El presente año es uno de los más calientes de los que se recuerdan en el ámbito político en América Latina. En un mismo curso se celebrarán elecciones presidenciales en países de gran importancia económica y social en el subcontinente, como son Brasil, Venezuela, México o Colombia. En un territorio en el que la política se ha movido, en muchas ocasiones, como si se tratase de una hilera de fichas de dominó, los resultados que se den de forma interna pueden trasladarse a otros comicios.
Al tiempo que se conoce que Lula da Silva, el reconocido expresidente de Brasil, no podrá presentarse a las elecciones de su país y deberá ingresar en prisión por un delito de corrupción, Colombia emerge como el recipiente en el que, por primera vez en su historia, un líder de la izquierda latinoamericana pueda llegar a presidir el Gobierno. Las elecciones en Colombia pueden suponer un antes y un después en una región que en los últimos años había virado hacia la derecha tras las victorias de Mauricio Macri, en Argentina, Sebastián Piñera, en Chile y de Pedro Pablo Kuczynski en Perú; o la llegada a la presidencia de Brasil, por la destitución por una investigación de corrupción de Dilma Rousseff, del también conservador, Michel Temer. Sin embargo, la fortaleza de estos líderes ha sido diezmada por diversas causas: Macri se ha encontrado con una respuesta social masiva y organizada a sus recortes; Temer se encuentra inmerso en una investigación a su persona por corrupción; Kuczynski ha dimitido acosado también por indicios de corrupción en relación a la enorme investigación de Odebrecht. El único que se mantiene firme en el ala derecha de América Latina, quizá porque ganó las elecciones hace tan sólo tres meses, es Piñera.
En este escenario, las elecciones del presente año se antojan fundamentales para el devenir de un continente que comparte muchas cosas: un horizonte utópico de riqueza, una diversidad cultural y étnica enorme, un territorio plagado de bellezas naturales de las que brotan multitud de alimentos y unos casos de corrupción que asolan las sociedades de estos países. Colombia, por primera vez en su historia democrática, se plantea cambiar el rumbo que había elegido desde hace décadas. Y no es casualidad.
Estas son las primeras elecciones en Colombia que no están marcadas por el conflicto con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Ese hecho cambia por completo el juego político. Por primera vez, la primera pregunta a la que se enfrentan los candidatos no es: «¿Cuál será su posición con la guerrilla?». Y este escenario ha abierto la puerta a que el país elija un presidente de otra ideología. En este artículo trataremos de centrarnos en la política interna del país colombiano y dejar fuera del análisis las cuestiones internacionales, entre las que se encuentra la relación entre Colombia y Venezuela.
Colombia por primera vez se enfrenta a su destino real. ¿Qué hacer con el país? Hasta ahora, el conflicto armado había ocultado o dejado para más tarde las cuestiones que se tratan en estas elecciones. Hoy, en estos comicios, se habla de modelo energético, del sistema de salud, de la necesaria reforma de la educación superior o de la importancia de la construcción de una infraestructura pública acorde con los objetivos del país en el futuro. Sin embargo, otro monstruo ha llegado para instalarse en estos debates.
La polarización, generada por las diferentes partes de la contienda, marca el debate previo a las elecciones que se celebrarán el próximo 27 de mayo. Gustavo Petro, exguerrillero del extinto grupo armado M-19 y quien ya fuera alcalde de la capital del país, Bogotá, se presenta como el líder de la izquierda. En un país donde los liberales y los conservadores se han turnado la gestión del país a lo largo de más de un siglo, Petro plantea cambiar de raíz muchas de las estructuras de Colombia. Su propuesta, fundamentada en un programa llamado Colombia Humana, se fundamenta en acabar con las Empresas Promotoras de Salud (EPS), intermediarias entre el ciudadano y el servicio médico; promover el afianzamiento de los acuerdos de paz y, sobre todo, transformar la base energética del país con la mayor biodiversidad de todo el planeta, cambiando el uso de energías fósiles por energías renovables. Esos tres ejes sobre los que soporta otras acciones son enfrentados de manera visceral por el candidato conservador, Iván Duque. Duque, apadrinado por el expresidente de Colombia, Álvaro Uribe, defiende los rasgos básicos del capitalismo neoliberal del presente: fomentar la creación de empleo con la bajada de impuestos a las grandes fortunas; desarrollar una política energética basada en la explotación del suelo y, la gran confrontación, modificar unos acuerdos de paz que según el uribismo tan sólo han beneficiado a la guerrilla.
Estos dos son los candidatos más destacados en los sondeos previos a las votaciones. Al contrario de otros comicios, otros candidatos se presentan con una mayor importancia que la de secundarios alborotadores. Sergio Fajardo, exalcalde de Medellín, surge como una opción que ha tenido gran acogida entre quienes no desean una transformación tan ambiciosa como la que propone Petro, pero que también se enfrenta a la derecha encarnada por Uribe. Su propuesta es más tibia pero más acogedora con los indecisos, una gran mayoría en un país atosigado por los fraudes políticos de sus líderes.
Otros candidatos como Humberto de la Calle, negociador de la paz del gobierno del presidente Santos, Piedad Córdoba, importante líder de la comunidad indígena y afro y Germán Vargas Lleras, cercano al actual presidente, se presentan como llaves para la consecución del gobierno final.
El escenario está servido: Colombia debe decidir sobre un futuro en el que el fantasma de la violencia no está en juego. Los colombianos tienen la oportunidad de transformar un país que tiene muchas deficiencias como la escasa inversión pública, la privatización de la salud y la educación, un desempleo que crece ya por encima del 10% o la violencia común que persiste con gran notoriedad en algunas zonas del país. Lo que no sabemos es qué camino escogerá y sobre todo, cómo dejará atrás el desechado para evitar indeseados conflictos en el futuro.