La última dictadura militar se instaló en Argentina hace ya casi cincuenta años y, desde aquel entonces, muchas cosas han cambiado y tantas otras siguen empecinadas en perdurar. Este texto explora la importancia de la memoria colectiva de cara a la comprensión del presente y a la construcción de un futuro que, lejos de la tragedia, sea proyecto de vida de los pueblos.
El sistema nos vacía la memoria,
o nos llena la memoria de basura, y así nos enseña
a repetir la historia en lugar de hacerla.
Las tragedias se repiten como farsas,
anunciaba la célebre profecía.
Pero entre nosotros, es peor;
las tragedias se repiten como tragedias.(Eduardo Galeano, El libro de los abrazos)
El golpe
El 24 de marzo del presente año se cumplió el cuadragésimo noveno aniversario del último golpe de Estado en Argentina. Aquel día no fue como cualquier otro aniversario de ese lamentable y oscuro acontecimiento de la historia de nuestro país. Este último 24 de marzo nos encuentra, a los argentinos y argentinas, frente a la vulneración de una serie de derechos conseguidos gracias a siglos de la lucha colectiva y tenaz de quienes caminaron por estas tierras antes que nosotros. Nuestro pueblo asiste hoy a la entrega de valiosos recursos naturales a potencias y empresas extranjeras; así como también a la derogación de leyes que se proponían regular las condiciones laborales del sector trabajador; al empeoramiento del acceso a servicios y derechos básicos (entre los que destacan el derecho a la vivienda, a la salud, a la educación y al trabajo); y también al congelamiento de los salarios y las jubilaciones frente a un contexto generalizado de pérdida del poder adquisitivo de la población.
Como si fuera poco, las crecientes dificultades de vivir una vida digna suceden en un contexto de criminalización de la protesta social y de vulneración de la libertad de expresión a quienes no coinciden con el relato impartido por el oficialismo. Esto se lleva adelante mediante un aceitado y costoso aparato comunicacional de persecución a cualquier forma de oposición política que no sólo es aceptado, sino explícitamente arengado por la cúpula del Poder Ejecutivo Nacional.
Las políticas públicas de este gobierno se presentan como la única salvación que tendría el país frente a una serie de problemas económicos y políticos heredados de las gestiones anteriores (sobre todo –dice el relato oficial– de aquellos con una ideología política de corte más popular). De este modo, estas políticas que generan una profundización de las desigualdades sociales entre ricos y pobres, se producen de la mano de la rehabilitación a nivel social y político de un discurso individualista, conservador y fuertemente autoritario. Desde esta mirada oficial de las cosas, los acontecimientos actuales e históricos son leídos y explicados de formas que, hasta hace algunos pocos años, creímos haber conseguido superar gracias al revisionismo y al diálogo democrático.
En cuanto al último golpe de Estado, este discurso no sólo promueve una postura negacionista de los crímenes perpetrados por la última dictadura militar argentina (1976-1983), sino que también reinstala la famosa teoría de los dos demonios. Esta última busca justificar las violaciones a los derechos humanos cometidas por el gobierno de facto de aquel entonces al sostener que no se trató de un plan sistemático de violación a los derechos humanos –como demostró de forma contundente la fiscalía del mundialmente conocido “Juicio a las Juntas”– sino de una “guerra” entre dos bandos: de un lado, la subversión (como llamaban los militares setentistas a toda forma de expresión de una ideología política de lucha y reclamo por los derechos conseguidos y sensible a las desigualdades sociales; lo que la hacía contrapuesta a las ideas promovidas por el gobierno de facto) y, del otro, el Estado argentino controlado a la fuerza por los militares, quienes decían estar a cargo de un “Proceso de Reorganización Nacional”.
