En 1990, Joseph S. Nye Jr. publicó el artículo titulado Soft Power (Nye, 1990a) el cual se convirtió en una defensa del modelo liberal de los valores norteamericanos de entonces, frente al colapso de la Guerra Fría y la amenaza del uso del Hard Power directo, más la posible retaliación mutua entre las dos potencias hegemónicas. En un contexto de polarizaciones extremas ya en evanescencia, Nye, en respuesta a la visión pesimista de Paul Kennedy, previó el empleo de un poder más sutil, más persuasivo y de atracción, el cual llegaría a ser una doctrina muy común para los diplomáticos y los nuevos grandes poderes.
En Soft Power, Nye aclaró que Estados Unidos trataba de entender su lugar en el mundo sin la amenaza soviética. De hecho, a inicios de los 90, el mundo se estaba haciendo más interdependiente, esencialmente globalizado. Existía entonces una comparativa que se hacía respecto al fin del poder hegemónico estadounidense, en forma similar a lo sucedido con Gran Bretaña en el siglo XIX.
Sin embargo, muchas de las observaciones políticas de aquel momento consideraban el poder en términos de recursos y no de la “(…) habilidad para cambiar el comportamiento de los estados” (Nye, 1990a). Nye también destacó el rol futuro de las multinacionales, los grupos terroristas, compañías petroleras y grupos religiosos. En efecto, el rol clásico del Estado venía menguando en la difusión de su poder hegemónico desde la década de los 70, algo reconocido también por Henry A. Kissinger.
Para Nye, el poder a finales del siglo XX es tan complejo y amplio en sus características de Estado a Estado que los factores económicos y sociales que están interrelacionados implican más elementos a considerar en el balance e influencia de la relación entre una nación sobre otra. Por lo que la facilidad en el uso del poder duro se vio reducida por la existencia de cinco factores importantes: “interdependencia económica, actores transnacionales, nacionalismo en estados débiles, la difusión de la tecnología y cambios políticos” (Nye, 1990a).
Ya entonces, Nye hizo esta afirmación: “El poder está pasando de los ‘ricos en capital’ a los ‘ricos en información’” (Nye, 1990a). Algo que se constató en la década del 2010, después del caso Cambridge Analytica. Este poder a través de la información no desafió la definición del poder propuesta por Robert A. Dahl, la cual es: la habilidad de hacer que otro haga algo que de otra manera no hubiera hecho.
Lo que hace el Soft Power, esencialmente, es establecer la forma por la cual el poder se canaliza y tiene mejores efectos a través de la influencia y la persuasión. Aquel año de 1990 en otro artículo de análisis (Nye, 1990b) establece las formas tradicionales de medición del poder: la población, el territorio, los recursos naturales, el tamaño económico, las fuerzas militares y la estabilidad política, entre otros. Siendo así difícil saber que recurso provee la mejor base para el poder en cualquier contexto en particular. Debido a ello, en términos formales, conseguir que un Estado cambie de proceder es el “método dominante para ejercer el poder”, el cual se aplica a través de incentivos o amenazas.
No obstante, una manera indirecta de hacer que otro Estado busque lo que el primero busca es un comportamiento de poder cooptativo (Nye, 1990b), que en esencia es el poder blando. Así, la propia creación de un marco de discusión, de metas apropiadas e interiorizadas, es lo que alimenta un mayor poder que la simple acción de imponer poder sobre otro [comando de comportamiento]. Sobre esto, es importante establecer que la diplomacia es un Soft Power diferenciado, porque proviene del Estado, de las razones de los estados. Así, al existir una voluntad estatal, existe la posibilidad de un Soft Power defensivo y ofensivo, un Soft Power dirigido y planificado. El cual no es igual al Soft Power espontaneo de las personas, las culturas y los pueblos comprendido hacia fines del siglo XX.
Al respecto, una apreciación histórica y comparativa destacable es la variación en las fuentes del poder para las grandes potencias. En el s. XVI, España a través del oro, el comercio colonial, los ejércitos mercenarios y los lazos dinásticos; en el s. XVII, Holanda a través del comercio, los mercados de capital y el poder naval; en el s. XVIII, Francia a través de la industria rural, la administración pública, el ejército y su número de población; en el s. XIX, Gran Bretaña a través de la industria, la cohesión política, el poder naval, las normas liberales, su locación geográfica, las finanzas y el crédito; y en el s. XX, Estados Unidos con su escala económica, su liderazgo científico y técnico, su cultura universalista, sus alianzas, fuerza militar, y su posición como eje de comunicación transnacional (Nye, 1990b).
Esta relación evolutiva del poder desde el siglo XVI hasta el XX es diferenciable del poder blando a inicios del siglo XXI por su complejización dentro de la multipolaridad y las diferentes variables tecnológicas que determinan resultados más amplios y más acelerados que en los siglos anteriores. Por lo que, el poder para Nye se hace menos transferible, menos tangible y menos coercitivo.
