A Ivan g (aka O'Zinho), modo de ser o superficie de individuación donde se implican tantas (y tontas) singularidades preindividuales (la bella metáfora escotista-cusana: Dios como complicatio mundi, el universo como explicatio Dei) lo nacieron en la vieja Ofiusa, que no es un país, sino un devenir (devenir gallego contra los frijoles de hoy y a favor de las ararás por-venir), finis terrae atlántico en el que, a decir de otro poeta, hay un mar más alto que el cielo.
Toda vez que los griegos han perdido su antiguo glamour, barrunta su condición marrana, que no cochina (que es y no es adjetivo araraísta); no en vano, afirma (si fuera posible afirmar otra cosa que la vida) ser descendiente de Spinoza, el príncipe de los filósofos que sí, sabía expresarse en esa lengua salvaje en la que hablaban los indios de Cunqueiro — y cuya extinción representa el triste sueño diurno y la insana polución nocturna de esos nuevos bárbaros, ayer y siempre Atila en Galicia, dizque bífidos que no se ponen colorados ni aunque sus padres y abuelos dejen un reguero de invidentes y viudas allá por donde metílicamente pasan. En la universidad, además de enredarse con la ojiplática Filosofía, se aproximó a la ojizarca Filología Clásica, donde conchabó, cual celestino del concepto, diferencia y hápax, estructuralismo y retórica, Simondon con Aristóteles. Pero Los filólogos (Bergamín aristofánico cum grano salis grahamgreeneano) permanecieron americanos e impasibles. Así que, cervantino, luego fuese y no hubo nada.
Desterritorializó sus afectos oestrímnicos y los reterritorializó en ciudades como Lisboa, Roma, Berlín, Madrid, Coruña o Vigo, otrora ciudad dantesca en cuya entrada colgaba el célebre verso de las puertas del infierno, pero que hoy, se dice, brilla con luz propia, especialmente en Navidad.
A pesar de luchar (algunas noches) contra la tentación de las pasiones tristes, no pocas veces desearía resetear su singladura y volver del noema al poema, del objeto a la acción; del deseo a la carne, de la raíz a la flor.