Ante los riesgos del autoritarismo, el debate sobre el futuro de la democracia resulta cada vez más pertinente. Las relaciones humanas cambian aceleradamente como consecuencia de las vertiginosas innovaciones tecnológicas. Ante nuevas aspiraciones y preferencias, frustraciones e ira, la función de gobernar se vuelve crecientemente compleja.
La instantaneidad de las reacciones en una sociedad digitalizada y más informada descargan una presión enorme sobre el Estado y los equipos de gobierno. Un gobierno sin mayoría, con equipos sin preparación, políticas mal diseñadas o mal implementadas, no llegará lejos. Se culpa entonces a la democracia cuando la causa es la ausencia de capacidades.
El buen gobierno es una condición principal para afianzar la democracia. En América Latina se constatan debilidades transversales, de derecha a izquierda. Los buenos o malos resultados no dependen solo de factores exógenos o inesperados, tampoco únicamente de la ideología de quien gobierna. Depende mucho de la forma de gobernar. ¿Qué requisitos debieran confluir para hacer una buena gestión de gobierno, sea este de izquierda o de derecha? Es esencial pensar en qué condiciones coadyuvan a organizar y ejecutar un buen gobierno, a qué factores deben atender los partidos y candidatos al prepararse, y también los electores al elegir a sus representantes.
Condiciones políticas para realizar un buen gobierno
La primera condición es conformar una coalición de mayoría o con vocación de serlo. La gobernabilidad exige lograr buena coordinación intra gubernamental, y el alineamiento de todos los órganos de gobierno para conseguir el cumplimiento de los principales objetivos comprometidos. Coaliciones fragmentadas con numerosos partidos no funcionan, y la fragmentación induce la polarización y el protagonismo inútil de parlamentarios bulliciosos. Gobiernos frágiles dan frutos magros. En regímenes presidenciales, como los de América Latina, una cuestión crucial es configurar una alianza de mayoría en el Parlamento para coordinar acciones, aprobar leyes y reformas, y reducir la conflictividad y la consiguiente parálisis.
El sistema electoral es una pieza crítica del sistema político, tanto por la indispensable legitimidad del sistema de conteo, como por la calidad del sistema de partidos y de la representación parlamentaria. Un sistema disperso provoca la fragmentación. Una opción es establecer normas legales para fortalecer partidos y promover su integración en coaliciones. En España y Alemania los partidos deben alcanzar un porcentaje de votos superior a 4 o 5% para tener representación parlamentaria y mantener su vigencia legal. Se deben mejorar los mecanismos de colaboración y diálogo de senadores y diputados con ministros y altos funcionarios de gobierno que den estabilidad y gobernabilidad. El intercambio de información evita confrontaciones por malentendidos o disputas que retardan o paralizan.
El buen gobierno exige formas descentralizadas de ejercicio de poder y de coordinación entre los distintos niveles de decisión, nacional, regional, local. Esto implica un fortalecimiento de los municipios, traspasar mayores recursos y atribuciones, mejorar la calidad de los equipos, reforzar los sistemas de control de los recursos públicos. A ese nivel hay cercanía de la gente para participar y colaborar a la solución de los problemas.
La democracia participativa obliga a apoyar el desarrollo de las organizaciones de la sociedad civil. La debilidad de estos cuerpos puede transformarse en un factor de ingobernabilidad. Las organizaciones intermedias, como es el caso de las organizaciones deportivas, el cuidado de los niños y adultos mayores, organizaciones de pobladores para conseguir vivienda, defensores del medio ambiente, impulsores de iniciativas culturales, de protección de barrios ante penetración de la droga deben contar con apoyos del Estado y del sector privado.
Gobernabilidad y aparato estatal
La mayoría de los países de América Latina tiene un aparato estatal ineficaz, su estructura es burocrática y su funcionamiento es lento. Multiplicidad de normas superpuestas, permisos interminables y plazos prolongados traban las decisiones. El aparato estatal se va paralizando con una maraña de normas. Además, algunos servicios públicos no aplican bien las medidas ni evalúan su funcionamiento. Con frecuencia, las deficiencias no se subsanan a tiempo. El buen gobierno requiere la creación de instancias y procedimientos de fiscalización y supervisión potentes, y hacer reformas continuas que den agilidad en tiempos de aceleración. La confianza de la gente depende de un aparato público eficaz y transparente, capaz de servir a la ciudadanía.
