El pasado mes de agosto finalizó la segunda temporada de La casa del Dragón. La producción mantiene sus excelentes localizaciones (muchas de ellas en España, como ya saben) y los maravillosos efectos especiales, CGI mediante. Incluso, posee un inicio de temporada bueno, ya que se continúa con las tramas iniciadas al final de la anterior y, todo indica, que la serie solo puede despegar hacia algo extraordinario, pero no, lamentablemente, eso no ocurre.

En esta misma revista tienen ustedes una reseña con tintes de loa a las virtudes de la temporada 1. En ese escrito se llega a afirmar que esta producción llega al nivel de su obra madre: Juego de Tronos. Sin embargo, ese buen camino trazado por la dirección del proyecto queda en agua de borrajas en esta segunda edición por varios problemas que se desglosarán a continuación.

La falta de coherencia narrativa. Sin duda, si no es el principal problema, es uno de los dos más importantes. No puede ser que el conflicto entre verdes y rojos que inicia un genocidio y una guerra civil con “dragones bomba atómica” pululando por todo el reino se base en una riña entre amigas. Al menos, eso es lo que nos reiteraron hasta 3 veces en los encuentros furtivos entre Alicent Hightower y Rhaenyra Targaryen. Perdónenme por ser vulgar, pero estas reuniones y los diálogos que mantienen (qué telita, también) se pueden resumir en una charla entre adolescentes:

-Buah, qué movida, hemos formado, tía.
-Tú y yo éramos amigas, hay que parar esto, ya, pero es que no llevas razón, me lo dijo mi padre. Yo soy la heredera, no tu hijo Aegon.
-Eso es mentira.
-Oye, ¿me acoges en Rocadragón que vengo de estar unos días en el campo encontrándome a mí misma?...

Chanzas aparte, las ideas del diálogo se reiteran demasiado tanto en escena como en los subtextos de muchas interacciones entre el elenco. Parece que tanto una como otra se olvidan de que han matado a uno de sus hijos o a que otro le han dejado tuerto… También olvidan que todo este gran conflicto es una lucha por el poder, por la hegemonía, por el trono de hierro. Pequeñas cosas, no hay que ser rencoroso, pelillos a la mar. Todas estas carencias narrativas me permiten llegar a otro problema muy relacionado con este: los personajes.

Todos estamos conscientes de que vivimos en un momento sociopolítico en el que las grandes producciones están obligadas a reflejar ciertas actitudes feministas en la gran pantalla. Bien sea presentando un personaje femenino fuerte, un leitmotiv reivindicativo de una trama o alguna crítica patriarcal. Alicent y Rhaenyra fueron dos buenos personajes en su construcción en la temporada 1. Empero, en esta temporada acaban siendo dos personajes débiles, e, incluso, arquetípicos y machistas, pues su voluntad se rige por las emociones y no por su ambición o por su inteligencia maquiavélica. Algo, por cierto, que es bastante conservador. Ya sé que en las guerras y en la política existen las reuniones en secreto, pero si sacas las bombas atómicas y las utilizas, solo quedan dos caminos: la destrucción y la rendición. No hay lugar para apelar a amistades pasadas o a la piedad cristiana.

Por otro lado, tenemos a Otto Hightower, Aemond Targaryen y Daemon Targaryen. En términos videojueguiles están nerfeados o lo que es igual, están tan menoscabados en esta temporada que han perdido lo que les hacía únicos y, sobre todo, buenos personajes. Otto desaparece de la escena a decisión de su nieto y con él, para el público, se esfuma uno de los mejores actores del reparto casi toda la temporada. Aemond, por su parte, se manifiesta en un primer momento como, la reencarnación de la hybris de todo buen dictador para que al final su madre le riña un poco y parezca un niño asustado. Luego está Daemond que, aunque el hombre no es muy bueno en términos éticos, no creo que sea necesaria una expiación de sus pecados y una introspección psicológica tan reiterativa en Harrenhaal. Ese castillo parecía ser el domus de La Caída de la Casa Usher de Edgar Allan Poe. Matt Smith se asemejaba a Shelley Duval asustada por los pasillos en El Resplandor de Stanley Kubrick o el pobre Barton Fink de los Hermanos Cohen atrapado en ese hotel infinito. Un auténtico sopor de trama.

Lógicamente, si falla la coherencia narrativa y la construcción personajes es normal que el ritmo haga aguas. Por momentos, La Casa del Dragón es muy lenta como sugiere Miguel Juan Payán en su videoblog de AcciónCine: “presenta muchas tramas, piezas en el tablero, pero solo las presenta, no se usan”. La gran guerra que nos ocupa se materializa en términos visuales en muy pocos momentos de la temporada, (exceptuando la pelea entre Rhaenys, Aegon y Aemond). Conflicto este en el que los dragones brillan peleándose entre ellos. Sin embargo, la trama de la búsqueda de los jinetes del dragón adolece de buen ritmo y deja a estas criaturas como pobres digimon que buscan a su niño elegido entre los bastardos Targaryen.

Dicho todo esto, y a pesar de las fallas, el producto final no es malo, ni mucho menos, pero sí es muy mejorable. Por favor, estimados guionistas, no tomen demasiadas decisiones creativas con las tramas y básense más en los libros, si el material está ahí y es muy bueno. El señor que los escribe puede sentarse a comer con Tolkien y ya es decir bastante. En el ámbito personal me da la impresión de que servidor ya no asiste más a ninguna premier de esta franquicia invitado por HBO, pero en esta vida hay que ser honesto.