¿Qué haces papá luchón? Así me nombra mi buena amiga Melina, sargento de la policía, cuando viene de visita. Ella perdió un hijo y, desde entonces, tiene otra visión de la vida, una que compartimos y se trata de la superación.

Crio a mi hijo, sin ayuda, desde sus seis meses de edad, después una separación en buenos términos con su madre. No importa por qué, se dio así. El pequeño algodón de azúcar aunque diablillo, en ocasiones, despierta en mí un caudal amoroso capaz de redoblar mi voluntad y superar todos los problemas. Ya tiene dos años y once meses y va al jardín al vuelo de su largo y lacio cabello, pues nunca se lo corté. Parece una estatuilla de Conan, el bárbaro; muchachito morrudo y pesado, con huesos duros como el concreto y manos fuertes. Anda por la vida alegre y con desenfado.

A mis cincuenta y dos años, asumir el reto de criar un segundo hijo, (tengo una hija independizada) fue una decisión de pocas vueltas. Sencillamente, eché un clavado al río de la vida.

En Argentina se le llama mamá luchona a las miles de mujeres que crían a sus hijos, sin el apoyo de sus exparejas. A veces, esos “padres” le acercan algo a esas madres, para disimular su ausencia. Ese algo no alcanza para nada.

Ahí van ellas, por lo general desaliñadas y a los tirones, con todos o alguno de sus niños. Andan de aquí para allá, en busca del sustento o arreando a sus bendiciones al jardín o al colegio. Sus caras lo dicen todo, les duele la existencia y el agotamiento las demacra y les suma años. Aun así, no desisten, demuestran aceptar su destino cinchando un día más. Empujan el dolor hacia el poniente, lejos del cuerpo de sus pichones.

Criar un niño en solitario, con la adversidad económica y social implicada, en un país que suele juzgar antes de conocer, es perder la noción del tiempo y de la propia existencia. Lo propio pasa a ser parte del universo del niño y la inmediatez del sustento y el bienestar. Se reniega con los caprichos y se ríe con las ocurrencias espontáneas. Se ama vistiendo, educando, dando la mamadera, cambiando mil pañales cagados, cosiendo la ropa, jugando y trasnochando.

Se ama cediendo la vastedad de la cama el cuerpito de ese niño que se despatarra y ocupa la pampa del colchón. Por ello, uno termina agarrado con uñas y dientes al borde de la cama, evitando molestar el descanso del ángel que ha traído al mundo.

Uno ya no es uno, se peina menos y la estética se deja de lado, demanda tiempo y el tiempo es el la pepita de oro del niño. Cada minuto, cada hora vivida junto a la criatura jamás volverá y eso se sabe bien. Es doloroso, créanme. Se exprime el segundo, se sacan mil millones de fotos mentales por cada gesto y de esas risas como cascabeles destellantes, también de sus caricias y hasta de los gases al frotar la pancita llena de leche.

Debo decir que el papá en la vida del niño es harto fundamental. Más de lo que muchos creen. Un hombre que se lanza a la profunda crianza de su hijo puede transformar su propia vida, mientras brinda herramientas para el desarrollo sano y determinante de su pequeño.

Un niño ve en su padre la seguridad y la fortaleza del castillo de sus sueños, ve el barco que arremete contra las tormentas y cruje y se ladea, pero llega a buen puerto. Ve la mirada firme del enojo y la sonrisa limpia de la alegría. Siente su beso en la frente, noche a noche, como un bálsamo para dormir a cubierto de todo espectro. Y cuando niño y hombre se abrazan desnudos, pecho con pecho, tal calidez se manifiesta en dos corazones latiendo al unísono.

Debemos reivindicar al hombre en la vida de sus hijos, a pesar de su torpeza al peinar, al vestir o al hacer las tareas de la casa. Para el niño imitador por excelencia, un papá en la cocina es un héroe peleando con el pelapapas o un coloso de acero, al estrujar la serpiente malévola que representa en oscuro trapo de piso.