La calidad de los equipos de gobierno es fundamental. La selección de los funcionarios y su formación, así como la búsqueda de personas con experiencia política y capacidad técnica es con frecuencia aún más importante que el diseño de las políticas que se pretende poner en marcha. Gobernar bien no es sólo definir buenas políticas públicas, es esencial contar con equipos de calidad para ejecutarlas. Tener buen gobierno es formar funcionarios públicos de calidad y exigir de los partidos políticos la formación político-técnica de sus miembros, la elaboración de programas rigurosos. Los programas son instrumentos fundamentales para el análisis y educación de los ciudadanos, que deben estar mejor informados para elegir bien a sus representantes.
El Estado moderno deberá asumir nuevas funciones. Entre ellas mejorar con nuevas tecnologías la provisión de bienes y servicios públicos para reducir la desigualdad Para ello debe disminuir la brecha digital y apoyar la formación digital de todos los habitantes. Otras funciones imprescindibles son la convocatoria a la comunidad para el diálogo social y el diseño de estrategias compartidas.
Estas funciones requieren de una nueva forma de relación con el sector privado para definir objetivos comunes, convenir inversiones para el crecimiento de la economía. Y también se debe instar a las empresas a comprometerse a cumplir normas laborales y sociales y colaborar con las comunidades donde operan. En América Latina el ideologismo ha confrontado lo privado con lo público, el mercado con el Estado. Las funciones y responsabilidades de ambos deben orientarse hacia una cultura de cooperación.
El Estado y la seguridad para un buen gobierno
Un reto mayúsculo en todos los países de América Latina es el combate al crimen organizado internacional, que ha penetrado aceleradamente, de la mano de carteles de la droga, y luego se extienden a negocios ilegales, trata de personas, extorsiones, sicariato. Su propagación es consecuencia también de un Estado ausente de partes del territorio y de zonas urbanas completas, especialmente en las más pobres. Este es uno de los mayores riesgos para la democracia, pues la sensación de inseguridad alienta las propuestas populistas y autoritarias.
Tradicionalmente las derechas han privilegiado su concepto de seguridad en torno al orden, a veces represivo, y descuidado la dimensión social, mientras la izquierda ha priorizado el avance social y descuidado la lucha contra el crimen. La seguridad debe concebirse de manera integrada. La democracia y la paz social exigen que el gobierno garantice la seguridad de cada persona en todo el territorio y, al mismo tiempo, mejore sin pausa la seguridad social. Buenas policías profesionalizadas, con servicios de inteligencia capaces, con expertos en cibercrimen, deben ir de la mano con servicios públicos de calidad en educación, salud, vivienda y pensiones, igualdad de oportunidades de acceso, empleo. La cohesión social es también un fundamento de la paz social. No hay buen gobierno ni progreso social sin orden público y cohesión social.
Gobernabilidad y comunicaciones
Antes todo transcurría lento, ahora todo se acelera. Antes había más reflexión, ahora todo es inmediato. Antes se leía más, ahora se privilegian las imágenes. Hoy predominan las emociones sobre las razones y los comportamientos electorales se vuelven volátiles. Ahora, gracias a la tecnología los ciudadanos poseen más conocimientos, autonomía y poder, y el poder está más diluido. Todos los gobiernos se quejan de que comunican mal sus logros. La digitalización cubre todos los aspectos de la vida, pero los políticos están menos adiestrados en el campo digital. Hoy es más difícil gobernar y la política está rezagada en la forma de comunicar, suele utilizar preferentemente medios tradicionales: prensa escrita, radio y TV.
¿Cómo comunicar? ¿Cómo proteger ese poder ciudadano y la democracia del predominio incontrarrestable de las grandes corporaciones y de la manipulación? La dificultad comunicacional crece con la expansión exponencial de las redes sociales, con las tergiversaciones y los bulos. Informar con prontitud y elevar la capacidad de comunicar los propósitos de un gobierno y los valores que lo inspiran ha pasado a ser una prioridad para los gobiernos.
