El desembarco de las tecnologías digitales y su impacto en los medios de comunicación despiertan muchas reflexiones, preocupaciones y preguntas por responder: ¿hasta qué punto el modelo de negocios impuesto por las big tech de Silicon Valley, gigantes corporaciones globalizadas que regulan el discurso público, pueden alterar el debate democrático? ¿Qué aspectos relevantes suman al periodismo la emergencia de nuevos medios, códigos y contratos de lectura en la arena digital? En un contexto enunciativo, donde los discursos políticos y mediáticos atraviesan un escenario de polarización política exacerbado, todo parece más complejo.
El impacto de las plataformas digitales como intermediarios de la participación política contemporánea es cada vez más imponente, provocando diversos cambios en la intermediación social y política de la ciudadanía con las deterioradas representaciones políticas tradicionales: partidos y medios de comunicación.
Según Nielsen, en su artículo, “Media capture in the digital age” (2017), la era digital democratiza la producción y el consumo de mercancías culturales, pero no la distribución, que está concentrada en las plataformas que dominan los medios de contacto o conexión (Whatsapp, Instagram, TikTok, etc). Paradójicamente, el autor norteamericano confiesa que estamos volviendo al siglo XIX, en aquella época preindustrial, los medios fueron creados para ganar influencia política y social, el dinero no era el mayor objetivo. Luego, en el siglo XX, comienzan a pensarse como un mercado instrumentalizado para influir en las decisiones del Estado, y así beneficiarse económicamente.
Podemos decir que el magnate aeroespacial, de la automotriz eléctrica y la tecnología satelital para la provisión de internet, (todos ya saben de quien hablamos), Elon Musk, excéntrico comprador de Twitter (ahora X) es un claro ejemplo del momento descrito, donde además de ganar mucho dinero, los multimillonarios buscan manejar la agenda política y cultural. Otro semidiós más cercano del tecnocapitalismo, pero de menor rango, podría ser el twittero explosivo Marcos Galperín, fundador y CEO de Mercado Libre, empresa líder del comercio electrónico en Argentina y gran parte de América Latina.
El docente e investigador, especializado en políticas de medios masivos y derecho a la información, Guillermo Mastrini agrega en este video que presenciamos un campo mediático hiper concentrado -al respecto, recomiendo leer el artículo de Becerra y Mastrini, “El mapa de medios en la era Milei”-, y un sistema de prensa marcado por el mecenazgo digital o el patrocinio de las big tech, como Google, que gobierna el modelo de negocios actual creado a su semejanza y basado en en la extracción (o explotación) de datos personales, para conformar perfiles de consumo y generar publicidad más efectiva y menos costosa, a partir de la “customización de las publicidades”. Como una gran cadena de repercusiones, el impacto que provoca este modelo de negocios recae en la fragmentación de las rutinas productivas del periodismo, que requiere de tiempo y recursos para la investigación, además de la nefasta precarización laboral de los trabajadores de prensa, que produce alarmantes resultados de autocensura.
Los contextos de polarización política, presentes, por ejemplo, en el escenario argentino, entre otras realidades nacionales, no hacen más que acentuar estos fenómenos. Según Mason (2015), la polarización política se refiere a un “alineamiento extremo de posiciones contrapuestas en función de una identificación ideológica o partidaria”, que va creciendo en el mundo. En los estudios sobre el tema, existe un debate sobre si la polarización es un fenómeno circunscrito dentro de las elites gobernantes (que disputan el poder del Estado), sean de un extremo u otro, o si es un fenómeno que atraviesa a la sociedad entera. Así mismo hay diferentes grados y tipos de polarización, pero nos quedaremos con la definición citada.
En América Latina, el descontento con las democracias representativas han creado un caldo de cultivo propicio para el surgimiento de líderes outsider de extrema derecha, potenciados por influencers del mundo digital que transitaban por los márgenes de la discusión política. Ataques de activistas en entornos mediáticos, muchos vinculados a las “granjas de trolls”, pero otros, simples usuarios opinando desde una subjetividad marcada por el rechazo a los progresismos de América Latina, “las ideologías de género”, la “corrupción”, o “inestabilidad macroeconómica”, y otros temas relevantes para la opinión pública, son una muestra de los acosos sistemáticos.
