Eran los días finales del colonialismo español en América, cuando llegó a la presidencia de los nacientes Estados Unidos James Monroe, el quinto presidente desde su Independencia, quien había participado en las luchas de la separación de las colonias británicas en el norte de América.

Le tocó debatirse entre el esclavismo y el abolicionismo que se daba en el expansionismo hacia el oeste de las 13 colonias.

La esclavitud se había afincado en los estados sureños, con una economía basada en la producción de algodón. La expansión hacia del oeste se hacía de manera equilibrada: un estado en el sur, otro en el norte, para garantizar equilibrio en el Senado, señalando el paralelo 36°30′ N como la frontera de la esclavitud entre los estados en desarrollo.

La lucha anticolonial e independentista facilitó que España no pudiera defender los territorios de la Florida, que había sido invadida por colonos ingleses, por lo que los españoles terminaron vendiendo la Florida por 5 millones de dólares.

El dilema para la naciente Federación Americana era el reconocimiento de las naciones independientes de Hispanoamérica en el período 1817-1825, cuando el presidente James Monroe ejercía su mandato.

España se debatía en la restauración absolutista. La Constitución de Cádiz de 1812, que había sido suspendida entre 1814 y 1820, de nuevo había sido establecida este año.

Para el presidente Monroe, España no estaba en condiciones (como efectivamente sucedió) de recuperar sus colonias, por lo que impulsó misiones diplomáticas de acercamiento político y económico hacia Chile, Argentina (entonces llamada La Plata) Perú, México y la Gran Colombia.

En los días iniciales de la lucha independentista latinoamericana, el imperio inglés enfrentó a España en 1806 y 1807, en el Virreinato del Río de la Plata, tratando de segregarlo de España.

Inglaterra en esos años vivía un período de guerras con España (prolongado desde 1804 hasta 1809), aprovechado por Napoleón para su invasión a España desde 1808 hasta 1814, que enfrentó también a Inglaterra con Francia.

En este contexto geopolítico, Inglaterra consideraba los territorios de Hispanoamérica desde una perspectiva estratégica y de gran importancia económica.

La invasión inglesa en el Virreinato del Río de la Plata en 1806 permitió la ocupación de Buenos Aires y en 1807 la de Montevideo.

Inglaterra, desde esta perspectiva, a pesar de haber perdido sus 13 colonias, disputaba territorios con España, Portugal y Francia.

Cuando no pudo dominar las regiones, las reconoció en época independiente, lo que llegó a preocupar a los Estados Unidos.

Inglaterra desde el siglo XVIII había visualizado a Suramérica como un objetivo para desarrollar colonias, lo que facilitó en este mar de contradicciones que Francisco Miranda actuara ante Inglaterra buscando apoyo para la lucha emancipadora de las colonias españolas.

Las invasiones inglesas contribuyeron al desarrollo de la Revolución de Mayo de 1810 en Argentina, replanteando la estrategia inglesa sobre la región.

Inglaterra quería aprovechar la división del imperio colonial español en su beneficio económico, lo que fue obstaculizado por el embargo estadounidense a productos ingleses hacia 1812. No pudiendo dominar los territorios, facilitó el financiamiento para las luchas independentistas.

Frente a ese interés británico, el presidente Monroe elaboró su estrategia para evitar que los europeos no pudieran invadir el continente ni desarrollar otras colonias.

Así, lanzó su frase “América para los americanos” de manera ambigua, insinuando la defensa de los procesos de independencia que ya eran exitosos y los que todavía estaban en marcha de las colonias hispanoamericanas, al mismo tiempo que proyectaba la exclusividad de la presencia de los Estados Unidos, de manera dominante, en el continente americano.

Así surgió lo que se ha conocido como la Doctrina Monroe, que ha justificado la intervención directa de los Estados Unidos en diversos lugares del continente desde 1825.

Aun así, América Latina, desde el siglo XIX, ya independientes la mayoría de sus regiones y países, fue intervenida por ingleses, españoles, franceses, alemanes y dinamarqueses, que desde aquel siglo se apoderaron de Groenlandia.

Una respuesta inmediata a estas políticas imperialistas y neocolonialistas de inicios del siglo XIX fue la convocatoria del Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826, orientado a tratar de lograr la unión de los nuevos estados independientes en una gran Confederación.

El Congreso fue convocado por Simón Bolívar el 7 de diciembre de 1824, cuando estaba en Lima, Perú.

En el Congreso de Panamá estuvieron presentes Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica (representadas por la República Federal de Centroamérica, ya existente desde 1824), México y Perú.

