Psicodelia es la traducción al español del inglés psychedelia, neologismo formado a partir de las palabras griegas alma y manifestar. Psicodélico es una palabra inventada por Humphry Osmond, psicólogo británico, y significa que manifiesta el alma.
Una noche calurosa de verano, cuando me preparaba para ver una película, me llamo Pedro, me preguntaba que iba a hacer más rato, si tenía planes, animándome para que saliéramos porque quería contarme una experiencia que había tenido y que me la contaría solo cuando nos viéramos. Acepté la invitación porque estaba curiosa de tanto misterio y condiciones para contarme algo que le había pasado. Quedó de pasar a buscarme para comer y tomar una copa a las 9 pm. Suele ser muy puntual y tiene claro dónde quiere ir. Cuando me invita a comer me da dos opciones de tipo de comidas, porque sabe qué tipo tengo descartadas por razones personales, y que no son de tipo religiosas ni ideológicas.
Hacía unas semanas que no me comunicaba con Pedro. Desde que se separó hace unos dos años, un poco después que yo hiciera lo mismo, nos acercamos más. Salíamos a tomar o comer y conversábamos de esta crisis. Él pensaba que yo tenía conocimiento valioso por haber pasado por esta experiencia y que podría guiarlo o darle unas luces para el desamor. Yo dudaba que fuese comparable, mi relación de pareja era tóxica muy diferente a la que él tenía con su ex y la forma en que terminó también, pero le contaba mi manera de sobrellevarlo si él creía que lo ayudaba en algo.
Pedro es un amigo que conozco desde el colegio, desde hace décadas. Hemos estado conectados y distanciados, como suele ocurrir como consecuencia de los cambios y las elecciones que tomamos, de jóvenes a adultos, el trabajo, la pareja, los hijos, esto a veces crea distancias involuntarias.
Pasar los ciclos propios de la vida es natural, pero con los amigos siempre volvemos a conectar, es como si no hubiese pasado el tiempo, en las reuniones tenemos esa sensación. Siempre el contacto ha sido cercano con Pedro, son muchos años que nos hacen continuar siendo amigos y tener confianza aunque a veces se desvíen las cosas, así es la amistad “amigo es aquel, que pese a que lo conoces lo quieres y viceversa”.
La comunicación solía fluir distendida y honesta, en especial después que Pedro se tomará la primera piscola. Luego de un par de largos sorbos donde sobresalían los hielos, lo hacía para parar los temblores del Parkinson que le detectaron hace unos años atrás, según él su propio médico se lo había recomendado. Cuando supe la noticia, su diagnóstico, me reuní con él en una cafetería y pedimos unos helados, se rio de sus temblores diciendo que eran porque yo lo ponía nervioso. Su coquetería no se le pasaba aun con su enfermedad, que a mis amigos cercanos les parecía terrible. Para mí era más fácil relacionarme con él pensándolo como unidad, no en su enfermedad, él es mucho más que eso, su esencia es más que la patología. Todos pasamos por desequilibrios físicos, emocionales, en algún momento, y si logramos encontrar la respuesta, volvemos a centrarnos, a sanarnos, es lo que me repito cuando estoy fuera de eje, en los momentos que me ha tocado vivir la noche oscura del alma. Ser fiel a uno mismo y compasivo con los demás, el desafío budista que se acerca al equilibrio.
A Pedro le gusta programar las salidas, hacer invitaciones que sean experiencias interesantes. A pesar que el ámbito profesional en que se desarrolla es la construcción, se siente atraído por las artes escénicas. El año pasado fuimos a ver La muerte de la doncella al teatro de la católica, función en el que sentí miedo viendo como la actriz apuntaba al público con su pistola, luego fuimos a ver La Negra Ester en el Teatro Oriente en su estreno en Septiembre como parte de una tradición, que yo desconocía. Nunca vi esa obra emblemática de Andrés Perez hasta ese momento, sentí que cerraba un ciclo, de algo que tenía pendiente de ver, la obra icónica de este dramaturgo chileno que marcó una generación. Al salir del teatro, íbamos a algún bar del sector para tomarnos una copa y conversar.
