Me llamo Miguel Ángel Flores Manzo (Daimon), soy escritor de General Juan Madariaga, provincia de Buenos Aires, Argentina.
Comencé a escribir prosa oscura en mi adolescencia, influenciado por escritores como: H.P. Lovecraft, Edgard Allan Poe y Robert Bloch, por citar algunos. En 1999 edité la revista literaria Daimon, asumiendo el rol de director y corrector de la misma. He participado de otras publicaciones sin fines de lucro, con el firme deseo de que mis letras sean para el mundo tan libres como me siento yo.
Soy miembro del Ceiqs, grupo de escritores de Quilmes y Solano, ciudades bonaerenses. Modero también las páginas de Facebook: Escritores Independientes y Taller de cuento, escritura, corrección y consejos, entre otras. Dicto un taller literario, presencial o a distancia, y soy mentor de otros escritores.
Dicho esto, a modo de presentación, vale citar algunas circunstancias que me arrojaron a los brazos de la lectura y de la literatura y, por qué no, contar algo de mi realidad actual.
Igual que otros escritores, entré a la literatura por el túnel del dolor.
En 1982 a mi padre lo internan en el Sanatorio Antártida, en Capital Federal, para una compleja operación de corazón. Yo tenía diez años y, desde los seis, leía con avidez.
El prestigioso hospital está en Avenida Rivadavia 4980; por aquel entonces, había una feria grande y variopinta en el parque adjunto que tiene el mismo nombre que la ancha avenida.
Para mitigar mi tristeza, mi madre bajaba conmigo de la mano hasta los puestos de la feria y me compraba todas las revistas que me gustaban: Patoruzú, Marvel y sus superhéroes acomplejados, algunas de DC Comics y otras muy curiosas. Ya era un adicto a los ovnis y a los misterios del antiguo Egipto.
Por fortuna, mi padre se recuperó y marcó ciertas pautas de convivencia que favorecieron a la constante lectura; podía mirar televisión hasta las diez de la noche y luego me permitía mantener encendida la luz de mi cuarto hasta la medianoche. Esas dos horas eran mágicas; tan solo recordarlas, me emociona. Fue en el calor de mi habitación y con luz tenue, donde me sumergí en la colección de clásicos Robin Hood, libros amarillos de tapa dura. Qué decir de Emilio Salgari o Sir Arthur Conan Doyle, una pasada, como dicen los españoles.
Amén de todas esas aventuras ilustradas, los libros más inmersivos fueron los de la Editorial Bruguera, los bolsilibros de la colección Terror y Ciencia Ficción.
Clark Carrados, Ralph Barby (Rafael Barberan Domínguez, prolífico como pocos) o Joseph Berna hicieron de mí lo que hoy soy, un volado. Solo tenía once años y en solo dos noches devoraba alguno de esos libros de cien páginas, al terminarlos los canjeaba en los típicos canjes de libros y revistas de principios de los ochenta.
Tenía trece años cuando escribí mis primeros poemas oscuros; para ese entonces, ya había padecido mi primera internación en psiquiatría. Según los médicos, en un intento de graficar, aseguraban que mi mente tenía la capacidad de un tazón, pero la había rebalsado con información poco adecuada para mi edad. Muchos documentales y lectura que es mejor ni citar.
Después de mi internación más larga y la última, tuve mi primer local de rock bautizado Dominios y una revista literaria, Daimon. Primera y única revista de esa clase en mi ciudad, General Juan Madariaga.
Fue el rock, el maldito rock, lo que me apartó de la escritura por muchos años. Como guitarrista de hard rock me lancé a las rutas y ciudades de mi país, pero eso es otra historia.
El dolor me devolvió a la palabra en papel, en la pandemia. Mientras quebraba económicamente y el encierro nos amontonaba el pensamiento, yo volví a escribir, después de veinte años en un estado catatónico de pluma.
La diferencia la hizo una página de Facebook, Escritores Independientes, de la cual soy moderador. Gracias a una intensa interacción con otros escritores, decidí dedicar parte de mi tiempo a estudiar todo acerca de la escritura; por ello, dicto un taller literario y soy mentor de algunos colegas.
Como siempre, el dolor ha marcado a mi vida, que ha sido intensa y digna de varias novelas que no me atrevo a escribir.
En la actualidad estoy abocado a criar a mi hijo de tres años, que está a mi cuidado desde sus seis meses de vida; por otra parte, no paro de estudiar a diversos escritores y sus técnicas, y de escribir prosa y poesía.
Como mencioné antes, he quebrado y estamos, con mi niño, entre los millones de pobres de mi país. Dicho sea de paso, un escalón más abajo de esa penosa línea de pobreza. No obstante, la dura realidad de la subsistencia no mellan nuestra felicidad de padre inseparable y de hijo travieso y compañero.
Debo decir que si tengo una meta como escritor es la de trascender, ser valorado y custodiado por generaciones venideras. Por tanto, no me desvela publicar libros o ganar concursos, ni estar en el podio de los likes y los fútiles aplausos. Busco, sin descanso, la forma no explorada, la voz auténtica, la poesía nunca escrita como, por ejemplo, el subgénero poético que he creado: la poesía posthumana.
Para concluir, imposible olvidar a Clive Barker y a Thomas Ligotti, como luz oscura, y al Maestro Jorge Luis Borges, como la ceguera de la iluminación. Entre otros menores, son ellos mi faro y mi destino.
Mi página oficial es Daimon Relatos.
Salud y prosperidad para todos.