Gran Bretaña y los Países Bajos participaron con un observador. Las Provincias Unidas del Río de la Plata y Bolivia no participaron por problemas internos y contradicciones políticas. El Imperio del Brasil no mostró interés en participar. Tampoco Chile, porque su gobierno no simpatizaba con Bolívar.

Los Estados Unidos no se hicieron presentes por presión de los estados sureños esclavistas. Paraguay no fue invitado al Congreso por el aislacionismo que impulsaba su presidente Gaspar Rodríguez de Francia.

Del Congreso de Panamá, en los años siguientes, se desarrolló el panamericanismo.

Inglaterra aprovechó su presencia para fortalecer acuerdos comerciales.

La Doctrina Monroe facilitó, de esa manera, el expansionismo de los Estados Unidos, que amplió sus fronteras hacia el oeste y limitó la intervención europea en el continente.

La preocupación de los Estados Unidos, después del Congreso de Viena, 1814-1815, en Europa, era el resurgir de los imperios coloniales proyectados en Hispanoamérica, cuando las monarquías de Prusia, Austria y Rusia, que formaban la Santa Alianza, simpatizaban con la idea de que España fortaleciera sus dominios en América, donde estaba debilitada por los procesos de independencia.

De igual modo, la Doctrina Monroe neutralizó las acciones políticas de la Santa Alianza y a la misma Inglaterra.

Como correlato y complemento a la Doctrina Monroe, se desarrolló en los Estados Unidos la llamada Doctrina del Destino Manifiesto, que justificó su expansión por toda la parte norte del continente, considerando que los Estados Unidos eran una “nación elegida”.

Así, en el contexto de la Doctrina del Destino Manifiesto, se dio la guerra de Estados Unidos contra México para anexar, por la vía del robo, la ocupación y compra, los territorios de Texas, California, Nuevo México, Arizona, Nevada, Utah y Colorado desde la década de 1840.

Justo en la incorporación de los territorios de Texas y Oregón el entones presidente James Polk revivió la Doctrina Monroe, como se validó esa doctrina en los avances filibusteros en Centroamérica en la década siguiente.

La esencia de la Doctrina Monroe descansaba en mantener la idea de que ninguna potencia europea tuviera más influencia y dominio que Estados Unidos en la región, aspecto que el actual presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, agita constantemente, enfrentando especialmente la presencia de la República Popular China.

Se dio también la presencia de los filibusteros norteamericanos en Centroamérica, llegados a Nicaragua en 1855 y expulsados de Centroamérica en 1857, con intentos posteriores de regresar hasta que su líder William Walker fue fusilado en Honduras en 1860.

En esta década, Estados Unidos se proyectaba dominantemente sobre República Dominicana, pretendiendo el control de la Bahía de Samaná.

En el siglo XIX, Estados Unidos, con sus políticas de las Doctrina Monroe y del Destino Manifiesto, no pudo impedir la presencia de potencias europeas de la época en el continente: Inglaterra en la Malvinas en 1833, Francia en Argentina en 1839 y 1840, Inglaterra y Francia en el Río de la Plata, desde 1845 hasta 1850, España en República Dominicana desde 1861 hasta 1865, Francia en México desde 1862 hasta 1867, y la ocupación inglesa de la Mosquitia caribeña y la región de la Guayana en Venezuela, en la zona de Esequiba, desde 1855.

En 1880, el Caribe y Centroamérica se consideraban parte de la región de influencia exclusiva y casi única de los Estados Unidos, como lo esbozó el presidente de los Estados Unidos Rutherford Hayes, cuando dijo: “Para evitar la injerencia de imperialismos extra continentales en América, los Estados Unidos deben ejercer el control exclusivo sobre cualquier canal interoceánico que se construyese”, diseñando su proyección en el Canal de Panamá, cuando apreciaba la salida de los franceses de esa región.

Igualmente, Roosevelt afirmó en 1904 que, ante la amenaza de algún país europeo que pusiera en peligro los intereses de los Estados Unidos, estaban en la obligación de intervenir en ese país para “reordenarlo”, restableciendo los derechos y el patrimonio de sus empresas.

El presidente Trump no ha ido muy lejos en su lenguaje al referirse a cómo recuperar el canal de Panamá, incluso amenazando con una intervención militar.

Tampoco ha estado lejos cuando somete a los actuales presidentes centroamericanos a una alianza con su gobierno, señalándoles las ventajas de esa relación, como hizo el vicepresidente Vance con el presidente de Costa Rica, al que llamó su aliado más seguro contra la presencia de la República Popular China.

