Hace algunos dìas conocíamos que una rata había hecho saltar todas las alarmas en la central nuclear Fukushima de Japón al morir electrocutada en uno de los cuadros eléctricos, lo que desencadenó un cortocircuito que detuvo los sistemas de refrigeración de la planta. Recordemos que la Central Nuclear japonesa sufrió el 11 de marzo de 2011 una explosión derivada del terremoto que se produjo en las costas del país nipón, y desde entonces se ha estado trabajando para evitar la fuga de material radioactivo y estabilizar la zona. Un escape de material radioactivo que, primero, mantuvo a la humanidad en vilo, y después fue cayendo en el olvido devorado por la actualidad.
Y ahora el fantasma de una nueva catástrofe nuclear vuelve a los titulares de todo el mundo a causa de un roedor. Desde estas líneas quiero mostrar mi más sentido pésame a la familia de aquella rata. Su muerte no ha sido en vano: ha conseguido que el señor Masayuki Ono, portavoz de la empresa operadora de la central, TEPCO, salga ante los medios de comunicación a dar explicaciones. Más cruel para los allegados ha debido ser la visión explícita de una fotografía de su congénere muerto, que TEPCO difundió para convencer a la sociedad de que el accidente no era debido a fallo humano, sino más bien a una aventura animal. El caso me ha hecho recordar que las ratas siempre han mantenido una postura reivindicativa ante el progreso humano más despiadado. Siempre han tratado de marcar su postura cuando la civilización ha realizado obras mastodónticas. El Londres del siglo XIX, por ejemplo, abierto de par en par para la construcción del metro, era un hervidero de roedores de tamaños desorbitados. Con su presencia alertaban de que aquello era un allanamiento de morada en toda regla: “lo de arriba para vosotros y lo de abajo para nosotras”, debían reclamar.
Nuestra rata aventurera de la central nuclear de Fukushima sería, por tanto, una ecologista muy reivindicativa. No se puede entender de otra manera que haya elegido exactamente el aniversario de dos años desde el accidente para saltar del anonimato a los informativos mundiales. En la reunión previa al día en que emprendiera su último viaje, las amigas y familia, la debieron intentar calmar, pero no fue posible. Ella, fiel a sus principios, sabía que su muerte era la única manera de volver a colocar el foco de atención en las consecuencias a nivel global del uso y almacenamiento de la energía nuclear. Debía conocer bien que una efeméride es el mejor momento para emprender una acción, y allá fue aun sabiendo que esa acción iba a ser fatal para ella.
Su boicot a la central y posterior muerte nos ha alertado que la central de Fukushima continúa siendo altamente vulnerable. La simple presencia de nuestra rata visionaria ha estado a punto de derivar en una nueva explosión que podría haber sido fatal para millones de personas. En tiempos en los que la energía nuclear es un debate abierto en numerosos países del mundo, la muerte de esta heroína ecologista puede ser un nuevo ejemplo para convencer a los responsables de la economía energética mundial de que la opción nuclear no es la más segura ni la más respetuosa con el Medio Ambiente. Los partidos ecologistas deberían hacer de esta rata su mártir, ya que no hay acción que atraiga más al público que la muerte por la causa en la que se cree. Hacer camisetas o banderas con la imagen de la rata muerta podría ser una buena idea para su labor de concienciación.
El terremoto de Japón fue de tal magnitud que movió el eje de la tierra en 10 centímetros. Nuestra mártir ecologista (vamos llamarla ya como se merece) tan solo contaba con la energía que impulsaba sus pequeñas patas. Si tan insignificante animal, a pesar de la grandeza de su acción, puede provocar una situación parecida a la de un Tsunami, se puede pensar que la situación no está tan controlada como las autoridades se apresuraron en afirmar desde que ocurriera la explosión del reactor. Mostrar al mundo al aguerrido roedor como causante de una posible catástrofe mundial no es justo: el problema es humano. Alguien tenía que avisarnos. Y ella, la rata anónima me ha ayudado a recordar aquella cita del célebre escritor romano, Plinio el Viejo: lo mejor que la naturaleza ha dado al hombre es la brevedad de su vida. Descanse en paz.