Para elaborar una caliente y deliciosa taza de café las prisas son malas consejeras. Por eso en Londres el café no suele ser bueno. Londres es la ciudad de las urgencias, del maletín llevado a toda prisa bajo el brazo por sus largas y agitadas avenidas, de las escaleras que se ascienden sorteando a personas que se rozan sin mirarse. Es imposible hacer un buen café en estas condiciones. Sin embargo, el té se adapta mucho mejor a la exigencia londinense: el agua, que ha sido hervida mediante un aparato eléctrico para ahorrar tiempo, se derrama sobre las hojas que hacen florecer la inyección de energía que el consumidor necesita. Puro pragmatismo para seguir acumulando prisas.
En Londres además se encuentran las oficinas de las multinacionales más importantes del mundo. Si los hombres de negocios, en sentido literal por la ausencia de mujeres, aspiran a esa sensación ficticia llamada éxito, deben pasar largas temporadas en la metrópolis inglesa en algún momento de su vida. En estas oficinas se discute, se negocia, se toman decisiones. British Petroleum es una de las compañías que tiene en Londres su sede central. La compañía petrolífera es según la lista Forbes la octava empresa más poderosa del mundo. A pesar de no haber buen café en la ciudad, es fácil imaginar que este líquido debe ser uno de los productos más consumidos en la sede de British Petroleum.
Paradójicamente, BP ha centrado parte de sus negocios internacionales más lucrativos en la tierra del café. La compañía inglesa se estableció en Colombia hace más de 20 años, especialmente en el departamento de Casanare, donde existe un gran yacimiento de petróleo. Las decisiones sobre Casanare, sobre sus ciudadanos, sus trabajadores y su petróleo se han tomado en la sede de BP en Londres regadas, seguramente, con mal café. Allí se decidió, por ejemplo, adquirir el 15% del oleoducto OCENSA que atraviesa el país latinoamericano desde las áreas de petróleo de Casanare llamadas Cusiana y Cupiagua hasta Coveñas, en el Mar Caribe. Allí el oro negro se exporta al resto del mundo. También en esa misma sede y con ese mismo café, se recibiría con una imaginable insignificante atención la noticia de que un grupo de secuestradores paramilitares de Colombia aseguraba que recibían órdenes de la propia empresa OCENSA cuando amenazaron, asesinaron y secuestraron a todos aquellos que reclamaron la mejora de las condiciones laborales de los trabajadores y una mayor protección del medio ambiente en la zona.
Gilberto Torres fue uno de los afectados por su osadía. Gilberto Torres es un sindicalista que fue raptado y torturado en febrero de 2002 por las fuerzas paramilitares del Estado Colombiano. Sorprendentemente, por su rara frecuencia, consiguió escapar vivo del secuestro después de 42 días de retención en condiciones precarias. Luego se tuvo que marchar exiliado, como tantos otros colombianos que se atrevieron a levantar la voz, a otro país, en este caso a España. Desde allí continuó luchando para identificar a quienes decidieron la privación de su libertad. En agosto de 2016 Gilberto Torres ha visto cómo su lucha ha dado un paso adelante: el Tribunal Supremo de Londres ha admitido a trámite su caso contra British Petroleum por su culpabilidad en su secuestro y tortura. Quizá el café esta vez ha sabido más agrio en la sala de reuniones de BP en Londres. Pero siempre ha sido el mismo café.
La propiedad de las tierras ha sido el germen de la continua guerra que ha sufrido Colombia a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y principios del siglo XXI. Pero detrás de este conflicto que los medios de comunicación tratan de escorar en la sociedad colombiana, como si el problema fuera endogámico de esta zona del mundo, existe la enorme influencia de las grandes empresas dedicadas a la extracción de las riquezas naturales. Eduardo Galeano decía, con dolorosa ironía, que quizá el destrozo de los países menos poderosos y expoliados era culpa de ellos mismos, por la enorme presencia de recursos naturales en sus tierras. Por eso quizá es necesario pensar que BP se vio obligado a acallar a quienes se opusieron a la explotación de las tierras sin control, que no fue culpa de la compañía sino del propio motor del mundo que obliga a extraer sin reparar en las consecuencias.
En ocasiones la verdad al menos saca la cabeza. Ahora BP se enfrenta a una acusación como artífice de secuestro y tortura de Gilberto Torres, dirigente de la Unión Sindical Obrera de Colombia por “defender los derechos laborales de los trabajadores de Ecopetrol (Compañía Colombiana de Petróleos) y los de los que laboraban para las diversas multinacionales petrolíferas que operan en la región de Casanare”, según palabras de Torres. Las muestras de solidaridad, incluida una huelga petrolera de 24 días, que se vivieron tras su secuestro posibilitaron su liberación con la amenaza de su asesinato si no salía inmediatamente del país. En dos meses lo hizo. En ese mismo tiempo, BP ya había sido pionero en la firma de varios acuerdos en favor de los Derechos Humanos; había iniciado una serie de contactos con diferentes Organizaciones no Gubernamentales para desarrollar la economía de las zonas afectadas por sus trabajos; e incluso en 1994 había creado la Fundación Amanecer con el objetivo de ayudar a las familias de la zona pero que finalmente solo se dedicó a aconsejar a los trabajadores que no reclamaran los perjuicios que pudieran sufrir. La Responsabilidad Social Corporativa, la llaman. Apretones de mano en fotografías y letras negras sobre un papel mojado que se arruga a medida que las grandes multinacionales aplastan los territorios en un evidente neocolonialismo de guante blanco.
Pocos medios de comunicación se harán eco de este paso adelante dado por Gilberto Torres pero ofrece algo de esperanza pensar que las pruebas son tan consistentes que el Tribunal Supremo de Londres se ha visto obligado a aceptar la denuncia para investigarla. La demagogia con la que actúan las grandes compañías petrolíferas tiene incluso la complicidad de las Naciones Unidas, ya que el Representante Especial del Secretariado General de las Naciones Unidas, John Ruggie, visitó las instalaciones de BP para la formación en Derechos Humanos del ejército colombiano en enero de 2007 y aseguró que los Principios Voluntarios impulsados por BP habían sido felizmente adaptados por la Brigada XVI del ejército, anteriormente conocida por sus sangrientas actividades. Mientras que el Sr. Ruggie decía esto, según un informe de varias organizaciones colombianas de derechos humanos, la brigada XVI asesinaba al activista Ángel Camacho justamente el mismo mes de la visita del representante de Naciones Unidas en el municipio de Aguazul. El mismo informe asegura que en ese año 2007, la Brigada XVI realizó 30 ejecuciones extrajudiciales además de vigilar ilegalmente a los activistas comunitarios en los alrededores de los campos petrolíferos. Incluso, el propio Sargento Ávila del Batallón XLIV aseguraba en una reunión informal que “ser de izquierdas podía ser causa de su eliminación”.
Todo ocurría mientras en la sede central de British Petroleum se seguirían recibiendo kilos y kilos de café para las reuniones de la mañana. Quizá a los que decidían acerca de estos hechos les gustase más el té porque no deja posos en la taza. Quizá, como decía Galeano con su terrible y lúcido pensamiento, el fatal destino de su tierra era culpa del café que se quedaba al final de la taza, imagen de aquellos que se quedaron en el camino por luchar por lo que desde luego no es de quien lo bebe. Quizá un día veremos cómo el café atraganta las gargantas de los culpables.