En estas salidas analizábamos las obras y me hablaba de su vida, de cómo iba el proceso de separación, los cambios de casas, la vida con sus hijos, las conversaciones con su ex mujer, con quien hablaba a diario, compartían en reuniones familiares, asistían juntos a conciertos. Ella lo llamaba incluso cuando estábamos reunidos en algún bar, de noche. A mi me parecía que seguían conectados, lo cual no me causaba problemas, éramos amigos. Para mi ellos tienen aún la posibilidad de reconstruir su relación de pareja.
Cada vez que yo le decía esto a Pedro se ponía a la defensiva, contra argumentaba diciendo que no, que eso no era tal porque él, y extendía su mano temblorosa hasta tomar la mía.
-Es que a mí me interesa otra persona…
-Qué chistoso eres, Pedro, mejor cuéntame de…las vacaciones, ¿dónde irás?
-No, en serio, desde que fuimos compañeros he soñado contigo.
-Yaaa, para… si tú sigues enamorado de tu mujer y no lo ves.
-El amor es ciego y yo estoy ciego por ti…
Esta era la dinámica en general en cada una de estas reuniones que teníamos. Pero de forma inusual no tenía noticias de Pedro desde hacía unas semanas, no me había llegado ningún mensaje por WhatsApp preguntando cómo estaba. Pensé, no es tan extraño, cada uno tiene su vida y sus propios compromisos, prioridades, los hijos, el trabajo y otras actividades abyectas del día a día.
A las 9 en punto sonó mi celular, su mensaje decía que me esperaba fuera. Sonriente y algo impaciente se acercó a la reja de mi casa para saludarme. Después de darnos un abrazo afectuoso. Nos fuimos a su automóvil, me senté, me puse el cinturón de seguridad y le pregunté intrigada.
-¿A dónde vamos?
-A un lugar nuevo que no conozco, me apareció por Instagram, y me tinca.
-¿Dónde queda?
-Cerca de acá, por Larrain.
-Vamos, qué misterioso...
Era a unos minutos de mi casa, y mientras íbamos en camino, hablamos de temas simples para llenar espacios de silencio pero nada muy profundo cosas triviales de la gente de nuestro círculo. Pedro suele estar tenso al inicio de nuestras reuniones sin más amigos.
Se estacionó esforzándose por ser lo más preciso, perfecto. Nos bajamos y miré hacia la vereda de enfrente y vi que habían varios locales. En la esquina había una cafetería. Esperé que él comenzara a caminar, y lo seguí. Entramos a un bar, un anfitrión nos saludó y nos dijo que entráramos, que fuéramos hasta el tercer piso si queríamos estar al aire libre. Subimos hasta llegar a la terraza.
-¿Es este el lugar?
-Parece que no, Sandra, a ver voy a revisar mi teléfono.
Con algo de dificultad revisó el celular. En la entrada un mesero nos distrae indicándonos que con el QR podemos ver la carta. Antes de revisar la carta Pedro le pregunta.
-¿Esta es La Cueva del Conejo?
-No, ese es el que está en la otra esquina.
-Gracias, iremos a ver qué nos parece.
-Claro, vayan y si no les gusta pueden volver, esta es su casa…
El mesero se despidió con los mismos gestos con que nos recibió, con una amplia y amable sonrisa educada, era un buen actor, tal vez un estudiante de teatro, pero Broadway está lejos.
Eran las 9 y media, y caminamos hacia la esquina, no había un bar sino un café llamado Montpellier, estilo neoclásico, estética de bistró francés, colores verde y azul oscuro, el cielo y las vigas de madera barnizadas y pilares blancos. La decoración interior estaba muy cuidada. Miré a Pedro y le hice una seña para advertirle que no me gustaba.
-No creo que sea este el lugar.
-Creo que sí, no puede ser.
-Tal vez ya cerraron y ahora está este bistró.
