Tengo 52 años y he visto demasiado.

Vi caer el muro a mazazos, a patadas, a golpes de puño, a fuerza de lagrimales estallados. Luego vi recoger sus ladrillos como suvenires.

Vi a Mandela resurgir de las rejas de Víctor Vester y, tras 26 años de cárcel, ser presidente de un país desangrado. Sin rencor, sin ansiedades, sin disgregar.

Vi, profundamente conmocionado, el triunfo de la voluntad.

A dos años de su estreno, vi The Truman Show; el personaje me causó una empatía inmediata y una desazón posterior, la trama. Es bueno saber que alguien logra sortear el montaje y malo comprender que tras la cúpula revelada aparece el cortinado, más allá una nueva escenografía y, luego, un laberinto indescifrable que no hace más que anticipar el misterio.

Vi toda la saga de la Guerra de las Galaxias, inclusive el capítulo de Ronald Reagan. Ese fue el que más me inquietó; supongo porque fue un actor mediocre.

Fui testigo de los ojos torcidos de Borges y de su forma de contemplar universos dispares, en penumbra. Mundos que solo él podía juntar con letras para terraformar la aridez del lenguaje.

Lo vi sonreír, con amplia humildad, en un reportaje que le hizo Carrizo para la TV; todavía me conmueve hasta el carozo del alma.

Vi jugar a Diego Armando Maradona y en un mismo partido hacer un gol con la mano de Dios; luego, sin despeinarse, el gol del siglo. ¡Barrilete cósmico!

D10s se escribe así, para la vastedad de futboleros, especialmente en Pakistán y en la India.

Cómo si eso fuese poco empacho de pelota y potrero grande, vi a Messi hacer más magia que Mandrake y Criss Angel juntos.

Anoche lo vi hacer un gol a Canadá; ese “vi” parece que va para largo. Si llega al sexto mundial, dejaré de escribir. El rosarino habrá roto la barrera de las palabras y no habrá más nada que decir.

En 1987 vi a Juan Pablo II, en la avenida más ancha del mundo. Fue impactante. Yo era muy joven y a pocos metros había un grupo de porteños punks con crestas largas y bien fijadas, camperas con parches de bandas, metales semioxidados y cadenas a la cintura. Al pasar el Papa, con tanta luz, blancura y vulnerabilidad, quedaron perplejos.

Vi a la rebeldía embriagarse de paz o a la iluminación imantarse de tachas.

Vi el DOS, el Windows 95, 98, Millennium, XP, el Windows Vista, el Seven, 8, 10, 11 y dale que va.

Vi la cara anodina de Bill Gates entrar en millones de hogares y tocar su musiquita al encender su sistema operativo. ¡Acá está el omnipresente tío Bill!

Vi Indiana Jones en VHS, Superman 3 en VCD, Matrix revoluciones en DVD, King Kong (una de tantas) en Blu-ray. Todo lo demás lo vi en la internet, o no.

Vi diapositivas proyectadas sobre una tela blanca en la sala de estar de mi casa paterna. Era pequeño; fue la “película” con más parsimonia que he visto.

En el 82, con apenas diez años mozos, vi pilotos argentinos con sus aviones al ras del mar hacer temblar al imperio.

Vi, entonces, la escarapela y la gloria enfrentar mil balas con sed de carne argentina.

Vi a Yasser Arafat con su pañuelo árabe y las pistoleras, parecía Sam Bigotes, pero iba en serio; especialmente cuando Clinton le estrechó la mano, en el 99.

Cuando tuve conciencia del mundo, los Deep Purple ya eran famosos y estaban allí, en la palestra de los medios, igual que Mirtha Legrand. Supongo que estiraré la pata y seguirán firmes, llenando estadios o brindando almuerzos, los incorregibles inmortales. ¡Qué lo parió, Mendieta!

Vi desplomarse a las Torres Gemelas. Demasiado rápido, diré.

Vi a toda la maldad del mundo derrumbar vidas y volverlas polvo.

Vi al Zar Pablo Escobar morir sobre un tejado y dejar su zoológico privado como absurda herencia. Parece que aún hay hipopótamos por los jardines.

Vi, por muchos, muchos, pero muchos años a Fidel, fumando habanos y dando discursos, inclusive más allá de Cuba y su paciencia.

Y de todos los libros que leí, Las venas abiertas de América Latina y Las flores del mal (con esos poemas malditos extra) me siguen desvelando.

Vi explotar al Challenger y no me gustó, nada de nada, que civiles ilusionados con las estrellas murieran así.

Vi a Jaime Torres drogarse con charangos y remontar al cielo de la música norteña como si el mañana fuese líquido. Un éxtasis, junto con Los Jaivas y la enamorada cordillera.

Vi al Glam Rock revolear acordes de quinta y delineador. Fue la primera vez que el culo de un flaco me pareció interesante.

Vi el auge del Tamagotchi y casi muero de depresión.

En el 96, a un tal Ian Wilmut, se le dio por clonar una oveja, no por falta de suéter, ni de mascotas. La llamó Dolly. El engendro murió en el 2003, harto de ser un sujeto de investigación.

Vi al breakdance de Michael Jackson contagiar generaciones enteras y nunca ser destronada, de sus imitadores, la caminata lunar.

