A primera vista, Idiocracia parece una mala apuesta a una estética que nos remonta a películas, cómicas y apuradas, de los 80. Pero si uno soporta esa primera impresión, sigue el desarrollo y enfatiza en los detalles, encontrará un trasfondo más que inquietante.
“Cualquier coincidencia con la realidad, no es culpa del guionista”. Esta frase hubiese sido un acierto, dado el ruido que causó la película y que, rápidamente, fue silenciado. Estoy seguro de que ciertos encumbrados se revolvieron en sus asientos, cuando algún “cadete” de turno les advirtió de que iba la película y el destino, errado, del dinero que aportaron para publicidad. Dudo que esas personas se molestasen por ir a su estreno; de todas maneras, no quedaron ajenos a su impacto.
Para el sistema establecido, Idiocracia jamás se hará masiva por ser un fallo de la Matrix.
La película se estrenó en el 2006 y en muy pocas salas, la intención fue que pase desapercibida. Deliberadamente la 20th Century Fox la hundió para despegar del áspero mensaje que Mike Judge, su director, plasmó con poco dinero y maestría. Por fortuna, cuanto más se quiere apagar un asunto, más parece encenderse. Las llamas rebeldes son las que perduran.
Seguro te estarás preguntando, lector, por qué pasó esto, aunque empiezas a entrever detalles, al menos, en el sugerente título. ‘Idiocracia’ significa el poder de la idiotez. Pronto verás que el estado de imbecilidad reinante da para sátiras y comedias e, inclusive, para desarrollar este y muchos artículos acerca del tema.
¿Somos más inteligentes o, acaso, una gran parte de nosotros va camino una insensatez, sin remedio? Idiocracia no abarca todos los por qué de la problemática humana, culmina en la inutilidad de la mente y, desde allí, elabora ese mundo destruido y con reglas para tontos. Después de verla uno se pregunta hasta dónde llega la estupidez humana, por qué el odio, las decisiones obtusas, la muerte en masa, el dolor de los pueblos oprimidos. ¿Así debe ser, naturalmente, la forma en que una raza crece o todo esto es producto de una enfermedad degenerativa que nos hace idiotas?
Es una pregunta interesante, nuestros avances tecnológicos nos ponen sobre la cadena evolutiva de este planeta, pero también nos condenan.
Según el divulgador Ariel Umpierrez, por años vinculado a sectores de la defensa y la biotecnología, la punta de lanza de muchos de nuestros avances están estrechamente conectados al sector armamentístico. Asegura, entre otras cosas, que hay un grupo de “elegidos” mesiánicos, ligados al poder y al dinero y por encima de todo, que nos conduce a una degradación moral y de nuestras vidas, con la inercia de sus convicciones. Poderosos que dictaminan las políticas a seguir desde las sombras y, lejos de teorías de la conspiración, cabe pensar, según los acontecimientos mundiales, si en la actualidad nos rigen verdaderos trastornados, idiotas capaces de hundir a la humanidad en el sufrimiento. Somos una partícula en el cosmos y gozamos de la fiesta de la vida, entre infinidad de sistemas planetarios muertos.
¿Acaso no invitamos a los nuestros a los festejos y nos regocijamos cuando vemos a todos felices? Parece que la celebración de la vida se nos ha agriado y llenos de egoísmo, expulsamos a nuestra propia gente de esta gracia del universo. El hecho de citar nosotros es porque, en alguna medida, me siento responsable de tanta deformidad e incoherencia y esta película abre la puerta a una reflexión profunda del estado de las cosas.
No entendemos que la consigna debería ser todos o ninguno, aunque parezca iluso el sueño de equidad y respeto; por el contrario, pretendemos que aparezcan “elegidos” que sobrevivan y eleven a un estado superior a una mínima fracción de la humanidad. Unos tristes iluminados de este sistema inclemente y, en definitiva, ¿con qué objeto?
Hemos vuelto a la carrera armamentista, especialmente nuclear, y a una competencia de los gobiernos por poseer la más poderosa inteligencia artificial. ¿Para qué creen ustedes que persiguen esta meta? ¿Objetivos altruistas o meros propósitos de supremacía?
Sería una falacia asegurar que todo lo empresarial es negativo para la población, o que todos los gobiernos han perdido la noción de sus verdaderas tareas. Este artículo sigue la extrapolación de la película y acentúa la mala intención de aquellos agentes que no tienen ética y que contaminan todo lo que tocan. Por lo dicho y con una mirada global, podemos observar los éxodos por las interminables guerras, el cambio climático que en nada ayudamos y las hambrunas que asolan vastas regiones, además de un creciente descontento general. Es muy penoso ver que mientras algunos ingieren comida chatarra hasta explotar otros perecen desnutridos, como si la muerte de los niños, descarnados y temblorosos, fuera ciencia ficción. Mientras abundan videos de famosos y políticos en sus yates y mansiones, cada vez más parias viven en las calles de las grandes ciudades y cada vez más personas optan por sumergirse en la opacidad del pensamiento, refugiados en tres metros cuadrados, alucinados en una existencia de conexiones fugaces y de poco valor.
Uno se pregunta si, a esta altura de la evolución, es suficiente muestra de idiotez la falta de rumbo hacia un puerto de paz y de sana prosperidad, donde haya tolerancia religiosa y étnica. Entretanto lo meditamos, crecen los movimientos radicales y los nuevos pensadores son tapados por lo superfluo y lo mediático, porque para resolver los grandes cuestionamiento de la humanidad estamos desarrollando una inteligencia artificial capaz de “razonar”; por lo visto, a nosotros ya no nos da la cabeza.
