Platón, uno de los mayores filósofos de la historia y, a mi parecer, uno de los primeros influencers conocidos, creía que:
La música da alma al universo, alas a la mente, vuelos a la imaginación, consuelo a la tristeza y vida y alegría a todas las cosas.
Y no puedo estar más de acuerdo. Platón, en tiempos de togas y corrientes filosóficas, ya nos descubrió algo que, pese al paso de los siglos y los cambios, permanece vivo e inmutable. Esto es, el poder de la música.
Dejando a un lado la preferencia melódica de cada uno, ¿conoces a alguien que ponga cara de absoluto tedio o disgusto ante un estímulo musical? Seguramente tu respuesta sea negativa. Lo cual me lleva a plantearme lo siguiente: ¿qué tendrá la música para lograr que toda la humanidad esté de acuerdo en amar una misma cosa? La conclusión a la que yo he llegado es simple. Para mí, lo que tiene la música es, simplemente, magia.
«¡Hala, ya se ha puesto ñoña!». Seguro que estás pensando eso. Pero, si te quedas a leer un rato más, tú también terminarás por decir que la música es magia.
En este artículo, veremos que ese poder que tiene la música de aliviar al apesadumbrado, calmar al turbado, aclarar al confundido, animar al exhausto y abstraer al descorazonado por distintas que sean sus circunstancias y orígenes solo puede ser cosa de magia. Y veremos, sobre todo, por qué Platón tenía razón cuando se refería a la música.
Así que, dale al play a la canción que más te apetezca escuchar en estos momentos y… ¡Vamos allá!
Consuelo a la tristeza y en general
Hace algunas semanas, Yami Safdie y Lasso lanzaron un sencillo titulado En otra vida. En cuestión de horas, la balada fue reproducida millones de veces por personas a quienes la letra de la canción claramente les había llegado a lo más profundo. Lo curioso de esto fue que, pese a tratarse de una canción dedicada a las historias de amor romántico que no pudieron ser, En otra vida terminó por convertirse en un desafío terapéutico, viral. Las redes sociales se llenaron de vídeos en los que personas en todo el mundo, solas o acompañadas, aplicaban el mensaje de la balada a sus propias vidas.
Durante unos minutos, motivadas por la vulnerabilidad que ofrecía la balada, numerosos usuarios se atrevían a compartir públicamente su sentir, dejando sus mentes imaginar otra vida en la que podrían haber hecho, dicho o sentido diferente, mucho más allá del amor romántico.
Dicho ejercicio de introspección y vulnerabilidad pareció resultar terapéutico, como si se lograse una suerte de catarsis emocional. Las lágrimas y expresiones de sorpresa frente a confesiones ajenas e incluso propias fueron prueba de ello.
El desafío rápidamente se tornó en un ejemplo perfecto de aquello en lo que Platón creía. A quienes participaron, la canción les dio la oportunidad de revisar lo que guardaban dentro y, a través de sus confesiones de anhelos y arrepentimientos, de recibir consuelo ante la tristeza de no creer poder cambiar las cosas en esta vida. Los oyentes terminaron por convertir una balada «ñoña» y triste en una suerte de terapia casera, sacando lo que necesitaban exteriorizar y sintiendo alivio al despojarse de esa carga hasta entonces guardada. Todo ello, con una sola canción. ¡Así de poderosa puede ser una combinación de notas!
Esta canción, aunque inspiración inicial para este artículo, es solo un ejemplo de las infinitas posibilidades que nos ofrece la música. En otra vida se convirtió en una terapia impromptu en redes sociales, pero también se puede alcanzar ese desahogo y consuelo a solas.
Puedes hallar consuelo reproduciendo en bucle esa canción tan deprimente que siempre escuchas cuando necesitas cantar a voz en grito (o en silencio) y llorar desgarradoramente como si te hubiera abandonado tu alma gemela, independientemente de si tal es tu caso o no.