El aumento de la polarización entre las audiencias digitales tuvo su consecuente impacto en la movilización de electores, muy rápidamente estos sectores fueron incorporados en los ecosistemas de representación, disputando los sentidos que construyen la vida pública e institucional. El caso del anarco capitalista libertario, Javier Milei, actual presidente de Argentina es el caso paradigmático del auge de estos fenómenos globales.
¿Cómo podemos analizar estas situaciones planteadas desde el campo teórico? Si tenemos en cuenta la Economía Política de la Comunicación, que atendiendo a la definición de Vincent Mosco (2016), estudia las relaciones sociales de poder que constituyen la producción, circulación y consumo de recursos culturales, debemos mencionar tres procesos políticos y económicos que se producen, tanto en la actualidad, como en el pasado industrial de los medios y el periodismo:
Mercantilización: “es el proceso de transformar cosas valoradas por su uso en productos comercializables que son valorados por lo que de ellos se puede obtener en un intercambio” (p. 58). En ese sentido, la información o los productos culturales son bienes mercantilizados, vendidos y comprados en el mercado.
Espacialización: “es el proceso de trascender los límites del espacio geográfico a través de, principalmente, los medios masivos y las tecnologías de la comunicación” (p. 58). Por ejemplo, cuando un evento se transmite por una plataforma de contenidos online y puede verse en diferentes partes del mundo.
Estructuración: “es el proceso de crear relaciones sociales, principalmente aquellas organizadas alrededor de la clase social, el género y la raza” (p. 58). Aquí habría que preguntarse, qué discursos y acciones sociales se edifican en los ecosistemas digitales que median las relaciones interpersonales de comunicación, volviendo al problema de los discursos de odio que se expresan.
Estos tres factores, combinados en el actual escenario comunicacional global, donde las plataformas son intermediarios de la conversación pública y tienen un anclaje supranacional, que los inmuniza de políticas públicas que busquen garantizar la libertad de expresión, generan un combo muy difícil de manejar para el desarrollo de propuestas positivas de intervención pública que contemplen a los derechos humanos universales. Citando a Becerra y Waisbord (2021, p. 301-302), este proceso de interacción reinante se encuentra:
bajo la lógica regulatoria privada de las grandes compañías tecnológicas, que combinaba una aparentemente amplia libertad de expresión por parte de los usuarios con un algoritmo que los dirigía hacia contenidos que radicalizaban sus preferencias para retenerlos más tiempo en las plataformas, fue tensionando las reglas de juego de las redes sociales digitales con los estándares de derechos humanos, y los del derecho a la libertad de expresión en particular, con el paso de los años.
En la Argentina de hoy, se puede ver una acentuada polarización en la expresión de la comunicación digital. Estaríamos en condiciones de pensar que es un fenómeno que atraviesa a la sociedad que participa pasiva o activamente en este tipo de plataformas. El incentivo del Gobierno Nacional de Argentina a este escenario se expresa en un modelo de comunicación controlada, donde el mismo Milei enfatiza el cuestionamiento público de los medios, los divide entre amigos y enemigos y establece una política de inmediatez populista, mediante la comunicación directa con la ciudadanía.
Mientras tanto, surgen nuevos medios digitales, que articulan entretenimiento y periodismo político en busca de interpretar demandas sociales con formatos novedosos por fuera del mainstream. Esto demuestra que la construcción de audiencias desde las redes sociales y nuevas plataformas digitales encontraron un espacio de intervención pública que los volvieron actores centrales de la política contemporánea.
Fuentes
Mosco, V. (2006). La Economía Política de la Comunicación: una actualización diez años después.
Mason, L. (2015). “I Disrespectfully Agree’: The Differential Effects of Partisan Sorting on Social and Issue Polarization”. American Journal of Political Science, 59 (ja1), 128-145.
Martín Becerra y Silvio Waisbord (2021). La necesidad de repensar la ortodoxia de la libertad de expresión en la comunicación digital. Desarrollo Económico. Revista de Ciencias Sociales, VOL. 60 - N° 232 - pp. 295-313 | ISSN 1853-8185.
Nielsen, R. K. (2017). Media Capture in the Digital Age.
Canosa dijo que Milei la hizo echar de la televisión y la radio: “No le gustó que denunciara la venta de candidaturas”. LaPolíticaOnline.
Becerra, M. y Mastrini, G. (2024). El mapa de medios en la era Milei. Revista Anfibia.
Waisbord, S. y Amado, A. Investigación “Periodismo partido al medio”. Info Ciudadana.