-No alcancé a insistir en irnos porque sorpresivamente en el fondo del comedor, se corre una cortina y aparece una mujer vestida con un estilo de los años 50, lleva un peinado y maquillaje pin up, con un delantal amarrado a la cintura.
-¿En que los puedo ayudar?
Pedro responde animado.
-Venimos al bar La Cueva del Conejo, pero parece que nos equivocamos.
-No, es aquí. Es una experiencia dentro de otra experiencia. Si lo desean se pueden quedar aquí, en el bistró si no quieren descender.
-Es muy grande para ser bistró. Queremos bajar a ese mundo, me lo recomendaron.
Confirma Pedro con entusiasmo, yo lo sigo. La mujer nos enseña una tablet con números.
-Tienen que responder correctamente esta sucesión numérica, el número que falta.
Los dos los leímos en silencio.
3-18-9-34-27-X-81-66
Miré a Pedro quien rápidamente, haciendo gala de su dominio en las matemáticas, y sin esperar saber mi respuesta, habló con voz segura.
-Lewis Carroll.
-¡Correcto! Pueden pasar, ¡son bienvenidos!
-¿Ganamos un premio?
-Sí, síganme, pueden disfrutar de La Cueva del Conejo.
La anfitriona corre la cortina y nos hace un gesto para que la sigamos. Quedamos frente a una puerta negra circular. Miré hacia mi derecha y vi la silueta de Pedro, la anfitriona había abierto la puerta que daba a un tobogán por el cual descendió diciendo.
-Sígaaaaanmeeeee…
Lo dudamos un poco, Pedro se puso más trémulo y con gesto heroico y en voz alta me invitó a seguirlo.
-¡Vamos, Sandra, hay que vivir la vida! ¡Eeehhh!
A mí también me dio un vértigo positivo y lo seguí.
-¡Sí! Ya, vayamos a lo desconocido… ¡aaahhhh!
Y nos arrojamos dando vueltas por el tobogán hasta caer en un salón decorado de una estética de género fantástico, a lo Tim Burton, con reglas arbitrarias y sin lógica. Más adentro había un salón con baldosas blancas y negras, música electrónica sutil que hacía vibrar sus muros y que cambiaban de colores al ritmo de la música. El ambiente era la de la penumbra de una discoteca, habían imágenes abstractas pero fácilmente reconocibles de personajes arquetípicos del cuento.
Se nos dilataron las pupilas y entendimos que estábamos dentro del mundo de Alicia en el País de las Maravillas con sus personajes, actores que deambulaban en una obra de teatro. Estaban el Conejo Blanco, el Sombrerero, la Oruga azul, el Gato de Cheshire, y la Reina de Corazones, pasaban a nuestro lado declamando citas de los personajes:
Es mejor ser temida que amada. Parece que no me conoces, si no sabrías lo que voy a contestar, el adiós no existe, uno nunca se va, las personas siempre te traen de vuelta cuando te recuerdan. ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Voy a llegar tarde! He cambiado tantas veces que ya no lo sé. Tampoco yo lo sé. Explícate. Es que no podría explicarme, señor, porque yo ya no soy yo. Siempre llegarás a alguna parte si caminas lo bastante.
Esta última frase la dijo Alicia.
En el costado izquierdo en la barra del bar había un hombre joven y atractivo vestido con una camisa blanca, una corbata y un chaleco ajustado, agitaba rítmicamente la coctelera al compás de la música. Esas sacudidas hicieron que saliera desde un pequeño bolsillo un reloj antiguo, después de ver la hora, lo guardó y continuó agitando aún más rápido, luego vertió el líquido en tres copas.
Las mesas estaban distribuidas por todo el lugar con personajes excéntricos. Casi todas ocupadas, mientras los meseros los atendían. Los comensales conversaban aislados de los demás siendo parte de un todo, pasamos inadvertidos, no notaron que entramos. La anfitriona nos llevó por un pasillo largo y oscuro, que tenía desniveles, y las paredes y techo eran irregulares, en algunos momentos me parecía que yo tocaba el techo con mi cabeza y en otros que tenía que agacharme, las paredes creaban el camino, se veían los privados con su mesas ocupadas, era un trayecto zigzagueante. Todos los muros del local estaban construidos de madera, papel, telas, cartón y polietileno, materiales que representaban este mundo psicodélico. La anfitriona nos acompañó hasta nuestra sala privada con su mesa ya puesta.