A partir de Roosevelt, al inicio del siglo XX, Estados Unidos impuso una nueva era de colonialismo y de intervencionismo político y militar directo de gran escala en todo el continente y donde tuviera necesidad.

Igual fue la guerra Hispanoamericana desde 1898, con la intención de apoderarse de Cuba, Puerto Rico y las Filipinas.

Parte de este proceso fue intervenir en la separación de Panamá de Colombia para impulsar la construcción del Canal de Panamá y apropiarse de ese país.

La Enmienda vigente hasta 1934, impuesta por los Estados Unidos a Cuba en 1901 como apéndice a su Constitución Política, le dio facultades para una ocupación militar, imponiéndole restricciones soberanas, dándole control sobre la política interna, externa y económica de la isla.

De allí surgió la imposición de la Base Naval militar de Guantánamo desde 1903.

A finales del siglo XIX, se desarrolló la fase económica superior del capitalismo, el imperialismo, cuando el desarrollo de la revolución industrial condujo a una lucha por la apropiación y control de áreas de materias primas estratégicas, de regiones de mano de obra barata y de países donde colocar los productos de esa forma elaborados.

Empresas de nuevo tipo se desarrollaron, carteles, monopolios, oligopolios, trusts.

El núcleo fundamental de este desarrollo y la disputa por las áreas de materias primas fue el desenlace de la Primera Guerra Mundial.

De esta guerra salieron fortalecidos los Estados Unidos.

También surgió la primera república socialista soviética, con la Revolución Rusa de 1917, marcando a partir de entonces el siglo XX como el siglo del enfrentamiento Capitalismo-Socialismo, situación que llegó hasta 1991, con la desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, que había surgido como federación en 1922.

Con el desenlace de la Segunda Guerra Mundial, se constituyó un Sistema Mundial Socialista en el cual una docena de países europeos se sumaron a la construcción política socialista, fortaleciendo más esa división internacional ya surgida y desarrollando nuevos niveles de contención contra el avance del socialismo y el comunismo.

A ello se sumaba la lucha de la revolución China, la independencia de la India y el desarrollo de las luchas anticoloniales a nivel mundial, que caracterizaron las décadas siguientes a la II Guerra Mundial, de manera que en 1945 la constitución de las Naciones Unidas tuvo 52 países fundadores y hoy tiene 193 países, la inmensa mayoría surgidos de la lucha anticolonial.

El fracaso de la construcción francesa del Canal de Panamá fue aprovechado en esas nuevas condiciones internacionales (lograda la Independencia de Panamá de Colombia en 1903), visualizando los Estados Unidos, de nuevo, la construcción del Canal en el istmo centroamericano.

Hoy se plantea en boca del presidente Trump la necesidad de controlar al cien por ciento la administración del Canal y de mantener nuevamente la zona de exclusividad territorial que tenían antes de 1999, y de ejercer el control administrativo de los cinco puertos que gravitan alrededor del Canal, para ejercer igualmente el control de las tasas de pago por el paso.

Ese territorio fue controlado por Colombia desde que Panamá se independizó en 1821 de España, porque se agregó a la Gran Colombia hasta que, en 1903, Panamá se independiza de Colombia.

El interés por la construcción del Canal en Panamá lo tuvieron Francia y los Estados Unidos.

Francia intentó construirlo en 1881, fracasando por una serie de problemas empresariales y por la ingeniería diseñada. Los Estados Unidos empezaron a participar en el proyecto de la construcción del Canal, en 1904, recién declarada la separación de Panamá de Colombia.

El 3 de noviembre de 1903 se dio la separación panameña de Colombia, con apoyo de los Estados Unidos y del presidente Theodore Roosevelt, que firmó el Tratado Hay-Bunau Varilla que facilitó la construcción del Canal, que se inauguró el 15 de agosto de 1914.

Con este Tratado, Estados Unidos le impuso a Panamá los derechos posesorios a perpetuidad del Canal, con una zona de ocho kilómetros a ambos lados del canal bajo su dominio, a cambio de un pago de 10.000.000 de dólares y una renta anual de 250.000 dólares.

Consecuencia de los cambios operados con la derrota del nazifascismo en la segunda II Guerra Mundial, Estados Unidos hizo de esa zona un emplazamiento de bases militares para un mejor control político de los países latinoamericanos, estableciendo allí el Comando Sur del Ejército de los Estados Unidos, que tenía que velar por la planificación de contingencia, operaciones, y la cooperación de seguridad para América Central, del Sur y el Caribe.

El Tratado Hay-Bunau Varilla fue firmado por el francés Phillippe Bunau y John M. Hay, ninguno de ellos panameño.