Qué importa si queda una mancha en la ropa, al lavar. Lo que sí importa es el hecho de sobrellevar la rutina, codo a codo, con el sabandija. Una rutina que se extrañará, a muerte, cuando el pequeño crezca y vuele.

No soy el único papá luchón, conozco otros. Muy pocos, sí... pero hay otros. Qué paradoja, muchos padres ausentes han sido criados por madres luchonas.

Intentaré un decálogo de consejos para aquellos hombres que les toque la dicha de criar a sus hijos, sin ayuda de terceros.

  1. Sean tus besos y caricias seguras, firmes y dedicadas, como tus retos. Ese equilibrio es parte, muy importante, de la mutua felicidad y el respeto.

  2. Lleva a tu hijo de la mano, con orgullo y altivez, siempre a tu lado. No hagas caso a las miradas y a los prejuicios, tú eres más que esos bastardos malnacidos que no tienen nada mejor que hacer.

  3. No te despegues del niño. Déjate de consumismo y banalidades. Tu hijo es el nacimiento de una galaxia de posibilidades y te necesita, a cada minuto.

  4. Aléjate del vicio y de la gente que está de gusto y es negativa.

  5. Ama profundamente a tu hijo, como nunca antes has amado. El amor dedicado será el mayor escudo y la fortaleza del niño, mientras crece.

  6. No lo apures, relájate. Déjalo ser, no tiene por qué transformarse en el nuevo Einstein o el salvador de la humanidad. No lo molestes con tus estúpidas ansiedades; tu hijo merece crecer sin presiones.

  7. Vuélcate a la paz y a la armonía. Entiende que el término medio será la mejor escuela para tu niño.

  8. No dudes. Haz lo que debas hacer y sal adelante. Que tu hijo vea la determinación y la valentía, aun cuando se te queme la pastaflora y, sin vueltas, te pongas a amasar tortas fritas.

  9. Abraza mucho a tu hijo. La ternura no es propia de las mujeres, es terreno del hombre, también. Eso es valía masculina, dar abrazos capaces de derretir al mundo.

  10. Tu hijo está primero, segundo y tercero. Después, no tendrás energía para cuartas o quintas cosas. Te lo digo en serio.

Está bien, admito que tienen cierta razón, muchachos. Todo es muy lindo y potable, hasta el momento de cambiar los pañales. Ese tufillo, in crescendo, que amenaza con impregnar las paredes.

Aquí les dejo la mejor receta para aliviar ese instante de incertidumbre. Piensen en la cara avinagrada de algún político mediático, en sus ojos ladinos y mentirosos, en sus gestos estudiados, en la doble vida que lleva y el discurso repetitivo, vacío y falaz que despliega con artera elegancia. Les dará tanto asco que la caca parecerá helado de dulce de leche, no lo duden.

11.(La yapa) Laven esos rechonchos culitos, siempre, con agua natural de la canilla y jabón neutro. Verán como no se paspan y estarán fresquitos como pingüinos en un glaciar.

Ánimo varones, Napoleón no hizo campaña moviendo soldaditos de plomo pegado a su escritorio. Críen a sus hijos.

Poemas dedicados a mi hijo

Ecosistema de puro amor

En un suspiro de luz, la vida
nos fundió,
nos pegó, amalgamó, nos unió.
Engarzó como a dos joyas de alma y carne.
Nos ha adherido a un propósito de paz,
y con el símbolo del infinito nos convergió.
Fusionados, combinados y mezclados,
mas nunca por el camino de los disgregados.
Esta magia nos juntó y aglutino: en un llanto, en un beso,
en una conspiración de cachetes tibios.
Así de conectados, aunados, aliados y federados,
nos sentimos cuando estamos sujetos
y atados por tanto amor.
Algunos citan: confabulados; otros aseguran: entrelazados;
yo retruco: ¡incorporados, ensamblados, anexionados!
y, sin duda,
solidificados en la mutua reivindicación de padres e hijos.
Acá estamos: vinculados, adosados y adjuntados,
todo el tiempo, contiguos y tan encariñados
como vecinos de un mismo gen abrazando un mismo árbol.
Cosidos y entretejidos, allá vamos,
tan felices por engrudados,
tan ensimismados…
en un ecosistema de piel y comunión imposible de ser separado.