-Ahora los atienden, que sea una buena velada.
-Gracias, buenas noches, respondemos los dos.
Mientras esperábamos que nos atendieran, leímos en la pared un escrito en neón.
El Conejo Blanco
representa la autoridad y las obligaciones
que la sociedad impone.
El estado de nerviosismo,
ansiedad y agitación
son un reflejo de las preocupaciones
que surgen en los niños
cuando se enfrentan
a las exigencias de los mayores.
La decoración del local era una réplica del mundo de Lewis Carroll, habían cavernas que representaban diferentes escenas del cuento. En estas habitaciones se reflejan sus percepciones, personajes y símbolos del país de las maravillas. Había ventiladores grandes en forma de flores, la barra tenía forma de reino y los meseros estaban disfrazados de Naipe. El camarero nos da la bienvenida.
-¿Es la primera vez que vienen?
-Sí, es más increíble de lo que pensé leyendo las reseñas. Estamos un poco sorprendidos con tanto estímulo visual.
Pedro me mira y pregunta.
-¿Y tú qué opinas, Sandra?
El camarero algo impaciente interrumpe mi respuesta diciendo,
-Es una experiencia inmersiva les gustará. ¿Ya vieron la carta, qué van a pedir?
Pedro, que ya vio la carta, pide ansiosamente.
-Un pisco sour catedral, y para ella un Aperol.
-¿Y para comer?
-Berenjenas tempura con higos de la estación, queso de cabra y miel. Una ensalada griega con muchas aceitunas y yogurt. Tráiganos también agua mineral, y un Arboleda Carmenere.
-Perfecto, ahora vuelvo.
Nos traen los tragos y una degustación cortesía de la casa, una tabla con unos sándwiches diminutos de champiñones botones salteados en mantequilla, romero y pimienta. El mesero esquiva dos gatos grises que entran correteando, persiguiéndose traviesamente, a nuestro privado.
-Disculpen las molestias, se ponen así cuando vienen clientes nuevos.
Pedro intenta acariciar uno, pero se le escapa.
-No te preocupes, me encantan los gatos.
-Hay un sillón si quieren recostarse.
Apunta hacía un rincón donde hay un sillón largo con forma de gato azul con tres ojos, que se encienden y apagan cuando te sientas sobre él. Volvimos a la mesa con Pedro, después de recostarnos por turnos, para experimentar primero solos.
-¿Se podrá fumar acá?
Me preguntó Pedro, como pidiendo permiso a alguna cámara oculta. En menos de un minuto entra por la puerta humo con aroma frutal a durazno y frutilla, vemos cruzar el umbral de la puerta una pipa de un metro de largo y luego detrás lo sigue un hombre vestido con un sombrero de copa y traje de satinado rojo fumando, parecía estar tocando flauta. En vez de hacer aros con el humo formaba notas musicales que entraron a nuestra habitación y se silenciaron. Pedro y yo reímos. Asumimos que era la autorización necesitábamos. Pedro sacó su cigarrillo y fumó mientras bebía, se iba relajando, el poder relajante de un poco de alcohol.
Se ve especialmente pleno esta noche, distendido, y pide un refill. Hace muchos años no veía su rostro así, incluso me pareció que estaba inundado por la alegría y el entusiasmo.
-Cuéntame, ¿cómo has estado, Sandra?
-Normal, a ver déjame pensar qué novedades tengo… estuve en un curso de cerámica que te voy a mostrar las piezas que hice. Mis hijos están bien y el trabajo está entretenido. Todo va bien. Tú si has estado desaparecido, ¿en qué has estado? ¿Qué me ibas a contar?
-Vale, te lo contaré, hice una terapia hace unas semanas con psilocibios, fue un viaje alucinante.
