I

Cuando Cocoliso estaba por cumplir los ocho años, sus padres organizaron una reunión para celebrar y le concedieron la oportunidad de invitar amigos de la escuela. El día del santo, en medio de la celebración y algarabía, Cocoliso se agarró a golpes con uno de sus compañeros.

Él era un niño con problemas de conducta, fruto de la unión entre un hombre nacido en los Andes y una gringa de palidez constante; práctica común que deja de parecer exótica cuando los opuestos se atraen como imanes y el color de la piel resulta un atractivo adicional.

El petiso ya mostraba un lado aventurero, le gusta jugar al futbol y nadar en la playa, asimismo había sorprendido a todos cuando se embarcó solitario en el bote de la familia. Ese tipo de decisiones tan sorpresivas como dramáticas había preocupado a sus padres, quienes lo pusieron en manos de un psicólogo. Cocoliso había sufrido con anterioridad un fuerte golpe de cabeza, se le efectuaron exámenes que no revelaron anomalías en el cerebro.

La vida transcurría en playas de las Carolinas, costa este de los Estados Unidos, donde ambos padres trabajaban sin descanso para llevar una vida decente, y a veces descuidaban la atención a los niños. Era comprensible, aunque no ante los ojos de un pequeño que se sentía vulnerable y necesitaba más tiempo con su padre. Cocoliso vivía en constante rebeldía y se molestaba tras ser regañado por no completar las tareas. Cuando se propuso huir de casa, incitó a escapar al hermano menor; quien rechazó la invitación. Tan solo los separaban diez meses, pero ya se distinguían caracteres intrínsecos en sus personalidades.

Cogió la mochila más grande, la llenó de alimentos, ropa, y los cigarros que sustrajo a su padre. Sin titubeos, iba dispuesto a recorrer el mundo: un parque con columpios a pocos kilómetros a la redonda.

II

Coco, padre de Cocoliso, era un latino que asemejaba a un norteamericano por osmosis cultural. Él administraba hoteles en un balneario de febril actividad, sus días discurrían resolviendo los problemas que se presentaban a diario. Con experiencia y habilidad, se desenvolvía con éxito en un puesto creado especialmente para él.

El estío dio paso al otoño, comenzaba a cambiar el clima; aunque las reservas de pasajeros no habían disminuido todavía, los meses venideros eran de temporada baja y el trabajo decaía; debía despedir personal, tarea que odiaba realizar, pero era inevitable.

Cuando llegó a trabajar, abrió la computadora y encontró un sinfín de correos, la gran mayoría de poca importancia, borró el spam y se quedó con lo urgente. Lo primero en la lista era una queja por un cargo no autorizado a una tarjeta de crédito, prestó atención al detalle y se dedicó a investigar.

El cliente ya había retornado a su país, y se comunicó con urgencia para reclamar: seguían facturando el uso de la habitación. Coco buscó respuestas extrañado por el asunto y, tras el cruce de información, creía ir preparado para resolver el caso.

III

Kurt cayó muy bajo; había perdido todo, incluso, valores e integridad; era un vagabundo sin rumbo fijo ni horizonte. Sus adicciones habían sido tomadas por un siniestro control remoto, el alcohol, las drogas y anfetaminas, lo habían dejado exhausto, sin alma. Resucitado en ocasiones después de sendas sobredosis, luchaba con demonios propios y extraños; un veterano de guerra que retornó con traumas difíciles de sanar. En un intento por huir de las calles, en pobreza material y espiritual, decidió ingresar al hotel a descansar unas cuantas horas, o días, lo dejaba a la suerte. A pesar de su precaria condición, él aún se consideraba afortunado; sobrevivió a la tragedia de un batallón aniquilado.

IV

Jane, llegó a casa para descubrir que Cocoliso no aparecía por ningún lado. Luego de unos minutos, fue informada de que había huido del hogar. No lo podía creer, pensó que era una broma; el hermano seguía sin dar importancia a la huida. De a poco, fue cerciorándose de que su pesadilla era real, y perdió el aplomo, confundida, no sabía cómo actuar. Realizó dos llamadas y se dio inicio a una frenética búsqueda. Coco fue a colaborar en la pesquisa.

La policía recibió el informe de que un niño solitario con sus características deambulaba con una enorme mochila. Tras inquirir su nombre lo subieron al patrullero, Cocoliso se negaba a prestar declaraciones, tomaba la quinta enmienda sin saberlo. Una vez en casa, le comentaron del gran susto que les había proporcionado, del amor filial y de cómo había incurrido en una riesgosa actitud, le hablaron sobre el peligro de secuestradores o predadores, también sobre la tristeza ocasionada a su madre, y por añadir sarcasmo, su padre le dijo: «debiste esperar diez años más para irte de casa y fumar mis cigarrillos». Coquito lloró y prometió solemne no escapar nunca más.

V

Coco retornó al hotel y, tras verificar con los encargados, logró identificar que un desconocido daba uso a la habitación, aún no sabían quién era, pero llevaba dos días encerrado. Coco fue en busca de respuestas. Precavido se llevó con él al moreno más grande y forzudo que encontró en el personal. Cuando abrieron la puerta, encontraron a Kurt que, se exhibía agresivo y beodo de tanto alcohol.

Coco lo invitó a salir, le dio un trato de cortesía y exigió que abonara los dos días utilizados si deseaba continuar en la habitación. A pesar de andar borracho, Kurt lucía intimidante, un exsoldado, alto y corpulento, quien los desafiaba a pelear blandiendo la botella de licor. Coco retrocedió y le preguntó al empleado de color si sabía pelear, fue informado que detestaba la violencia y de que no se encontraba dispuesto a agarrarse a golpes con un desconocido. Dándose cuenta del error, decidió enfrentar al atrevido con psicología, exponiendo que tenía dos opciones: podía llamar a la policía para que lo arrestaran hasta el abono de la habitación o lo dejaría salir sin necesidad de pago si lo hacía inmediatamente. Kurt no aceptó, quería quedarse más días y pensaba estar en posición de negociar.

No quedó otra opción que llamar a la policía. Los oficiales se lo llevaron detenido mientras él intentaba volver a negociar. En su récord criminal ya tenía dos denuncias en otras corporaciones hoteleras. Había descubierto algo y lo usó en su beneficio: las habitaciones que están listas permanecen abiertas, y él podría encerrarse algunas horas o con suerte, algunos días.

Llegaba con la mochila cargada de alcohol y comida y se disponía a beber y ver televisión.

Coco, implementó algunos cambios y fue a casa para seguir dando mensajes subliminales al pequeño, mientras pensaba: «ojalá que el único parecido con el veterano de guerra sea el uso de la mochila».