Por no hablar de esos bucólicos viajes en coche en los que dedicas tu tiempo a ver caer las gotas (de lluvia, condensación, suciedad; da igual) por la ventanilla con la frente apoyada contra el cristal, como si estuvieras en un videoclip o pasando la parte de conflicto de una película. A juzgar por la cantidad de gente que sé que hacemos esto en el mundo, creo que este fenómeno tiene más que ver con nuestro común (pero escondido) gusto por el dramatismo.
Pero, claro que si creciste con personajes como Gabriella Montez de High School Musical, que se dedicaba a emplear su automóvil como herramienta extra dramática en sus huidas físicas y emocionales… ¡Normal que nos dé por hacer esto!
Pero, ojo, que el consuelo y desahogo que nos proporciona la música no tiene por qué tener siempre tintes deprimentes. A veces, simplemente necesitas chillarle a alguien o a algo; como, por ejemplo, a la vida. Y ahí tienes a tus Nickleback, Avenged Sevenfold o Led Zeppelin para que puedas desgañitarte hasta romperte las cuerdas vocales de manera irreversible si así lo precisas.
¿Ves? Ni rastro de baladas «ñoñas» en este caso: solo puro grito, pura guitarra eléctrica y puro heavy metal. Cuatro gritos y cuatro movimientos bruscos de cabeza mientras tocas una guitarra imaginaria y, de pronto, tu rabia no es tanta. ¡Magia!
La música puede también consolarte tras un intenso esfuerzo físico. Cuando tu cuerpo ha colapsado, tu mente conecta con las relajantes notas procedentes del móvil de tu entrenador/a, que llenan la sala de la que antes planeabas escapar. Te sientes renacer cual ave fénix con una melodía que te permite alcanzar una dimensión casi supraterrenal (quizá alentada por la falta de oxígeno).
Esa momentánea desconexión del dolor sacro y de vida resulta catártica. De hecho, no estaría escribiendo esto si mi profesora no tuviera la amabilidad de poner música tras cada clase, porque eso es lo único que revive mis pulmones y otros órganos vitales (Platón dijo que la música daba vida a las cosas; yo creo que a los órganos también). ¡Me dirás que semejante resurrección no es milagrosa!
Alma a tu universo
También resulta catártico escuchar la música de tu infancia. Hay canciones que te transportan a los tiempos en los que te motivabas con la melodía, ataviada con ese pijama horroroso con la cara impresa de algún artista. Este ejercicio puede resultar harto melancólico, pero también reconfortante.
La música te ofrece un viaje al pasado y la oportunidad de ver qué te gustaría recuperar de antaño, cuando eras más joven y el mundo parecía más sencillo o, al menos, tu mundo lo era.
Algo parecido sucede con la música que ha formado parte de la vida de tus padres y, a la fuerza, ahora de la tuya. Gracias a Mecano, Abba, Ricchi e Poveri o Barry White puedes viajar a la juventud de tus padres y comprender mejor quiénes fueron y quiénes han llegado a ser. Viajes en el tiempo… ¡Y sin el DeLorean!
Por algo la película de Anastasia tiene una canción titulada «Viaje al pasado». Y es que nada une tanto como haber compartido una infancia de la mano de Disney, sea cual sea tu edad. No hay magia mayor que la que experimentas cuando reproduces una canción o banda sonora de Disney y automáticamente te conviertes en princesa, príncipe, hada o mago. No importa lo más mínimo si portas el chándal que te compraste hace diez años, que te cabe por pura suerte ya y que tiene más agujeros que tela. A ti te da igual: mientras cantas junto al señor Mouse y compañía, tú eres una hermosa princesa y punto. ¡Y no hay nadie en el mundo que pueda quitarte esa ilusión!
Alas a la mente, vuelo a la imaginación
La música también puede ser un buen recurso cuando afloran nervios, inseguridades, incertidumbre o cualquier otra afección emocional y necesitamos motivarnos. Si escoges la canción perfecta, la música puede darte las alas que tu miedo te impide desplegar, así como realizar esos vuelos de la imaginación que habían quedado enclaustrados por la insistencia de la sociedad por que tengas metas realistas, tangibles y alcanzables (sí, ahora sí que me he puesto «ñoña», pero, ¿qué esperabas con semejante título introductorio?).