-¿En serio? Interesante, cuéntame, no sé mucho. ¿Qué son psilocibios?
-Son hongos alucinógenos, que te permiten conectar contigo.
-Ya… ¿y cómo llegaste a esa terapia?
-Investigando por internet. Vi un documental en YouTube, pero ya sabía de otra gente que experimenta con ayahuasca, o san pedro y mezcalina.
Pedro dio una bocanada y habló inspirado con la confianza de haber comprobado lo que me describe teóricamente.
-Lo que decía el artículo, y que estaba respaldado científicamente por universidades internacionales de prestigio, era que el tratamiento con microdosis de psilocibios era beneficioso para crear nuevas conexiones neuronales, que no se relacionan en un estado normal de conciencia, a través de la modificación física se modifica nuestras conductas, esas que se resisten a cambios.
Llegó nuestra cena y la botella de vino. Pedro dejó de hablar mientras nos atendían. Ahora yo era la impaciente, quería saber más y el tiempo se estiró en esa larga coreografía de escanciar el vino, preguntar a quién le servían para catar el vino. Me adelanté a Pedro y dije que lo probaría. Primero lo olí y luego un sorbo, lo mantuve en la boca y lo aprobé.
-Confío en que está todo bien preparado y el vino de lujo, deje todo ahí, gracias. Le avisamos si necesitamos algo más.
-No duden en llamarme, estoy a su servicio.
A esa altura estaba curiosa de saber este cambio de personalidad en mi amigo, experimentando con hongos alucinógenos, él que era el más bueno del curso, tranquilo, controlado, y centrado. Era el alumno modelo en un colegio católico, respetuoso de Dios, alumno responsable, con buen rendimiento académico, amable con las compañeras de curso y amado entre los padres y madres que lo veían como el buen partido para sus hijas. Era tal su nivel de carisma entre los profesores de religión que lo tenían considerado como un posible candidato a que se uniera al seminario. Pensaba en Pedro convertido en sacerdote. Cuál habría sido su destino, me cuesta imaginarlo sabiendo que tiene cinco hijos, tres mujeres y dos hombres. Pedro había seguido el consejo de su padre, que primero probara experimentar la vida terrenal con sus estímulos y si no le gustaban, después de eso podría meterse al seminario y convertirse en sacerdote.
-Parece que me quedó gustando esta vida de hombre terreno. Los placeres de la carne y los paraísos artificiales.
-Por eso renunciaste a tu camino clerical.
-Ya ves, eso me confundió más, las fuerzas de la naturaleza biológica.
Me había contado alguna vez cuando le pregunté por su decisión de desistir a entrar al seminario. Pedro se lo tomaba con humor, y en el grupo recibía el apoyo con un brindis grupal cuando lo recordaba.
Volví a concentrarme en su rostro, que con las luces suaves generaban un efecto doble, vi su rostro cambiar, como la carátula del disco del tema Devils Ball del grupo Double. Continuamos comiendo y bebiendo.
-Está bueno el vino y la comida me encanta. Ya, Pedro, dime ¿cómo llegaste a tomar los hongos y con quién los tomaste?
-Después de averiguar quienes hacían esta terapia, lo primero que hice fue preguntarle a mi médico tratante si corría riesgos, si podía ser negativo para el tratamiento que tomo para el Parkinson. La médico me sorprendió con su respuesta, me dijo que probara que ella los había tomado con su marido varias veces.
Ambos están ligados a la salud y le dijo.
-Pedro, con mi marido hemos hecho estos viajes varias veces y ha sido muy positivo a nivel personal y profesional. Hazlo.
-Me da miedo, y si el viaje se tuerce.
-Estarás en buenas manos, ellos te ayudarán si se desvía el viaje.