Un buen gobierno debe reunir a expertos en las nuevas formas de comunicación para explicar y convencer. Y regular el uso de las tecnologías, de manera que se establezcan las mismas normas que rigen para los medios tradicionales, proteger la privacidad, controlar las noticias falsas, evitar el insulto y el odio, impedir la concentración, exigir de las plataformas globales el respeto de las normas democráticas, evitando que las empresas globales impongan su lógica de minorías poderosas globales a los estados nacionales democráticos.
Buen gobierno exige una visión de futuro
La proyección de una visión de futuro es crucial en una democracia, la ciudadanía debe compartir una mirada inspirada en principios comunes. La exploración de escenarios posibles facilita la formulación de estrategias para lograr objetivos compartidos. La prospectiva estratégica es un instrumento que sirve a la gobernabilidad. La anticipación del futuro, el estudio de las tendencias globales ayuda a identificar las oportunidades y riesgos, con mirada de largo plazo. El concepto de gobernanza anticipatoria se ha venido instalando en distintos países y contribuye a mejorar la capacidad de gobernar en un mundo de emergencias cotidianas e imprevistos que obligan a atender solo el corto plazo y a reaccionar improvisadamente. Anticipar es esencial para dar rumbo y no perder la brújula.
Es prioritario preparar buenos programas de gobierno, precisos y cuantificados, que propongan lo inmediato y también lo necesario a mediano y largo plazo. La existencia de acuerdos estratégicos de largo alcance entre los principales sectores políticos, aunque sea en pocos temas, contribuye a sostener las buenas políticas en gobiernos de distinto signo político, evitando deshacer lo hecho cuando llega una nueva administración con la pretensión de partir de nuevo en todo.
Los programas sirven al doble propósito del escrutinio ciudadano para debatir y mejorar y educar al elector para que vote con conocimiento de las ideas y capacidades de cada candidato o candidata. Los gobiernos debieran trabajar con las universidades en estas materias, allí se han creado importantes capacidades intelectuales que el país necesita para abordar los grandes temas nacionales. Y los partidos políticos deben ser también partidos programáticos y formadores de las nuevas generaciones en temas de gobierno.
Para gobernar mejor en sociedades digitalizadas, que enfrentan desafíos globales de cambio climático, aceleración tecnología y sucesos difíciles de prever, se debe priorizar una formación digital con acceso a todos, y expandir los centros de investigación en áreas críticas para el desarrollo nacional. El empleo de la Inteligencia artificial requiere de personas formadas que la apliquen para elevar la calidad de la gestión, la productividad, y enfrentar los empleos de futuro que desplazaran a los trabajos rutinarios. La educación digital permite que las personas usen la tecnología a favor de hacer mejor su trabajo y no para reemplazarlo. La regulación de estas tecnologías es esencial para servir a la democracia. El buen gobierno requiere de mayor conocimiento de las tecnologías y de los comportamientos sociales.
Valores y legitimidad
La corrupción expandida y acrecentada, vinculada al crimen organizado está socavando la convivencia, democracia y su legitimidad. La ética es una virtud imprescindible de un buen gobierno. El buen gobierno debe explicitar siempre los valores que orientan sus decisiones. La libertad, la inclusión social, la solidaridad, la colaboración, el cuidado de la naturaleza, el respeto a la dignidad de cada persona son los principios que hacen posible una sociedad decente. La confianza en las autoridades elegidas depende de sus valores y del ejemplo que trasunta esa autoridad. La vocación de servicio público, el lenguaje respetuoso, exento de agresiones e insultos, favorecen la convivencia social y ayudan al bienestar. Y además concitan reconocimiento y apoyo. El comportamiento austero y transparente de los principales dirigentes eleva la confianza en la democracia. Promover la ética, la transparencia y la probidad en todas las labores públicas y privadas legitiman la acción política. Estas son cualidades irremplazables de un buen líder.
El buen gobierno exige intensificar la educación para la democracia, en la escuela y el liceo, despertar el sentido de comunidad y del bien común. Los jóvenes deben admirar la nobleza que comporta el ocuparse de los temas colectivos, y aprender que la vida en una sociedad democrática no se puede fundar en un comportamiento individualista, sin solidaridad ni preocupación por los demás. Encarar la magnitud de los retos del futuro en democracia requiere de solidaridad y de colaboración.