La música puede darle alas incluso a nuestro cuerpo, instándonos a comenzar o a seguir andando. Como decía, la clave está en escoger la canción idónea para acompañarte en tu empresa. Una vez seleccionada la canción perfecta, (ya sea k-pop, rock, EDM o una de esas horteradas que nos encantan en el fondo), puedes creer, aun por un segundo, que todo va a salir bien.
Cuando queda conectada a esa melodía que le encanta, tu mente puede convencerte de que hoy puede ser un gran día, incluso con tormenta de nieve de camino a una tutoría (gracias, Diego Torres, por pintarme de «Color esperanza» mi atropellada travesía por Cambridge). No importa si te duele la cabeza, has pisado un charco sucio o estás empapada porque la nieve caía en diagonal: la música te hará creer que triunfarás.
Es como si tu mente se diera la mano con la melodía y juntas te mandaran el mensaje más positivo posible en tus circunstancias concretas. «Por el poder de (inserta aquí nombre de artista y canción), ¡nada me afecta!».
Es como cuando tienes miedo y te escondes bajo las sábanas creyéndote a salvo, como si la tela fuera una frontera infranqueable: si (inserte artista) me dice que hoy va a ser un gran día que es, digamos, mi sábana contra los nervios, preocupación, etc., es que así será. Antes de que te des cuenta, tu mente vuela más allá de la preocupación para ayudarte a «volar» hacia tu destino (un destino literal; en sentido figurado igual quedaría un poco melodramático). Ya lo dijo Diego Torres: «saber que se puede, querer que se pueda». Con la música, ¡se puede!
Tampoco es necesario irse a ejemplos «extremos» para ilustrar este punto. No hay nada como la satisfacción que sientes cuando, tras mil horas tratando de aprenderte por algún motivo ese rap imposible, dejas al mundo alucinado acompañando a Eminem o Doja Cat en su asfixia musical. O cuando logras dar ese do de pecho sin falsete en Bohemian Rapsody.
O cuando impresionas a tu público cantando una canción en un idioma como el coreano o el japonés, incluso si te la estás inventando y probablemente andes más cerca de invocar a un demonio que de realmente atinar con la letra. No hay nada como el orgullo por uno mismo en momentos así para convencer a tu mente de que puede echar a volar… ¡Y sin paracaídas!
Y hablando de vuelos… ¡Lo que puede volar nuestra imaginación con la música! Puede darte por ponerte a cantar donde sea y cuando sea, empleando cualquier cosa a modo de micrófono; ya sea un rollo de papel higiénico o tu propio puño. Lo mismo te imaginas siendo una talentosa bailarina con «El lago de los cisnes» de Tchaikovsky que una Shakira en ciernes con un hit reguetonero. O puede que consideres dejarlo todo atrás para convertirte en la estrella que Broadway necesita, porque bordas cualquier musical. Tú vas a ser la próxima Elphaba que desafíe la gravedad en Wicked, ¡y que alguien ose decir lo contrario! Eso sí; si te da por interpretar a una de las seis esposas de Enrique VIII en Six, más te vale elegir con sabiduría. Y mejor que no escojas a Satine en Moulin Rouge… Ahí lo dejo.
Puede que reproduzcas una pieza de música clásica o instrumental o una banda sonora y, automáticamente, tu imaginación vuele a una realidad paralela. A lo mejor te lleva a un gran salón, donde portas un atuendo divino y resulta que bailas de maravilla como el diamante de la temporada que eres; aunque, en la vida real, vayas aprisionada en el metro o luzcas ojeras de panda por insomnio. Quizá te imagines en mundos fantásticos, donde vas a lomos de un hermoso corcel a salvar esa tierra imaginaria que solo tú puedes salvar; aunque, en la vida real, sientas que la ansiedad te encierra en una cárcel mental. Mientras dure la música, tú eres libre.