Pedro siguió contándome. En el techo escuchamos un aleteo, se llena de mariposas enormes y diminutas que cubren la lámpara, formando una pantalla de lámpara de vitraux, pero con la textura de tela. El salón se cubre de un filtro, un colorido cálido, reflejo de las transparencias de las alas de las mariposas. Segundos después caen todas al suelo y se convierten en unos montículos de polvo perfumando el ambiente de rosas y azafrán. Con Pedro empezábamos a entender que todo esto era parte del espectáculo personalizado, hecho a la medida de nuestros recuerdos y que se iba actualizando con lo que íbamos hablando. Estaba claro que escuchaban nuestras conversaciones.
-Pedro, ¿estarán mirándonos, como una obra de teatro interactiva?
-Ja ja, no seas perseguida, no creo o quizás sí, qué importa. ¿Lo estamos pasando bien?
-Sí. Disculpa, sigue contándome. ¿Qué pasó luego? Me quedé que la médico te dijo que lo hicieras.
-Me decidí y tomé hora con un psicólogo y su mujer quienes hacen estas terapias. Les pagué y llegué a su casa, había otras 5 personas. Nos explicaron de qué se trataba la terapia y después de unas horas nos dieron la microdosis.
Pedro envió un mensaje por celular y minutos después llegaron dos copas de piscolas. Le pedí agregar algo más para comer, esa noche yo estaba muy apetente. Con la mesa nuevamente ocupada por vasos llenos y platos de comida, siguió la conversación.
-Después de ingerir la dosis que me dieron me puse el antifaz y me dijeron que estaban ahí para ayudarme si necesitaba algo. Levanté una vez la mano al principio porque me había cansado de estar sentado y les dije que me ayudaran a recostarme. Y ahí empezó.
Bebió un trago de pisco e hizo el rito de mirar fijo a los ojos para no tener 7 años de mal sexo, que son muchos.
-Por si acaso… ja ja ja.
Luego apoyó con fuerza el vaso en la mesa y repetimos juntos riendo.
-El que no apoya no folla.
No había un temblor en su cuerpo, ni en sus manos, sus ojos estaban muy despiertos.
-Cuéntame, Pedro, ¿cómo fue tu viaje, qué viste?
-Tuve una imagen dividida, al lado izquierdo, un caleidoscopio de unos triángulos y túneles, muy pequeños que se iban abriendo y saliendo, en el que pensaba en cada uno está el todo, y en el todo está cada uno. Al lado derecho una luz, una presencia que me llevaba hacia allá, quería ir hacia allá. Sentí por primera vez la plenitud, un estado que nunca había sentido antes y quise seguir ahí, pero una música tribal me llevó de regreso al lado izquierdo, a los triángulos y túneles en ese caleidoscopio.
-¿Querías seguir ahí?
-¡Sí, putos tambores tribales! Ja ja ja, me jodieron. ¿Para qué cresta pusieron esa música? Me cortaron todo. Estaba alucinado con esa sensación, de plenitud…esa percusión me llevó de regreso al lado izquierdo con sus triángulos. Yo quería más de esa luz, acercarme a ella y que nos fundiremos.
Pedro se quedó pensativo y me preguntó si quería tomar algo más. Yo contabilice las copas bebidas, los diferentes alcoholes, hace varias copas ya me había salido de mi número, pero estaba entregada a esta noche. El mío era un viaje etílico, a diferencia de Pedro que era un ancla para su sistema nervioso. Se notaba que se ha tomado en serio lo de beber para afirmarse, está bien entrenado, podía hablar concentrado sin perder el hilo de la conversación.
-La jornada comenzó a las 9 de la mañana, después de la explicación que te conté de los efectos, nos dieron la microdosis a las 12. Desperté 5 horas después de ese viaje, mis otros compañeros estuvieron 3 horas en los suyos.
-¿Esos dos lados, izquierdo y derecho, que me hablas de tu viaje, qué significarán?
-Estuve investigando, el izquierdo es lo racional, en él es donde están los triángulos y túneles. En el derecho, es lo que tiene que ver con lo más intuitivo. Creo que es lo espiritual. Siento que he dejado de lado mi lado espiritual. No he sabido integrarlo. He pensado que quiero volver a hacer otro viaje. Siento que hay más respuestas.
-¿Para qué?
