Los ríos cambiaron mi vida para siempre. Considero que hubo un antes y un después. Ahora que cuento con 64 abriles sigo remando porque aprendí que estimular los músculos es una manera de retrasar el envejecimiento. Tengo historias que contar, anécdotas risibles o situaciones de peligro que fueron resueltas con algo de suerte y mucho sentido común.

Apurímac (dios hablador) es una palabra quechua que describe el tributario más lejano del Amazonas. Existen cientos, pero este se halla a solo ochenta kilómetros del océano Pacífico, y sin embargo recorre miles de kilómetros para desembocar en el Atlántico. En la temporada de lluvia, el río traslada cientos de miles de piedras, causando un tremor impresionante. Al atribuir el nombre a ese hecho me arriesgo a quedar en ridículo.

Corría el año 1986 cuando Jack Cousteau, famoso explorador francés, fue el encargado de resolver la controversia sobre cuál de los cientos de tributarios que convergen en el Amazonas marca el inicio de este. Para suerte del canotaje peruano, existen dos excelentes secciones comerciales, denominadas Cañón Blanco y Cañón Negro, cerca de la ciudad del Cusco. En el viaje de tres días hacia el Cañón Blanco, un clase V impresionante, mis recuerdos me llevan a múltiples noches adormitado entre miles de estrellas y el crepitar de la fogata en una playa de arena entre la calma de un remanso. El Cañón Negro es un viaje moderado. Aprendí que los ríos comerciales cuentan con un eficiente sistema de medición CFS (pies cúbicos por segundo) para medir el caudal. En Perú desafortunadamente no tenemos esa tecnología y debemos cubrir la distancia para determinar si es navegable. Esta historia narra uno de esos viajes.

Corría el mes de diciembre, plena temporada de lluvia, pero no llovía, y la gente del campo ya se estaba preocupando. La temporada ya había culminado y parecía que se avecinaba una sequía. Yo contaba con 35 años y me preparaba para viajar al sur de Chile, como siempre lo hacía en verano. Fue entonces cuando mi amigo Benjamín, dueño de una agencia de turismo aventura, me llamó para decir que contaba con 13 clientes y quería aprovechar la sequía para realizar un viaje. En broma le dije que consiguiera un cliente más para deshacernos del número imputado con mala suerte. Acepté encantado. Lo vi como una oportunidad para hacer un dinero extra. Willy, Terminator, también aceptó. Con los clásicos preparativos decidimos salir el 22 de diciembre y retornar el 24 a pasar la Nochebuena en Cusco. Un kayakista de Nueva Zelandia también nos acompañaba. Era su primera vez en el río, viajaba gratis y no sabía a dónde se dirigía.

Un grupo de jóvenes europeos, entre los cuales había dos hermosas noruegas acostumbradas al desfile de pretendientes, llenaba el ambiente de testosterona. Luego de cuatro horas llegamos al puente para descubrir que el nivel del agua era el mismo con el que iniciamos la temporada en abril. Río grande, pero navegable, aunque sabíamos que si llovía nos volvíamos vulnerables. Votación de tres a la que no accedí porque los otros ya habían afirmado su participación. Avanzamos dos horas hasta el portaje obligatorio, cocinamos y nos fuimos a dormir.

Eran las 11 de la noche cuando se desató el diluvio, ya habíamos escuchado truenos y nos preparamos para lo peor. La expectativa de un viaje sin problemas había desaparecido. Mientras los clientes dormían en carpas, los guías nos acomodamos bajo el toldo y tras asegurar los botes, intentábamos dormir pensando en qué lío nos habíamos metido. Llovió toda la noche y seguía lloviendo cuando nos encontramos listo a partir. Decidimos navegar conservadores cuando descubrimos que el río se había incrementado de manera pavorosa. Benjamín era el único con remos cortos, los otros botes contaban con remos largos que incrementan el control.

Nuestra experiencia en el río nos hacía sentir cierta confianza, aunque ninguno había corrido un nivel donde las dinámicas cambian, algunos rápidos desaparecen y surgen nuevos peligros. Benjamín surfeó y dos clientes nadaron un largo trecho lleno de huecos y olas. Eran un hombre y una chica que empezaban a tener dificultades para salir. Así que me lancé por ella y tras mucho esfuerzo la pude rescatar. Había sufrido un gran susto, pero su entereza era palpable. Willy había recatado al otro turista. Tras navegar todo el día sin más contratiempos, como la lluvia persistía, decidimos acampar en una playa elevada antes de un puente colgante destruido por el uso de los años. Teníamos en mente abortar el viaje si es que el temporal no amainaba. Solo debemos caminar hacia el norte, decíamos intentando darnos ánimo.

En la mañana del 24, con el incremento de un metro más de agua y una lluvia constante, decidimos emprender la retirada. Tras el último desayuno y un almuerzo volante, cruzamos con dificultad, por su cercanía, al lado opuesto del río. Dejamos los equipos lo más alto posible y emprendimos la caminata. Benjamín cogió el kayak y se fue a buscar ayuda río abajo remplazando al de Nueva Zelanda, mientras junto al resto buscamos una salida a pie. Siete horas duró la caminata, hubo un sorpresivo encuentro con un chorro de aguas calientes y alegría cuando descubrimos bostas de caballos, lo que nos daba esperanza de encontrar un caserío. Estaba oscureciendo cuando vimos la primera casa de piedra, la habitada una anciana y sus animales. Ella aceptó dejarnos dormir dentro mientras la lluvia persistía y nos encontrábamos muy cansados para armar un campamento. Ante nuestra insistencia, nos vendió un pato viejo, que fungió como cena navideña, ya que habíamos agotado nuestros víveres.

En la mañana de Navidad, tras desayunar avena y pasas, noté que nos rascábamos la piel al haber compartido una casa con pesebre en una fecha especial. ¡Las pulgas se habían dado un gran banquete! Caminamos una hora para encontrar a nuestro intrépido chofer, quien había desafiado un camino de herradura lleno de precipicios. Junto a él estaba Benjamin, quien ya contaba con mulas para bajar a recoger el equipo. Debo terminar mi relato anunciando el regalo que recibí esa Navidad: la rubia noruega con nombre difícil de pronunciar durmió conmigo para agradecerme el haberla rescatado en momentos de sumo peligro.