Tenía que escribir sobre las adaptaciones de Cien años de soledad y Pedro Páramo, ambas de Netflix. Ante la inundación de reseñas en medios y redes sociales, otra opinión al respecto sobraría. Luego de masticar el asunto y ver el tráiler de la nueva película de Superman, encontré el tema que conecta a un Nobel de literatura con todo el movimiento cinematográfico de los cómics y de los videojuegos, y en general con el de las adaptaciones: el fan service, su presencia o ausencia.

Supimos en los cientos de artículos sobre la serie de Macondo que Gabriel García Márquez no quiso ceder los derechos de su obra para que algún cineasta adaptara su novela más famosa. “Prefiero que mis lectores sigan imaginándose mis personajes como sus tíos y mis amigos y no que queden totalmente condicionados a lo que vieron en pantalla”, dijo Gabo en 1987 en una entrevista. Es cierto que las adaptaciones conllevan el riesgo de restringir la imaginación: soy de la generación que ve a Harry Potter como Daniel Radcliffe. Rulfo no pensaba distinto a su colega colombiano, aunque durante su vida hubo tres adaptaciones cinematográficas de Comala (1967, 1976-1978 y 1981).

Las adaptaciones de Netflix lograron cumplir las expectativas. Más allá de los diferentes juicios y críticas posibles, no he encontrado un juicio que señale como malas a la película o a la serie en cuestión. Desde lo audiovisual, ambas producciones están a la altura, entendiendo los límites que implica llevar un libro a una cinta, como la restricción de la imaginación o la necesidad de responder dudas que en el libro de Rulfo quedan en el aire porque el autor lo quiso así; un ejemplo claro es el recuento de la muerte de Juan Preciado.

Serie y película toman todo lo que pueden para crear su propio mundo y convertirse en una pieza autónoma. Claro, vienen de libros publicados y famosos, pero se transforman en otro objeto. Algo más extremo hicieron Steven Spielberg y Peter Jackson con Las aventuras de Tintín: el secreto del unicornio (2011): la adaptación de tres cómics distintos de Hergé, que tomó el nombre de uno de ellos, y donde se animaron a modificar el argumento para convertir a un personaje en el enemigo principal. Esa es la libertad del director, la que entendemos quienes nos animamos a crear: tomas, cambias, restas, sumas, añades… Se trata, como dije arriba, de una nueva pieza, no de una copia. Quizás algunas críticas a Cien años de soledad y Pedro Páramo puedan verse reevaluadas aquí.

¿Por qué sí la labor del guionista, del director o del ilustrador es crear, deben quedarse en el ejercicio de la réplica o de la copia? El fan service se ha convertido en eso, en pedir que se replique; poco les importa la visión del nuevo artista. En una industria donde, como ya he dicho aquí, importan mucho las cifras y el fondo, el arte, queda después; la última palabra la tiene la felicidad del cliente, no hay espacio para interpelar al espectador. Eso queda solo para obras muy elevadas, como Cien años de soledad y Pedro Páramo, aunque sepamos de comentarios que piden más fidelidad al Caribe colombiano y al campo mexicano.

Este mes se publicó el tráiler de Superman (2025) de James Gunn y no sé si el peinado de Guy Gardner ―uno de los tantos Linterna Verde del planeta tierra― está bien para los clientes o no… digo, para el público. Sí, ese es el nivel de discusión que se repite en cada película que adapta los universos cinematográficos de Marvel o DC. Esos caminos solo nos privan de tener películas como The Dark Knight (2008) de Christopher Nolan: una adaptación de Batman que logró altos niveles de calidad en imagen, guion, personajes, etc., y creó una versión propia. La actuación de Heath Ledger es un referente. Existe la posibilidad de rodar películas que lleven personajes enmascarados a estándares destinados solo para el “cine-arte”. Y quizás en esa multiplicidad de intentos por conseguirlo, podamos combatir eso de poner un solo rostro a un personaje: ¿Acaso Jack Nicholson no hizo un gran trabajo como el mayor rival de Batman? Mucho se puede hacer si se deja de complacer al fanático. Estoy seguro de que esto lo tuvieron en mente los creadores visuales de Macondo y Comala.

Postre: en mi artículo pasado hablé sobre la malísima canción que varios reggaetoneros colombianos lanzaron. Ahora quiero destacar El Chucu Chucu’ de Ryan Castro ―parte de ese grupo―, Juanes y SOG ―productor―, que se inspira en los ritmos decembrinos colombianos y tiene un video con mucha herencia paisa, de Antioquia. Una demostración de que se pueden hacer cosas mejores.