La tragedia y la memoria
A lo largo de los últimos años, algunas voces genuinamente confundidas y otras decididamente malintencionadas han cuestionado la urgente e imperiosa necesidad de un sector de la sociedad argentina de volver sobre estos crímenes de Estado y la memoria de sus víctimas. ¿Qué necesidad hay de seguir hablando una y otra vez de este tema? ¿Por qué la insistencia con los crímenes del pasado, si eso quedó justamente allí, en el pasado? Respondamos estas preguntas desde la perspectiva histórica: la memoria es un proceso fundamental para los pueblos, pues no sólo les permite preservar y transmitir a las nuevas generaciones los hechos y las narrativas de lo que sucedió, sino que también permite proyectar de forma colectiva el futuro que se espera construir. Bajo este punto de vista, la memoria no es un acto cognitivo individual sino una construcción social, consciente e históricamente situada que, además de evocar lo que sucedió, permite idear los futuros posibles de los pueblos.
La memoria es particularmente relevante en el contexto sociohistórico que se encuentra atravesando actualmente la Argentina. Esto es así debido a que, bajo la justificación de la crisis, el actual gobierno se ha propuesto resucitar una serie de políticas públicas que se presentan como novedosas cuando lo cierto es que se trata de la repetición, recurrente y cíclica, de una vieja fórmula: pedir austeridad al pueblo para, dicen, obtener el tiempo suficiente que permitirá resolver la crisis, mientras que las medidas sólo apuntan a un fuerte endeudamiento con organismos internacionales de crédito, la venta a un bajo costo de los recursos y los bienes del país, y la implementación de una serie de beneficios económicos a los más poderosos grupos empresariales (por medio de, por ejemplo, las exenciones impositivas), mientras que, en la práctica, lo que se produce es el empobrecimiento premeditado y progresivo de las clases medias y bajas de la sociedad.
Dice Eduardo Galeano en El libro de los abrazos: “el sistema nos vacía la memoria, o nos llena la memoria de basura, y así nos enseña a repetir la historia en lugar de hacerla. Las tragedias se repiten como farsas, anunciaba la célebre profecía. Pero entre nosotros, es peor; las tragedias se repiten como tragedias”. La última dictadura militar argentina fue un gobierno autoritario y represivo que impulsó una serie de medidas económicas de corte neoliberal. Durante ese período, la deuda externa argentina y los números de la pobreza aumentaron fuertemente en el país. A nivel general, esto es precisamente lo que se está impulsando y consiguiendo con la aplicación del plan económico actual que, además, tiene importantes similitudes con los gobiernos de la década de 1990 en Argentina.
Y aquí está el quid de la cuestión: si los pueblos no hacemos recurrentemente el ejercicio colectivo y consciente de la memoria de nuestro pasado como nación, podemos caer en la tentación de creer que viejas fórmulas promovidas cíclicamente como recetas mágicas nos permitirán solucionar una serie de problemas muy complejos en un abrir y cerrar de ojos. Estas viejas recetas son el producto de un gobierno cuyas ideas, además de autoritarias, son profundamente anticuadas pues reviven viejos y refutados postulados teóricos de pensadores de los siglos pasados. Así, por ejemplo, cuando la cúpula del Poder Ejecutivo Nacional sostiene que los derechos son inviables, pues mientras que “las necesidades son infinitas, (...) los recursos son finitos” coloca en la arena de la política de un país las ideas propuestas por Malthus en el siglo XVIII acerca del crecimiento diferencial entre las poblaciones y los alimentos. Esto echa por tierra siglos de avances en materia de derechos que fueron conseguidos únicamente gracias a la lucha colectiva.
De aquí la imperiosa necesidad de ejercer la memoria sobre las violaciones a los derechos humanos perpetradas por la última dictadura militar al aplicar el Plan Cóndor en este territorio, con el fin de implantar un sistema socioeconómico neoliberal en Latinoamérica. Sólo ella nos permitirá entender que hoy en día el pueblo argentino se encuentra frente a los mismos métodos y a las viejas fórmulas de aquel entonces. Sólo de ese modo lograremos evitar la innecesaria repetición de la tragedia.