Hace pocas semanas desde que asumió la presidencia, cuando la mayor parte de los asuntos prioritarios para los países, en particular para las grandes potencias, se encontraban prácticamente detenidos en el tiempo o con avances y retrocesos muy poco significativos. Si consideramos a sus responsables, los líderes gobernantes de esos mismos Estados, la característica predominante era que seguían siendo dirigidos por los mismos, detentando el poder desde hace largos años y en gran medida, siendo responsables de las situaciones de crisis provocadas por ellos mismos. En Estados Unidos, los meses finales de la administración de Biden fueron más de dudas que de certezas, mostrando una creciente fragilidad personal, y no logrando traspasar un legado perdurable a su Vice Presidenta y candidata demócrata, Kamala Harris.
La vuelta de Donald Trump parecía indicar que regresaba otro de los ya viejos conocidos que se sumaría a los demás, por lo que no se esperaban signos de cambios importantes. Nuevamente la misma retórica grandilocuente y los desplantes que, por bien sabidos, ya no debían traer sorpresas a futuro ni acarrear cambios profundos. No ha sido así.
Como logró ganar su elección sin cuestionamientos, con mayoría en la Cámara de Representantes, en el Senado, y en la Suprema Corte con muchos de sus Jueces nombrados en su mandato previo; así como un liderazgo sin oposición en el Partido Republicano, podrá ejercer la presidencia sólo buscando cumplir su programa lo más fielmente posible.
Se debe considerar también que, únicamente cuenta con cuatro años para realizar tantos cambios y proyectos, sin reelección. Un plazo bastante breve para intentar cualquier política innovadora, sobre todo en asuntos internacionales, los que usualmente toman un tiempo mayor, al no depender sólo de una de las partes sino de todas las involucradas.
La reacción ha sido inmediata, ante un Trump recargado y acelerado en sus objetivos. De manera inesperada se ha dedicado a hacer propuestas disruptivas, irrealizables en la práctica, mostrando una redoblada voluntad de imponer a un Estados Unidos renovado, y que no duda en mostrar toda su capacidad, así sea en las políticas arancelarias, búsqueda de los equilibrios en las balanzas comerciales, control de los migrantes, combate y deportación de aquellos irregulares considerados como delincuentes, y reforzamiento de la seguridad interior y exterior. Así como la oferta de soluciones propias a los grandes problemas mundiales.
Los antiguos anticuerpos que siempre ha provocado, se han vuelto a manifestar en respuesta a los nuevos planteamientos, casi como una reacción natural. No sólo frente a los propósitos explicitados, sino como una postura directa y generalmente negativa, en todos los aspectos y muy claramente en lo político, por provenir de Estados Unidos y por tratarse de Trump. En general, las soluciones han sido sumamente extemporáneas y presentadas como un despropósito insensato, pues no cabe duda de que se han formulado con plena conciencia de que no serían aceptadas, tal y como se formulan.
Por lo tanto, por sobre las reacciones predecibles, hay que considerarlas más bien como un elemento negociador que busca obtener resultados, dentro de aquellos priorizados por Trump y ofrecidos en su campaña, más que obtener el propósito planteado inicialmente.
Tampoco constituye una verdadera sorpresa, y es bien conocida esta técnica entre las diversas estrategias aplicables a una negociación. Se comienza por mostrar una posición agresiva inicial, para después morigerar posiciones. Eso sí, no abandonando nunca la iniciativa y exigiendo lo máximo, para contentarse con un resultado muchas veces parcial, que es el verdaderamente buscado al momento de negociar formalmente. Todo ello acompañado de la necesaria anticipación, buscando descolocar a la contraparte sin que importe verdaderamente su reacción inmediata, la que no será debidamente considerada al momento de alcanzar un acuerdo, pero manteniendo siempre una posición de ventaja.
La diferencia ahora, está en las medidas de retorsión que Trump está dispuesto a emplear y que no oculta. No sólo las reales o potenciales aplicables en caso de obtener una respuesta negativa, sino otras que igualmente alude. Por tanto, se muestra incisivo, por ejemplo, subiendo los aranceles a las importaciones hacia Estados Unidos por sobre cualquier acuerdo que esté vigente. La reacción es la esperada, pues el país afectado automáticamente hará lo mismo y subirá los suyos en igual o mayor proporción. Naturalmente, aquí entra en juego la fortaleza norteamericana frente a cualquier otro competidor. En definitiva, buscará doblegarlo hasta obtener algo ventajoso a cambio, en el mismo plano comercial, o en otro que sea de su interés. Así, la presión arancelaria no será el propósito principal sino otro, buscado supletoriamente.
Los consabidos reclamos a la Organización Mundial de Comercio (OMC), o a otro organismo competente, están descontados y poco importan. El sistema de solución de controversias comerciales de la OMC, ha sido contemplado en particular para estos problemas arancelarios. Entre sus etapas, está el recurso al Director de la OMC, a sus órganos decisorios, o la creación de paneles de expertos. En definitiva, únicamente procuran acercar las posiciones de las partes en conflicto, y si no hubiere resultados, entonces accederán a que la parte afectada, pueda subir sus aranceles en proporción equivalente. Esta vez, de manera legal y autorizada, quedando el infractor en la ilegalidad. Se intenta que las partes recapaciten y logren volver a la normalidad arancelaria vulnerada.
De esta manera, la propuesta inicial que propone Trump, y que en ocasiones es totalmente desproporcionada, no es la real, sino que constituye uno de los elementos de la estrategia de una negociación mucho más amplia. Eso sí, tratándose de una potencia como Estados Unidos, y de un personaje que se muestra capaz de lograr sus objetivos, utilizando todo su poderío económico, militar o político, se crea una situación de desequilibrio en su favor. Ha pasado a ser el arma preferida de Trump, que sigue utilizando en la mayoría de los casos.
Las reacciones no se han hecho esperar, y generalmente han sido negativas y contrarias, partiendo por la contraparte involucrada. Casi en todas las situaciones la respuesta ha sido inmediata, acompañada de duras críticas y descalificaciones. En especial, porque se han centrado en el propósito inicial inaceptable, sin considerar que el verdadero objetivo es otro mucho más razonable y posible de ser alcanzado.
En definitiva, así viene ocurriendo y Trump obtiene algún punto diferente, pero indudablemente de su conveniencia. El resultado definitivo no es posible anticiparlo por completo, al existir muchos riesgos de que estas relaciones internacionales trastocadas, y no previstas, alteren todavía más un campo internacional que se encuentra altamente tensionado.
Lo que ha quedado en evidencia en estos pocos días, es que la interrelación de las fuerzas entre los diversos países ya no es la misma, y deja un mundo totalmente cambiado.