Más adelante, para finales de 1999, se plantea el error de establecer la multipolaridad. Denotándose que no es una buena descripción “la multipolaridad” cuando Estados Unidos es mucho más poderoso que todos los demás países (Nye, 1999). Así, el entendimiento del poder en términos macro-políticos es similar a la distribución de un tablero de ajedrez tridimensional: en la cima, el tablero es unipolar y militar, donde Estados Unidos lo encabeza; al medio, el tablero es económico y multipolar con Estados Unidos, Europa y Japón disputando dos terceras partes de la producción mundial; y en la parte inferior, en la que se representa las relaciones trasnacionales que salen del control total de los gobiernos, es donde está más dispersa la estructura del poder (Nye, 1999, 2002b). Por lo cual, los países y poderes internacionales juegan sus cartas en diferentes tableros, complejizando la definición de poder hegemónico para todas las naciones y continentes.
A inicios de la década del 2000, Nye estableció que la globalización era mejor que el aislacionismo, y que las instituciones bien reguladas eran mejores que las ideologías. Lo que acontecía entonces, era una relación hibrida entre representantes gubernamentales, intergubernamentales y no gubernamentales (Nye, 2001). En sí, otra demostración de la seria transformación del poder internacional en comparación a las décadas de la Guerra Fría.
Además de la observación sobre la globalización, el poder acumulado se presentaba en difusión debido a la información en red que estaba en su etapa inicial, constituyendo comunicación de uno a uno, de uno a muchos, de muchos a uno, y de muchos a muchos (Nye, 2002a). Para Nye el problema de la burocracia y la centralización habían fomentado como respuesta las organizaciones en red, las nuevas formas de comunidad y las demandas para nuevos roles del gobierno.
Ciertamente y como lo previó, el poder de las redes de comunicación redujo el monopolio de las burocracias tradicionales. El cambio en la difusión del poder a través de medios de la comunicación significó también, que los peligros ya no eran exclusivos de sujetos estatales, sino que reafirmaban el poder difuminado para gobiernos, organismos no gubernamentales, individuos y combinaciones entre ellos (Nye, 2002a).
Entonces, se establece que los países con posibilidades de ganar poder blando en la era de la información eran: aquellos con una cultura dominante y cercana a las normas globales [e.g., liberalismo, pluralismo y autonomía]; aquellos con acceso a múltiples canales de comunicación y más influencia sobre la manera de enmarcar mediáticamente los problemas; y aquellos de los cuales su credibilidad estuviera mejorada por su actuación internacional e interna (Nye, 2002a).
De acuerdo con Nye, son las políticas arrogantes y unilaterales las que a ojos de los demás disminuyen el poder blando de Estados Unidos. Es más, Nye aseveró que Estados Unidos podría beneficiarse de la era de la información global si desarrollaba un mejor entendimiento de la naturaleza y los límites del poder, haciendo que sus instituciones fueran atractivas -Soft Power defensivo-, y dejando que la apertura de su sociedad mejorara su credibilidad (Nye, 2002b). Por lo cual, llevar a otras naciones a querer, admirar y emular lo que Estados Unidos ve como correcto es el fin del poder blando estadounidense (Nye, 2002c). Siendo de esta manera, la cooptación y no la coerción, la que es válida.
Así, el poder blando no era, ni es, una característica única de una potencia liberal, sino que también fue utilizado por regímenes autoritarios como la Unión Soviética, pero lo fue perdiendo con acciones como la invasión a Hungría (1956) y a Checoslovaquia (1968), habiéndose convertido en un Soft Power negativo. Es por esto que un país debe mantener la legitimidad de su poder ante los ojos de los otros, obteniendo una menor resistencia a sus deseos, sumado a que, si su cultura es atractiva, otros la seguirán (Nye, 2002c).
También se destaca otros valores que han constituido el poder blando desde Estados Unidos, siendo los siguientes: el comportamiento en casa -democracia-, escuchar a otros -las instituciones internacionales-, y la promoción de la paz y los derechos humanos en la política exterior estadounidense (Nye, 2002c). Al respecto, el Soft Power es positivo en términos de influencia y así como es positivo, también puede hacerse negativo, puede convertirse en un Soft Power inverso en perjuicio de su cultura, sea por causas internas o externas.
Un elemento que destaca Nye en medio de la primera guerra del Golfo, fue la “weaponization of reporters”, por lo cual los reporteros de CNN al cubrir el suceso y enmarcar los asuntos de aquella guerra, evitaron que el régimen de Saddam Hussein se victimizara al crear odio internacional contra las tropas norteamericanas (Nye, 2003a), un paso similar se dio después de la invasión a Irak en 2003, al enviar “inteligentemente” a la prensa para cubrir los hechos desde el día 1, lo que combinó efectivamente poder blando con el poder duro desplegado en la guerra.
