Crecí con un padre músico. A mis hermanos y a mí nos inculcaron desde pequeños a disfrutar y querer este arte, que fue nuestra herencia y la representación e identidad de la familia. Mi vida ha estado acompañada por la música y ha sido ella su cómplice en muchos momentos.
No sé si te ha pasado, pero a veces suelo olvidar qué desayuné en la mañana, alguna tarea del trabajo e incluso lo que vine a hacer en la cocina; pero eso sí, nunca se me olvida la letra de una canción que aprendí en mi infancia o hace algunos años atrás. Según los expertos, esto se debe a que “los recuerdos autobiográficos, que a menudo incluyen canciones significativas, están representados en el cerebro. La memoria de las letras de canciones puede estar ligada a contextos autobiográficos específicos, haciéndolas más resistentes al olvido. Además, las canciones tienden a involucrar la activación de múltiples sistemas sensoriales y emocionales, lo que refuerza su almacenamiento en la memoria a largo plazo en comparación con las rutinas diarias, que suelen ser menos emocionantes y menos contextualmente ricas”1.
Otra de las curiosidades y maravillas de la música es que puede manipular mi estado de ánimo, acompañar y potenciar emociones o sentimientos del momento o, incluso, ayudar a desenredar aquellos pensamientos que pasan por mi mente y darles sentido a las palabras que no logro a veces descifrar. La música tiene tanto poder e influencia que me resulta muy curioso darme cuenta de que algunas situaciones, etapas de mi vida e incluso personas, son representadas por algún género, artista o canción en particular. Incluso me atrevería a afirmar que cada capítulo y algunas personas que conforman el “elenco” de mi historia tienen su propia banda sonora.
Para la muestra, un botón: mi infancia y parte de mi adolescencia, sin duda alguna sonaron al primer álbum de Shakira (Pies descalzos), Fey, Spice Girls, Michael Jackson, Abba, Boney M, Venga Boys, Chichi Peralta y Celine Dion. Estos artistas y algunas de sus canciones son la fiel representación del inicio de mi relación con la música, la conexión con mis hermanos y mi autenticidad. Estas representaciones musicales me abrieron las puertas a un mundo increíble, donde a través de sus letras y melodías logré reconocerme; pude escuchar mi propia voz, conocer y sentir mi cuerpo e identificar mis emociones.
Lamentablemente, las grandes responsabilidades que conlleva la vida adulta (como terminar los estudios, buscar trabajo, encontrar dónde vivir, mudarme, pagar cuentas, depender de las necesidades, “establecer prioridades”) se convirtieron en la razón por la cual me desligué en gran medida de lo que hacía parte de mí, de mis raíces. Empecé a desviarme un poco. Mi vida se quedó por un tiempo sin música. Mis días ya no sonaban igual y, por el contrario, empecé a escuchar ruido. No escuchaba mi voz, no sentía mi cuerpo y algunas cosas dejaron de fluir. Cuando apartas e ignoras eso que te hace vibrar y no le prestas la atención que se merece, todo (o casi todo) empieza a venir en picada. Llega un momento en el que se vuelve insostenible y la vida se encarga de recordarte que algo no está bien.
Cuando logras ser consciente de lo que te está pasando (o no te está pasando) y decides hacer una pausa para reflexionar, llenarte de valor y tomar impulso, empiezas a reemplazar el ruido por el desconocido y a veces perturbador sonido del silencio. Y así, de forma natural, cuando aprendes a reconocer su valor y los beneficios que puede traer a tu vida, este silencio empieza a ser parte de tu playlist. Esto puede ser contradictorio pues, según la RAE, el silencio es la falta de ruido (o sonidos); pero si prestas atención, de alguna forma inexplicable, puedes escuchar letras (tu propia voz) en ese sonido “inaudible”, hoy en día tan recomendable como esencial para adquirir todos los autos que necesitamos (autoconocimiento, autoaceptación, autoestima, etcétera).
Así es cómo, a través de los instrumentos del silencio, se creó otra banda sonora de uno de mis capítulos de vida. Son aquellos silencios cómodos que me permiten retroceder un poco el tiempo para recordar dónde me perdí, retomar desde ahí y a partir de lo que he construido, por fin darle play de nuevo a la lista de canciones que por tanto tiempo estuvieron en pausa. Incluyendo los silencios que he grabado a lo largo de mis últimas historias.
Hoy, mi vida suena a géneros como bachata, salsa, afro beats y otros ritmos típicos de nuestra cultura latina; sonidos que me recuerdan el placer de sentir mi propio cuerpo y me permiten disfrutar de nuevo el poder de mi feminidad y fuego interno. También suena a liquid drum & bass, género descubierto hace poco y cuyos sonidos hacen que mis latidos conecten con las células de mi cerebro. Artistas como Michael Bublé, Vicente García, Adele (entre otros) resuenan con mi vulnerabilidad e imperfección. Y no olvidemos el silencio, que me permite escuchar el sonido de mi propia voz.
Para darte una idea más amplia de mis bandas sonoras, deseo compartirte un poco lo que he vivido a lo largo de mi vida y cómo he sentido el mundo a través de la música2. Si me conoces, a lo mejor puedas reconocerte en alguna de ellas; si no, posiblemente logres sentir de alguna forma aquello que experimenté en esos momentos. Esta es una de las bonitas formas de conectar con uno mismo y con otros, a través de las emociones que emanan de la música.
Y tu vida, ¿a qué te suena?
Notas
1 Svoboda, E., McKinnon, M. C., & Levine, B. (2006). “The Functional Neuroanatomy of Autobiographical Memory: A Meta-Analysis”. Neuropsychologia, 44(12), 2189-2208.
2 Acceso a la playlist “Bandas sonoras de mi vida - Laura Sarmiento Galvis”.