Para comprender a qué denomino e instauro como nueva antipoesía, hay que conocer la obra de un poeta revolucionario.

Nicanor Parra nació en septiembre del año 1914, en la zona precordillerana de Chillán, en Chile. Fue un campesino con aficiones artísticas. Su familia era pobre y su padre un bohemio sin remedio. Como muchos poetas, comenzó imitando la poesía de otros, con versos cargados y muy floridos. En 1935 publica su primer cuento, “Gato en el camino”, que es bien acogido por los más cercanos.

Diecisiete años después de la publicación de su primer libro, Cancionero sin nombre, y después de un tiempo en Oxford, en donde se acerca al universo de autores como T.S. Elliot y William Blake, aparece su segundo libro y la raíz de lo que sería la antipoesía: Poemas y antipoemas (1954).

Con su antipoesía, este poeta chileno buscó romper los formalismos, alejarse de las normas que encasillaban a la poesía, por su complejidad barroca y “su buen gusto”, y que la acercaba más a los literatos y a las clases sociales con recursos económicos y estudios académicos.

Está forma poética que él desarrolló con agudeza y mordacidad, acerca el pensamiento poético a todas las clases sociales, desde un lenguaje común y claro. En alguna medida determinó a los escritores que le sucedieron.

Nueva antipoesía

Pero este artículo no es sobre Parra, sino sobre la manera en que intento renovar ese espíritu rupturista. La nueva antipoesía es una propuesta para todos los escritores, es necesario volver a salir de los moldes y arriesgarse. Extrapolar el lenguaje tanto como sea posible, torcerlo y desquiciarlo.

La nueva antipoesía tiene una belleza sucia, una forma obtusa y unos parámetros que solo con atrevimiento encontraremos.

Ya ha pasado mucho tiempo de la antipoesía de Nicanor Parra y de otras formas poéticas que pretendieron ser vanguardistas. Creo que es hora de intentar desempolvarnos, especialmente antes que la inteligencia artificial nos diga como innovar, con ejemplos propios.

¿Por qué es mala la mala palabra, si putita dicho suave y al oído es tan poético como un verso de Machado?

¡Mascalzone travestido y sin calzón! Desnudito por el prado, white boy de mi corazón. Versos así son un bofetón al entendimiento, un ni fu ni fa de qué está pasando acá.

¿Se entiende? Con la nueva antipoesía podemos estrujar, recombinar y forzar el idioma hasta donde nos alcance la creatividad. Y digo el idioma en vez de los idiomas porque, en algún punto, diferentes lenguas se encuentran.

¿Habrá un buen gusto implícito en esta forma? Seguro, pero será amargo, ácido y mordaz al mismo tiempo.

Si los poetas nos estancamos es por desidia, no por la falta de herramientas o un agotamiento del idioma. Hay tantas formas sin quebrar aún, que andan por el éter de las posibilidades a puro martillazo en sus piernas léxicas, se autoflagelan de aburridas. ¡De mí no se salvarán!

Nueva antipoesía….

Al leer, les ruego que se tapen los ojos.

Fui

Y ahora me voy...
Gastado rulemán del adiós.
Un bolillero deshecho,
el infatigable tormento del reinicio.
A pastar como el camello la arena marchita.
A un nuevo amanecer de bordonas que se agitan y desdicen por la impenetrable payada del silencio.
Me voy para adentro
del juguete tornasolado de mi niño;
aviador de Duravit y bloquecitos
con vacíos que encastran en un superpuesto decir.
Me estoy yendo de lo raro hacia el desliz,
en la camioneta apostólica
por la 43 y la ochava de un impreciso cardenal con serotipo.
Cuánta fruta en el olvido, cuánta piedad cuántica cedida,
si en el cuello hay un ajuste y en la soga de la paranoia va tu herida.
Me voy...
Me despido de la estreñida televisión
y del ñoño locutor que se tildó.
Me persigue un espía del CBGB
que ha cifrado su riñón con la estratagema de un rockstar.
Y Magdalena y María Teresa y Mirta; pero no Legrand;
solo un paralelogramo feminista
con fantasías de Hal 9000.
Evidencio un color, un monolito divino,
algo con partitura Wagneriana y en sol catatónico menor.
Distante.
Por eso me voy... alienado.
Con la esquizofrenia desfallecida y el palier en movimiento fuera del tiempo, en el cenit del cenicero en su ceniciento fluir.
Tan particular como un pis,
cabizbajo, partí.