Entonces, existió una preocupación fundamentada sobre la devaluación del Soft Power al inicio de los conflictos en Medio Oriente de la siguiente manera: “Al devaluar el poder blando y las instituciones, la nueva coalición unilateralista de jacksonianos y neo-wilsonianos está privando a Washington de algunos de sus instrumentos más importantes para la implementación de la nueva estrategia de seguridad nacional” (Nye, 2003a). Constatando la posibilidad del estado negativo de un Soft Power.
Aquello conllevaba a la reflexión sobre el internacionalismo y el aislacionismo, ambos muy presentes en la política exterior norteamericana, siendo uno tan presente como el otro. Nye clarifica que se ha buscado un “nuevo unilateralismo” que permitiría a Estados Unidos buscar sus propios fines y dejara de ser un ciudadano dócil internacional (Nye, 2003b), sin embargo, esta búsqueda está basada en la visión sesgada sobre el poder militar inigualado de Estados Unidos.
Aquí surge una paradoja, la que establece que: el poder norteamericano, que en el siglo XXI es el más grande desde el romano, no puede lograr sus objetivos unilateralmente en la era de la información global (Nye, 2003b). La paradoja se valida así misma por el tiempo transcurrido desde ella hasta el presente y después de varias administraciones globalistas en un entorno de tecnologías semióticas en constante cambio.
Al año siguiente, Nye evidencia una caída en el Soft Power norteamericano (Nye, 2004), las causas se concentraban en los emprendimientos bélicos en Medio Oriente, y a diferencia de la Guerra de Vietnam, en los 2000 no existió un mayor mal equiparable a la Unión Soviética. Sobre esto, Nye apunta a una falta de interés por la inversión de recursos en el poder blando con posterioridad a la Guerra Fría. De hecho, en la década de los 90, la Agencia de Información de los Estados Unidos [1953-1999] había disminuido a la mitad –desapareciendo en 1999– su presupuesto en Indonesia. Además, en los años de la Guerra Fría, las emisiones radiales estadounidenses llegaban a un 70-80% de la población en Europa del Este; para septiembre de 2001, apenas un 2% de los árabes escuchaban “The Voice of America” (Nye, 2004).
Al finalizar el mandato de George W. Bush, Nye destacó la amplitud de la política exterior que heredaría el siguiente presidente, denotando la inteligencia contextual, a la que atribuyó, la capacidad de diagnóstico intuitivo que ayuda a alinear las tácticas con los objetivos para crear estrategias inteligentes en diferentes situaciones (Nye, 2008). Para Nye fue preocupante que la relación de inversión entre el Hard Power y el Soft Power fuera de 500 veces más para la fuerza militar en detrimento del poder blando.
Esta preocupación derivó de los errores de la administración Bush, que al final terminarían por fomentar más militantes antiestadounidenses que los que se podían combatir (Nye, 2008). Dado que, la imagen democrática estadounidense se desvaneció cuando salieron las fotos de torturas y violaciones a los derechos humanos en Abu Ghraib en abril de 2004.
Así, debido a las debilidades del Hard Power y las muchas dificultades para emplear el Soft Power en medio de una situación compleja, Nye planteó teóricamente el Smart Power en 2008, que definió como: “…la habilidad de combinar el poder duro de coerción o pago, con el poder blando de atracción dentro de una estrategia exitosa” (Nye, 2008). Por lo que, Nye aconsejó que la política exterior se enfoque en la restauración de alianzas, las instituciones multilaterales, el desarrollo global, la inversión en la diplomacia pública, integración económica y acciones sobre el cambio climático (Nye, 2008).
Finalmente, después de dos décadas de reflexión, Nye afirmó que Estados Unidos no era ni un Imperio ni una hegemonía (Nye, 2009). La capacidad estadounidense para influir existía, pero no podía controlar directamente otras partes del mundo. Era un poder difuminado en la base, siendo únicamente en la cúspide donde Estados Unidos tenía una supremacía, insuficiente para convertirlo en un Imperio global. Aprovechando las redes de países aliados mediante estrategias inteligentes de alianzas y redes (Nye, 2010), además de su poder académico comparativamente superior al resto de potencias (Nye, 2010), fortaleció a Estados Unidos como un poder transnacional de las ideas hasta finales de los 2000. Sin embargo, a partir de los 2010, el mundo del Soft Power, el Smart Power, el liberalismo occidental y el poder de su cultura global estarían por enfrentar una nueva realidad, donde los estados asumen identidades fuertes, volviéndose antioccidentales y antiliberales.
Estados Unidos y su Soft Power se volvieron negativos, por causas externas e internas. Una realidad iliberal que anuncia la existencia de un Soft Power negativo y más preocupante aún, la posible preexistencia de un Soft Power ofensivo invisibilizado, encubierto y existente entre los bordes del Hard Power y el Soft Power de los estados y las potencias que buscan un reordenamiento global.
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