Para comprender la lógica del vídeo arte es necesario partir no sólo de la concepción de una mera manifestación artística en su sentido más literal, sino también de la democratización de la vídeo acción. Esto implica que el vídeo arte no deriva de los supuestos de una trama arqueológica de los medios ni de una visión histórica hegemónica producidos en un recorrido argumental histórico lineal con sus inicios en el cine. Más bien, el vídeo arte en las audiovisuales es algo diferente, independientemente de los dispositivos utilizados para crearlo, subvierte el orden establecido en el cine.

Quién se filma, por qué filma, a qué público va dirigido y qué podemos mostrar, y cómo pensamos mostrar las imágenes, todo esto está determinado por la cultura de los diferentes continentes que tiene nuestro planeta. Sin embargo, esto no significa caer en un problema estructural de falta de politización de la imagen, ya que la producción de arte es crítica, y los opuestos generan tensiones. La descripción de lo visto puede poseer ambigüedades, verdades o simples verosimilitudes frente a conocimientos ya situados y expresadas en un tiempo determinado, es decir, se llenan los espacios mientras se desarrolla un diálogo entre la imagen y el espectador.

El corpus de composición audiovisual en el vídeo arte se aleja de la tradicional dinámica de alfombra roja del cine. Aquí, las imágenes trabajan sobre lo visible y lo no visible del mundo real, ofreciendo un realismo en vuelo, una percepción casi creíble de imagen tras imagen en una determinada atmósfera: Drama, relato, ficción, documentales, etc. se sustentan en roles que superan las carencias frente al marketing y los formatos cinematográficos de altos recursos, aunque narran historias individuales y colectivas no fantasiosas y de fascinación como en la gran pantalla.

Los audiovisuales en general pueden considerarse como un testimonio, que se diferencia significativamente del prototipo lineal en su historicidad del cine, ya que se alejan de las técnicas y estructuras de producción convencionales en favor de una crítica al séptimo arte. Entonces, ¿qué tipo de arte es? ¿A quién va dirigido? ¿Se produce para las pantallas grandes o pequeñas? Más allá de las experiencias individuales de las personas, el archivo audiovisual está asociado a su historia de vida personal.

Estas producciones se potencian desde la experimentación de la existencia, no se institucionalizan y emergen como representación de la propia voluntad de su creador. Son arte y artesanía, y pertenecen al conjunto de producciones del séptimo arte. Los audiovisuales y su vídeo arte son producto de la necesidad de contar historias cotidianas o simplemente de ser parte de un sistema industrial en múltiples plataformas, que refleja la cultura contemporánea.

Pero los audiovisuales como el cine surgen de una narrativa que busca transmitir algo a través de imágenes, sonidos, carretes, celuloides, archivos digitales, pero con diversos dispositivos y escenarios improvisados, con múltiples encuadres. En ambos casos, ya sea cine o audiovisuales, se está gestionando arte.

La interpelación sobre lo que constituye arte es particularmente compleja cuando aún estamos en medio de su desarrollo. Emitir un juicio definitivo en este contexto puede resultar mezquino, ya que no disponemos de todos los elementos necesarios para evaluar correctamente su valor. Esto nos lleva a cuestionar qué es considerado arte y qué no, tanto dentro como fuera de una atmósfera crítica y académica.

Recordemos la "Odisea" de Homero, que relata los tiempos posteriores a la guerra de Troya, la partida de los héroes y las órdenes de la diosa Atenea para marchar hacia nuevas tierras. La llegada de Odiseo a las islas de los Feacios es un ejemplo de cómo estas narrativas antiguas, que hoy consideramos arte literario, surgieron de un contexto histórico y cultural específico. De manera similar, podríamos ver en la multimedia contemporánea una nueva forma de arte narrativa, que al igual que la "Odisea", puede ser valorada y comprendida con mayor claridad una vez que su desarrollo esté completo.

En resumen, los audiovisuales con su vídeo arte constituyen un universo de mercancías simbólicas y artísticas que no se someten al deseo del capitalismo, sino que representan un ensayo y experimentación con su propio lenguaje. Son una forma de mirar el mundo fuera de las convenciones del cine, pero como un cuadro o una escultura, entran por los ojos y los oídos. Son arte de lo imaginario, asociado tanto con el dolor como con el placer real, y constituyen una economía de supervivencia dentro de las industrias artísticas de intervención. Y así debe de entenderse cuando nos detenemos frente a ellas...