A David Arévalo le gusta verse como un renglón torcido por el viento de las palabras. Frente al noble arte de enfrentarse al folio en blanco, siempre se ha sentido a merced de una fuerza externa incontrolable. Una fuerza que lo ha mecido por el terreno inspiración, desde la lluvia torrencial a los desiertos más áridos. Es por ese motivo que su forma de escribir se parece al movimiento del sopetón, como si para hacerlo necesitase engullir la realidad sin masticarla. Ha perseguido esa realidad desde niño, cuando comenzó a interesarse por la capacidad que tiene el ser humano de comunicarse con cualquier cosa, incluido él mismo. Después llegó su fascinación por la complejidad de la realidad política, social, deportiva y económica, que lo cautivó gracias a la lectura diaria del periódico y la sempiterna radio que nunca dejaba de sonar en la cocina de casa.
Esa experiencia juvenil lo llevó a cursar periodismo en la Universidad de Sevilla donde se dio cuenta de que había más personas como él. Inquieto, fue escribiendo todo lo que se le iba ocurriendo: cuentos, reflexiones y su especialidad, las historias a medio acabar. Después de terminar la carrera, recorrió varias redacciones de medios de comunicación, que le enseñaron la magia y el esfuerzo del trabajo en el día a día. Comenzó a trabajar de forma más estable en una televisión local de Córdoba, donde fue miembro del equipo de noticias y presentador de un programa semanal. La vorágine de la actualidad en un medio con pocos recursos y mucho trabajo le acabó mostrando definitivamente que era en ese mundo donde quería estar toda su vida. Más tarde, se fue a Inglaterra durante dos años a trabajar y mejorar el inglés donde siguió cerca la creación palpitante del mundo anglosajón al tiempo que limpió platos y puso copas en los siempre inspiradores pubs. Luego puso su mirada en África y se trasladó a Angola como consultor de comunicación en un proyecto de mejora de la la red de hospitales públicos del país. Desde allí siguió escribiendo textos desde un blog personal en el que trató de desmenuzar lo que sus ojos le contaban sobre la candente y singular vida en Luanda.
Agarró de nuevo el petate para trasladarse a Colombia y residió en Bogotá durante 3 años donde ejerció como profesor de periodismo en los que aprendió que la única fuerza real es la de los jóvenes. En Colombia conoció la magnitud de lo que supone tejer socialmente sin la vigilancia preeminente de las instituciones democráticas que, ante su lastimosa ausencia, permiten el surgimiento de las propuestas colectivas y solidarias. Vivió el fin de la violencia entre el Estado y las FARC y atisbó lo que implica para un país desprenderse, aunque sea formalmente, de un manto tejido con bombas, pistolas y masacres.
Decidió volver a España y orientar su carrera hacia la educación, un camino que había descubierto en Colombia. Se afincó en Barcelona donde hoy trabaja como consultor de formación y continuó su interés por lo que supone el viaje y el cambio para la persona migrante en los terrenos de la representación política y cultural, para lo cual cursó el máster de Medios, Comunicación y Cultura de la Universitat Autònoma de Barcelona.
Hoy mantiene su fe inquebrantable en la comunicación, el periodismo y la literatura como una terna que lo defiende frente al caos interno y externo. Ha publicado en medios como Yorokobu, Diario Córdoba o El Viejo Topo. Colabora con WSI Magazine desde abril de 2013 y tiene su propio blog donde escribe sobre lo que observa, piensa o concibe durante sus viajes.