Por otra parte, y como ciudadano argentino, no puedo ser ajeno al deterioro educativo, cultural y social en mi país, acentuado en las últimas décadas. He preguntado a jóvenes qué aspiran a ser en el futuro y sus respuestas, por lo general, no salen de tópicos actuales como tiktoker, influencer, youtuber o estrella emergente del trap. Aunque estas actividades tienen su merito, lejos ha quedado el ideal de las carreras universitarias de peso y los movimientos intelectuales e idealistas, que han dado brillo al mundo. Todo debe ser ya, sin grandes esfuerzos y enfocado a lo superficial.
Parece haber un modelo de banalidad y de lo fácil, de dictado relativismo que abruma al ser pensante y abarca a amplios estratos de la sociedad.
Tú me dirás: ¿cuál es el punto y a dónde pretendes llegar con todo esto? A tu pregunta diré: toma unos minutos de tu ajetreada vida y busca (deberás buscar en internet) a Idiocracia.
Te contaré solo detalles de esta maravillosa película sin anticipar más de lo necesario. Antes citaré algo y pon atención, por favor.
Por muchos siglos la humanidad buscó, afanosamente, a la verdad. La persiguió desde los pensadores y la ciencia, desde los teólogos y las creencias ancestrales, desde lo más profundo del ser. Parece que, hoy en día, escapamos de la verdad, diversificamos la verdad, la mutilamos y transgredimos, la mutamos en fake news, la humillamos con falacias y argumentos que se van por la tangente. Es posible que estemos espantados por la verdad, que es simple y asequible y nos protege hasta de nosotros mismo; pero, a su vez, es tan perturbadora para nuestro estado de comodidad, que nos interpela y nos deja en la lona del pensamiento profundo.
Idiocracia cuenta la historia de un soldado y una prostituta que son hibernados y, por error, su sueño se prolonga 500 años. Al despertar, comprueban que la Tierra se ha vuelto un basurero y que los humanos son consumidores extremadamente idiotas, incapaces de resolver los problemas más simples.
Predomina la publicidad, hasta en sitios insólitos, en un mundo absolutamente corporativo y dependiente, sumido en una masturbación mental que raya lo absurdo. El protagonista, en un impulso racional, descubre ciertas mejoras para la porqueriza loca en que se ha convertido su país. Su coeficiente es promedio, pero dado el grado de estupidez de la población, termina siendo una rareza ciudadana.
Desde los recién nacidos hasta las plantas beben un líquido azucarado, impuesto por una inmensa corporación y, por supuesto, los vegetales ya no crecen y la hambruna preocupa. Nuestro asombrado héroe debe salvarlos de esa calamidad, aunque el desenlace no es lo esperado; por lo tanto, recomiendo ver la película.
El problema de Idiocracia es que tuvo patrocinadores que pagaron por propaganda corporativa en el film. Al ver el controversial mensaje de la historia, pusieron el grito en el cielo y socavaron el estreno de la misma. De hecho, sobrecoge ver a la superestructura comercial que es Costco en esa representación, un dislate de ciudad, donde todo se puede adquirir, dentro de otra enorme y mugrosa ciudad.
En la película notamos como las palabras son reemplazadas por pictogramas que simplifican, pero confunden las cosas; un vaticinio donde el ideólogo de esta sátira parece adelantarse al tiempo.
Lo idiota, lo soez, la suciedad y el total abandono, son claves en esta historia y, poco a poco, nos conducen a la reflexión: ¿este es el único camino para la humanidad? Uno donde lo institucional pierde ante lo corporativo y las libertades son en función a un sistema de consumo irracional. Casos como el de los ciudadanos de Corea del Sur y su endeudamiento por lo material y la moda y la presión constante en la que viven por seguir el ritmo del “progreso” a costa del estrés y la condena social, o los hikikomoris japoneses (ahora fenómeno mundial) que prefieren el confinamiento y los videojuegos a enfrentar la cruda realidad de la calle, demuestran el espiral en que nos encontramos. Parece que vamos, de las narices, llevados por multinacionales y think tanks, hacia un mundo de enorme miseria, con personas oscuras y en la cima que buscan dividendos y que persiguen ideales ajenos al bien común. Un sitio de donde no retornaremos, según los visionarios de esta polémica película.
Idiocracia pasó, sin pena ni gloria, por la gran pantalla, hasta que halló un hueco en la internet y en los que comprendieron su acido mensaje. La película lleva, a un extremo, la dependencia humana con respecto a la publicidad, al consumismo y al relativismo. De todas formas, si ahondamos en nuestra realidad, es posible que al compararnos tan solo con personas de 50 años atrás, nos demos cuenta todo lo funcional que nos hemos vuelto a un sistema corporativo e impiadoso.
Ustedes dirán, este es otro que se queja de los avances humanos. Sinceramente considero que, como raza, nuestro destino está en las estrellas y más allá pero, cuando veo el grado de desinterés general con las crisis del planeta, lo abominable de estar horas cliqueando por novedades que no compraremos, porque es imposible abarcar todo, y lo desconectados de la realidad, tangible y dura, en la que muchos desplazados caen me pregunto: ¿qué tan desfasada está Idiocracia?
¿Somos los seres humanos inteligentes fallidos o idiotas con estilo? (sic)
Después de muchas amenazas de guerra nuclear; tal vez haya que guardar esta pregunta para esos escasos 30 minutos antes de que todo quede en ruinas, o antes de que las máquinas hagan todo por nosotros y no quede otro espacio mayor al del adictivo y adormecedor mundo virtual.
Idiocracia, búsquenla. Verán como un protagonista mediocre, pero en el momento justo, llega a ser crucial... ¿Les suena a algo?