Jamás

Nunca te abandonaré,
ni en las horas más oscuras de la noche escabrosa.
Cuando el mundo entero se congele y muera,
estaré a tu lado con la misma infatigable fuerza.
Como centinela de tus siestas, siempre cerca,
contra los vientos, o a plena vela,
apartando escollos, desazón y tinieblas.
Si acaso enmudeciesen de vida los planetas
y el universo revelase una llanura yerma;
si arreciare la guadaña o estallare toda estrella,
seré yo el corazón que te contenga
y el escudo final que te proteja.
Por sobre mareas altas, bajo lunas llenas,
contra mil tempestades, y si eclipsasen tus huellas,
te hallaré en el camino, te cargaré sin descanso,
aplanaré montañas, barreré a tus enemigos,
padeceré contigo sin claudicar mi entrega.
Nunca te abandonaré.
Después de que mi cuerpo se haya ido,
y solo reste olvido y arena,
mi alma, en llamas, te cubrirá
para ser ambos, uno solo, doblegando tormentas.

Los *inpeinables

¡Qué lindos, los hijos!
Tomarlos del árbol de los sueños y dotarlos de un cuerpo.
Recortarlos de un espléndido amanecer y cederlos a la vida.
Son ramas de uno mismo que enhebran toda noche,
trémulas hojas de carne acogidas por la luna.
¡Qué lindo es tener hijos!
Ensobrarlos con besos y enviarlos, sin prisa,
a una dimensión, en estreno, de todas las cosas.
Tan lindo…
Reír con ellos, naufragar en sus latidos;
votar en pos de sus ojos clamorosos de cielo.
Y cómo se desperezan, se estiran,
lucen con franqueza el laberinto de sus ombligos.
Les importa un pepino la etiqueta o el estilo,
van a la espontanea moda de cada momento…
por Dios, tan lindo.
Son como tallas de asombro, capullos de luz,
vertientes de un misterio infinito;
los hijos.
Anidamos en sus huellas, sobre el rastro berrinchudo de sus caprichos,
al amparo de sus besos, en racimo;
siempre después, de una maratón de peines y cepillos.
Con ellos, por fuera del tiempo,
en sus jardines de la inocencia,
girando alocados, en el carrusel de las ocurrencias;
llevados, como de tiro.
Sin más palabras: los hijos.

*Inpeinables: Inventada. No se pueden peinar.

A pata ancha

Mira que vas a dormir así,
fuera del mundo,
amamaderado,
con el tilde en el encanto.
Amplio y exagerado,
a cococho de un plato volador
hacia un planeta lejano.
Dormir con la nada celeste en el alma,
brisas con rulito en un rayo de sol
y un desliz (muy disimulado)
hacia mi lado de la cama.
¡Qué plaga!
¿Quién quisiera dormir en las almohadas de paz que tú, en cada sueño, estrenas?
Sin cadenas, sin pesares,
sin otros malabares que un bostezo
y un florecido beso mío
en la fuente de tu frente que sueña.
Hasta emparejar la siesta
y dejarla, bien lista,
para entrar a los dibus como un detallista.
Un dormir de faraones,
de jarrones inmortales en el mar,
quietito como mullido koala, sin pestañar.
Que el pañal aguante y las hadas crezcan,
el mundo entero se desvanezca
y a la mañana siguiente, si le place,
se levante.
Dormir a lo bebé arrebujado,
bien amado
y sin molestias.