Todos estos ejemplos tienen algo en común. Y es que, cuando tu imaginación vuela alto, no te importa lo que puedan pensar de tus vuelos musicales o lo que esté aconteciendo en la vida real. En ese momento solo estáis tú, tus fantasías y la melodía que las eleva. Y, durante esos minutos, el mundo deja de pesarte tanto. ¿Ves? ¡Magia!
A veces, con que la música estimule nuestra imaginación es suficiente. Hablo del importantísimo efecto que la música tiene en nuestras experiencias cinematográficas. Acompañar a Indiana Jones en su huida de una bola gigante no se viviría igual con una melodramática canción de k-pop de fondo. Tampoco sería igual ver Dirty Dancing con bailes coreografiados a partir de piezas de Beethoven. ¿Te imaginas a Baby y Johnny ensayando su dirty dancing al ritmo de «Clair de Lune» de Debussy? ¿Al tiburón de Jaws patrullando las aguas a ritmo de Baby shark, du du du du»? ¿A Michael Myers sembrando el pánico por las calles de Halloween al ritmo de Vogue de Madonna? Tan rocambolesca combinación le haría parecer más un modelo en un desfile de Halloween que un asesino en serie.
¡Qué anticlimático todo! Así, nunca nos veríamos inmersos en una película. Sin la banda sonora perfecta, el cine sería un absoluto surrealismo; como si viéramos «El perro andaluz» en versión terror, ciencia ficción, romance, etc. Una experiencia cinematográfica así… sería una tortura psicológica.
Vida y alegría a todas las cosas
Creo que podemos concluir que la música es nuestra compañera de vida. Es esa amiga a la que puedes confiarle tus preocupaciones, anhelos, sueños, nervios, alegrías y tristezas. Nunca va a juzgarte; más que nada porque no puede hablarte y porque con la música al final uno no dialoga, sino monologa.
Con ella puedes descargar toda rabia, tristeza o frustración que no te permitías sacar, pero también celebrar las victorias, alegrías y entusiasmo que quizá tampoco te permitías celebrar. Es esa ayuda extra a la que acudimos por la misma razón por la que vamos al psicólogo: para expresarnos, sincerarnos y soltar lo que sea necesario soltar para volar más alto. ¡Todo gracias a una combinación concreta de notas!
En Soy Celine Dion, la icónica artista sufre un ataque de SPR (Síndrome de Persona Rígida), enfermedad que la obligó a abandonar los escenarios. El documental captura la escena de forma desgarradora, cruda y honesta, sin filtros ni cortes. Cuando por fin se recupera, lo único que desea es ponerse a cantar. Y así lo hace. Pese a tamaño sufrimiento, Celine se arranca a cantar la que desde entonces se convirtió en una de mis canciones preferidas: Who I Am, de Wyn Starks.
En cuanto Celine escucha los primeros acordes, la expresión le cambia: dolor y miedo no se esfuman, pero pierden parte de su poder por una canción que recuerda a Celine quién fue, es y siempre será. En cuanto música y artista se encuentran, Celine encuentra paz y libertad. Y esa es la magia de la música.
Espero que hayas disfrutado de mi cuasi-oda a la música y que este artículo te haya animado a reflexionar acerca de tu propia relación con ella: en qué momentos ha estado ahí para ti, cuándo sueles recurrir a ella… Y espero que, como yo, te sientas afortunado/a de que la música sea tu amor platónico, pues da alma a tu universo, alas a tu mente, vuelos a tu imaginación, consuelo a tu tristeza y vida y alegría, espero, a tu existencia.
No importa si escuchas música a solas, en el coche en familia o en el sótano de tus queridos tíos, con tu padrino a la guitarra. Lo que importa es que la música use en tu vida todos esos poderes que Platón le atribuía y que la llene siempre de esa magia tan suya. Ya lo dijo Fräulein María (más o menos):
Huyó mi pesar,
y al son de [la música]
mi alma llenar de ilusión sentí.