Bunau lo hizo en nombre del gobierno de Panamá naciente en 1903. John M. Hay era el Secretario de Estado de los Estados Unidos. A Bunau se le nombró luego Ministro Plenipotenciario de Panamá en Estados Unidos.

Con el inicio del siglo XX, se desarrolló por parte de los Estados Unidos la Doctrina del Gran Garrote (The Big Stick), impulsada por el presidente Theodore Roosevelt (1901-1909), quien dirigía el Departamento de la Armada durante la guerra hispanoamericana (1898-1902) que le dio control sobre Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam.

La Doctrina del Gran Garrote fue dominante en la política exterior de los Estados Unidos hasta 1939. Esta doctrina se impuso en las relaciones internacionales de los Estados Unidos, especialmente en el Caribe.

El presidente Roosevelt hizo circunnavegar el mundo con la llamada Gran Flota Blanca para mostrar el poderío de la nación norteamericana y ponerla a jugar un papel en la finalización de la guerra ruso-japonesa, que le valió el Premio Nobel de la Paz.

La Doctrina del Gran Garrote se caracterizó por justificar que los Estados Unidos podían intervenir en cualquier parte del mundo para defender sus intereses, lo que justificaba incluso intervenir en asuntos internos de los países.

La Doctrina de Gran Garrote se proyectó principalmente en los países latinoamericanos y, especialmente, del Caribe. El Gran Garrote era por el fortalecimiento naval que tenía. La aviación militar y comercial aún no se había desarrollado.

A ello, acompañaba el papel del control que tenía de los medios de comunicación, los periódicos y la opinión pública, que cobraban auge.

En el Caribe y en Centroamérica, la política del Gran Garrote se complementó con el desarrollo de las grandes inversiones monopólicas, especialmente en el campo de la agricultura, como fue el de las plantaciones bananeras que, con la constitución de la United Fruit Company en 1899, por el peso e influencia que tuvo en la vida política interna de las naciones centroamericanas, les dio apellido, paternidad y maternidad: las Bananas Republics, o Repúblicas Bananeras, donde esta empresa ponía y quitaba presidentes, ponía y quitaba dictadores y militares gobernantes, controlaba Congresos legislativos y Cortes Supremas de Justicia.

La presencia de estas empresas y de la política del Gran Garrote dio origen a los movimientos antiimperialistas en todo el continente americano, con mucha fuerza en las primeras décadas del siglo XX.

En su diplomacia del Gran Garrote, el presidente Roosevelt, además de sus fortalezas militares, le daba importancia a las relaciones diplomáticas y al cuidado con sus interlocutores, de manera que en su relación no parecieran derrotados, debilitados o sometidos ante él.

La nueva política de dominación de Trump no se distancia en nada de sus antecesores en la conceptualización de dominación mundial que quiere ejercer.

La doctrina Monroe fue un diseño de una visión global de dominación.

La Doctrina de Gran Garrote se hizo sentir en el Caribe desde diciembre de 1902, cuando Alemania, Inglaterra e Italia bloquearon el puerto de Maracaibo, en Venezuela y Estados Unidos les impuso un arbitraje ante el Tribunal de la Haya.

La derrota de España en 1898 por parte de los Estados Unidos rearticuló alianzas, en ese momento, entre algunos países latinoamericanos y europeos.

No hay posibilidad real de detener al intervencionismo norteamericano si se quiere imponer por la fuerza en el continente americano.

La alianza de Estados Unidos con Inglaterra en 1982, con motivo de la ocupación inglesa de las Malvinas, puso en evidencia que el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca de las naciones latinoamericanas en la Organización de Estados Americanos (OEA), que no pudo invocarse a favor de Argentina, es letra muerte para la defensa de los intereses de los países de la OEA si se ponen en juego los intereses imperiales.

La nueva política global de un nuevo Garrote de Donald Trump, que marca gravemente sus intereses en las relaciones internacionales, específicamente en el campo económico, de los tratados de comercio y de sus relaciones militares, es un hecho real.

Las visitas de sus enviados de gobierno a modo de procónsules, tanto a países latinoamericanos como europeos, es muy clara: se está con él o contra él. Se hace el mundo o se rehace bajo su visión, siguiendo la idea de Lincoln de que la mejor esperanza de La Tierra es con los Estados Unidos.

Las políticas intervencionistas y militaristas fueron el sello de las relaciones internacionales de los Estados Unidos en el siglo XX y durante el siglo XXI, donde han continuado y se diseña actualmente el andamiaje de las relaciones internacionales bajo la “Doctrina Donroe”, la del bicentenario de la Doctrina Monroe.