-Quiero volver a sentir ese estado de plenitud, prolongar esa sensación, pasar al otro lado de la luz ¿y si no hay más que luz? Quien controla la luz es Dios.
-Pero será un viaje con expectativas, con una intención para volver a sentir algo que ya sentiste, ¿qué pasa si no ocurre?
-Pueden pasar muchas cosas, no lo sé. Hay una mujer del grupo que lleva 6 viajes hechos, va una vez al mes. En el grupo varios reconocen que ha sido una experiencia transformadora.
-¿Y para ti lo ha sido?
-No lo sé, porque ellos hablan de encuentros con sus padres, problemas no resueltos familiares, yo no vi nada de eso, solo esos dos lados.
-Quizás ese no sea tu problema a resolver… no es ni bueno ni malo. Cada uno tiene temas pendientes, cosas que resolver. ¿Y qué hay con tu ex, no crees que haya algo ahí?
-No creo, mi relación de pareja se rompió cuando dejamos de ser pareja y ella me empezó a tratar como un paciente, a quien cuidar, soy alguien que ve con lástima.
-Sin admiración no hay amor de pareja, eso creo.
-Claro, ella solo me ve como alguien desvalido, que pierde funciones cada día, no confía en mí, me llena de miedos y me ve en escenarios siniestros y eso es poco atractivo, me daña. Mi autoestima como hombre está por el suelo, hasta ese viaje…
Miré a Pedro y veo que su silueta está bordeada por un color verde claro.
-Ahora que lo pienso, al hablarlo contigo, creo que lo espiritual se puede integrar nuevamente a mi vida.
-Puede ser, eres tú quien más puede saber qué es y hacia dónde va la energía o con quién compartirla.
-Quizás sea eso de integrar las polaridades. Aunque no sé cómo hacer ese puente. Quiero hacer pronto otro viaje.
-Me parece bien, cuando lo hagas cuéntame si llegas más lejos.
-Por supuesto. Algo que sí he notado en estos días, a propósito de lo transformador, es la esa sensación de plenitud que me ha acompañado por días y quiero que se quedé esa sensación por mucho tiempo.
Cuando terminó esta frase, se cayeron los muros del salón privado y quedamos todos los comensales expuestos en una gran planta abierta. Pensé en la obra de teatro en la que nosotros éramos los actores y había una audiencia esperando nos levantáramos para aplaudir. Todos los comensales continuamos sentados en nuestras mesas, tal como habíamos quedado en la última escena. Con Pedro miramos a nuestro alrededor. Estaban al costado de Pedro los dos gatos grises, más atrás en una mesa sentado el hombre de copa y traje rojo y su pipa larga, en el techo colgaba un enorme gato azul con tres ojos, a mi espalda estaba una jaula con mariposas oteaban esperando que abriera la puerta.
Frente a todos apareció la anfitriona que nos había recibido al inicio, hizo un gesto para que la siguiéramos. Nos escoltó hasta la salida del bar La Cueva del Conejo. Nos agradeció la visita, y en una larga fila fuimos saliendo de a dos por un túnel hasta llegar a la calle de una ciudad que parecía apagada aun con sus luces artificiales.
Arriba del auto, me preguntó si íbamos a otro lugar para seguir este curioso viernes.
-La noche es joven aún.
Tomó firme mi mano.
-Bueno, vamos.
-¿Ya no preguntas hacia dónde vamos? Estás entregada, eso me gusta.
Pedro manejó y vi que íbamos hacia una calle que ya conocía. Subimos a su departamento. Había una particular luna llena esa noche, se veía un conejo en ella. Mientras nos desvestimos para meternos dentro de su cama me contó una leyenda oriental.
-La leyenda contaba que Buda en una de sus reencarnaciones se había convertido en un conejo, y que gracias a su sacrificio y bondad el rey lo había recompensado dibujando un conejo gigante dentro de la luna.
Esa noche tuvimos una noche sensorial entrelazando nuestros cuerpos. El fin de semana siguiente nos vendamos los ojos y ahí comenzó nuestro viaje.