Ryomei Tanaka, pugilista japonés, quien salió en silla de ruedas luego del combate contra el colombiano Yuberjén Martínez en los olímpicos de Tokio? El de Colombia, derrotado por los números; el de Japón, perdido por la golpiza.
El ciclismo pidió a gritos textos sobre el dopaje en la última década del siglo XX y la primera del XXI. «Que todos corran dopados para ver cuál es mejor», decían muchos ante el escándalo de Lance Armstrong, dejando de lado la seguridad de los deportistas. Ahora también son necesarios cuando la Unión Ciclista Internacional tuvo un trato diferenciado con Nairo Quintana: otros pedalistas fueron sancionados por el uso del Tramadol y no quedaron relegados por acuerdos silenciosos.
¿Y la pérdida de la sede de los Juegos Panamericanos en Barranquilla? Colombia tenía asegurados los juegos más importantes del continente, los segundos luego de los Olímpicos a nivel mundial para este lado del planeta. La ciudad más importante de la Costa Atlántica colombiana, donde la corrupción está a cargo de la familia del alcalde ―los Char―, la misma que buscó la sede. ¿Debió el presidente Gustavo Petro seguir peleando por mantener la sede luego de no pagar millones de dólares?
Gabriel Zaid menciona en el numeral 4 de su ensayo que «Todos los intelectuales escriben, aunque no todos son buenos escritores». De inmediato recordé una carta que el poeta y escritor, también mexicano, Carlos Azar Manzur, dirigió a Letras Libres: «Me llama la atención que no se haya podido crear un género literario futbolero. En otros deportes sí lo hay. Las secciones deportivas de los periódicos estadounidenses son famosas como escuelas de periodismo, y grandes escritores como Ernest Hemingway o Norman Mailer han dejado textos inolvidables sobre box o béisbol». La reflexión necesaria sobre el deporte parece haber quedado en el pasado o no ha podido consolidarse, al menos no en español. Cada vez se piensa menos que la práctica deportiva sobrepasa al mercadeo, los views y al marcador. Messi lleva fanáticos nuevos a ver al Inter de Miami, ¿se abonarán luego de que el astro argentino deje las canchas? ¿Acaso los swifties seguirán viendo el fútbol americano cuando Taylor no vaya al estadio?
Debo hacer una concesión: escribir pide calma; el deporte pide movimiento. Los grandes deportistas, los eternos como Beckenbauer, son capaces de estirar los segundos, se detienen a pensar cuando nadie tiene tiempo para ello. Tal vez los intelectuales del deporte requieran eso, si es que existen. Tal vez lo máximo a lo que podemos aspirar es a ser fanáticos, lo cual me complace.