Vi a la Cicciolina con un caballo, y no precisamente haciendo tareas de granja. Nunca antes había deseado ser mosca, como aquel día.

Vi las guerras televisadas; la del Golfo, la de Bosnia, la de Yemen, todas. Faltó un acomodador y los pochoclos para redondear una tarde de cine de acción con realismo garantizado. CNN se lució con los fuegos artificiales de Bagdad y La OTAN demostró que muchos no alcanzan para tapar los cadáveres de la ex-Yugoslavia.

Vi las estrechas caras de las dictaduras, de aquí y de allá. Tanto más lejos, más estrechas y más duras.

Pasé del tocadiscos al Walkman y del laser disc a Spotify.

¡Vi el cambio de siglo! En el 2012 esperé con ansia de idiota el vértice, al menos, de un cataclismo.

En el 2008 vi caer a Lehman Brothers y estallar la burbuja financiera. Parecía una metáfora lejana, impura; pero solo fue el principio de las grandes recesiones que hunden el mundo en la incertidumbre y la pobreza.

Vi un nacimiento trascendental en 2009: el pequeño Facebook. ¡Vaya si ha crecido el sabandija!

Otro nacimiento curioso ha sido el del Chat GPT. Por cierto, ya no hay biberones de datos que lo llenen.

Desde que apareció YouTube, he visto papanatas ejercer de youtubers; por fortuna, entre el pajar, encontré la aguja: La última página, con Diego Ortega y Sebastián Porrini.

Estuve a punto de creer, firmemente, en el postulado de Thomas Ligotti, donde menciona que lo mejor que puede hacer la humanidad es extinguirse.

Durante todos estos años vi al fenómeno OVNI jugar a las escondidas y a los que deben buscar respuestas, hacerse los ciegos.

Vi crecer la pobreza, año tras año. De la misma manera que la riqueza. La diferencia es que a los protagonistas del segundo ítem los distingo y hasta logro contarlos.

En 52 años he visto a China crecer sin pausa y disputar la supremacía mundial; con respecto a mi país, Argentina, en ese período solo he visto 52 maneras de dar excusas por los fracasos.

Vi a la derecha y a la izquierda, enfrentadas, siempre; con diferentes logos, caras, mañas, promesas y reivindicaciones.

Vi el fracaso hecho idea.

Vi al mundo llegar a los 2 minutos para la medianoche, varias veces. En algún cajón guardo el contador Geiger envuelto en celofán.

Vi la Noche de los lápices; fue la única película que me hizo cerrar los ojos y desear que todo fuese un mal sueño. Pero la pesadilla es tal, que es mejor morir a intentar entender. Es incomprensible aquello que está más allá del odio y la locura.

He sido contemporáneo del “Viejo” y la realidad de Bukowski. Cierta vez leí uno de sus poemas (si a ese churrasco crudo se le puede llamar poema), y me dije: “Después de Clive Barker, este tipo tiene el toque”.

Cuando mi padre comía…

Cuando mi padre comía
se le ponían los labios
grasientos
con la comida
y mientras comía
hablaba de lo
buena que era la comida
y de que
la mayoría de la gente
no comía
tan bien
como nosotros.
Le gustaba
rebanar
las sobras
del plato
con un trozo de
pan,
mientras hacía
ruidos de aprobación
que más bien parecían
gruñidos
sorbía el
café,
haciendo un ruido
fuerte
de burbujas
y después
dejaba
la taza.
“¿Qué hay de postre,
gelatina?”
Mi madre
la traía
en una fuente grande
y mi padre
la servía
y al caer en el plato
la gelatina producía
un ruido extraño,
casi como
el sonido de un
pedo.
Después venía
la crema batida,
a montones
sobre la gelatina.
“¡Mmm, gelatina y
crema batida!”
mi padre sorbía de
la cuchara
la gelatina y la crema
batida.
Sonaba como si
estuviera entrando en
un túnel
aerodinámico.
Después de terminar
eso
se limpiaba la boca
con una enorme servilleta blanca,
frotando con fuerza
en movimientos
circulares,
la servilleta
casi le ocultaba
toda
la cara
y después de eso
sacaba
los cigarrillos
Camel.
Encendía uno
con un fósforo de cocina
de madera,
y después dejaba
el fósforo
aún encendido
en un cenicero,
después un sorbo
de café,
volvía a dejar la taza
y daba una buena calada
al Camel.
“¡Mmm, qué buena
estaba la comida!”.
Poco después
en mi cuarto,
tumbado en la cama
a oscuras,
lo que había
comido
y lo que había
visto
conseguían
ponerme
enfermo.
Lo único
bueno
era
escuchar
los grillos
afuera.
Afuera
en otro mundo
en el que yo
no vivía.

(Charles Bukowski)

En definitiva, en 52 años he visto demasiado y lo que cito es solo un atisbo. Por fortuna Napal Death sigue profanando cabezas y basta con apagar la luz y escuchar Fear, Emptiness, Despair para derretir el mundo y que todo lo visto parezca un mero montaje.

No obstante, el blues y la santa misa, lo que vi en 52 años no se compara con la brutalidad de cambios que veré en la próxima década; si sigo en mi cuerpo, claro.

Que Huxley y George Orwell me amparen.

Amén.