Luces del túnel

Luz blanca en la explanada
subterránea.
Ecos a la distancia amagan
y un fantasma reaparece de azulejo
surcado por irremediables dedos con caca.
Por diarios, entronizada, te hallo
encima de una banca poco convexa,
nada lisa, abollada.
Escupo en tu laxa oreja,
fuente de plegadas parábolas,
malditos versos de un poeta entristecido
y aún más maldito.
Y solo pedos, ¡rajá de acá!, tú me contestas.
El tren marchito, esta vez, no tarda;
como una máquina de mazapán
abre su boca,
lanza moscas del subterfugio y otras endebles cosas mojadas.
Voy al agujero,
quedas atrás, enrollada,
hecha un ovillo de festichola parda;
arrepentida, quizás, y meada…,
estrafalaria.

Ominoso poema

Lorna sujeta sujetos sujetados de ira,
en Babilonia Editorial.
Nevermind.
Del pistacho zepeliano, ni fu ni fa…,
los pitufos, menos.
Sam ha dejado de tocar otra por los ruidos molestos.
Estreptococos en botella de las tres y cuarto
y una media rasgada de lycra.
Presumido, El Sacacorchos y su centro, bien echado, de dolmen.
ETA me vuela el mate.
No sé, ¿y vos?
DEPENDENCIA DE SERVICIO, SOLO PERSONAL AUTORIZADO.
Sinónimo ultradimensional de parafina: Archaeopteryx, europio (EU), dodecaedro, comechingón, en ciernes; Ziplocs; Bonanza, la serie.
Poetas eran los de antes,
ahora son meros kamikazes de la perestroika.
Licuefacción.
End.

Concebir

Diablos grillados en vuelo colibrí
coquetean con mancebos que pretenden concebir.
Ignoran despóticos semáforos
de la urbe daltónica
y en el sinfín de los centenarios huesos
cogen
hasta un molesto crujir del pavimento.
Con sus vencidos carnets
de Bafometos
y el entrecejo soldado a los cuernos,
los aventajados de la inmundicia,
puntean
con ajíes punzó de un avernal corolario.
Son demiurgos falsos de torvos abecedarios
que hacen patria abisal
al inseminar condenados.
Hay un misal que ansía
hijos quemados con sellos arcanos pero,
en decires de pájaros,
habrá pichones de rezagados rasgos
más que eventuales licántropos.
Pariciones con sus fatuas maldiciones,
soluciones de útero caucásico
y solo engendros,
sin sanciones o raídos rituales paganos,
como álbum de flojas canciones
de lo áspero y satánico.
Colibríes copulando,
diablos curvos excitados;
críos verdes, bermellón y dorado,
y en escamas de lo sacrosanto
habrá abatidos rezadores
persignando lo incubado.

La bosta es el amor

Pifie es enamorarse,
estrolarse la cabeza contra la absurda pared.
Metida de las tres patas
con saco, camisa y corbata,
hasta el hoyo bien profundo
de las promesas baratas
y el rotundo metejón
del estreñimiento y el llanto,
que apila en el magro montón
al flojo de corazón,
al listo que está blindado
y cae como un tarado
sumido en la depresión.

Una bosta es el amor
del beso apasionado,
el perfume afrancesado
Pachulí pero abrasivo
que deviene en sensitivo
al otario cabezón.
Ponerse como Capuleto,
bien paleto y mal pintado
oteando el duro balcón
del coño que se ha llamado
al cierre clasificado
del regalo, el chamuyo y el pudor
falso como el clamor
de fidelidad infinita
y palabras con cintitas,
colorcitos, coloretes,
que, como el erguido cohete,
meten quinta y se van
cuando se ha dado el ojete.

Es una bosta el amor
y enamorarse rumiando,
más vale ser cogindanga
solitario como perro
abotonado y culiando
que de casal abrasador.
Amor de la chingada
del pinche deslucido
cantor de los corridos
del cuerno abrumador.

¡Qué bosta es el amor!

Rastros de una mantilla enmohecida

Puta, mujer gregaria azulina,
devastada de la vagina,
nívea espuma de Minerva.
Inacabable en la siesta,
inmontable en controversias,
desahuciada de las tres tetas
que se sueñan...
se sueñan.
Fiera perra vieja
de razia carabinera;
curvilínea en diecinueve uñas partidas.
Meretriz de un monje tieso,
el cusco chuso y el “botijas”.
Cantinera de taperas que en sus fantasmas se asientan,
la más maja cantinera
sentada en seca jeta de botella.
Culo vasto e itinerante,
carga carne hasta las estrellas
y en cuclillas, cual chinche negra,
por sus mástiles se preña.

Puta, mujer de lava y vascuence,
del Pirineo y la wasca,
del solsticio y de los cielos,
entreverada en las nubes
a horcajadas del misterio.
En la noche de los perros
desmembra tardíos besos,
desde su acotado asterisco
hasta el filo del trastero.
Como eléctrico zafiro,
con júbilo,
en su relajo la observo.