Si por ansiedad nos encontramos siendo un escritor brújula, es decir, si no aguantábamos las ganas de soltar la muñeca y le dimos rienda suelta, y acabamos de llegar a un punto de la trama donde, de golpe, el fluir se ha detenido, y buscamos seguir avanzando por diferentes caminos sin encontrar cauce, y la ansiedad que habíamos neutralizado al ponernos a escribir de inmediato, ahora no sólo se ha hecho presente, sino que, segundo a segundo, su presencia se vuelve más asfixiante. No hace falta decir que sentimos que el caudal del río narrativo se ha topado con el insalvable dique llamado bloqueo.
Pero, quizá, lo que ocurre es que la idea que nos trajo hasta acá simplemente se agotó. Pero no me refiero a la idea madre, esa que parece ser capaz de dictarnos la obra completa, sino que hablo de una sub idea desprendida de esa idea mayor, y que ha alcanzado su límite, la frontera donde comienza la siguiente sub idea, lo que explicaría por qué no sabíamos cómo continuar la narración. De haber estructurado los pasos a seguir a la manera del escritor arquitecto que, antes de comenzar a construir delimita el lugar que ocupará cada elemento de la historia por contar, el estancamiento muy probablemente no tendría lugar, porque habremos previsto hasta dónde era suficiente desarrollar un aspecto de la trama, y cuándo sería momento de pasar a otra cosa.
El escritor arquitecto, entonces, podría ser, además, una excusa para desmantelar la creencia de que existen los bloqueos; pero si estos realmente existen, al menos serviría para reducir notablemente las probabilidades de que ocurran. Con esto no estoy diciendo que dejemos de lado la escritura brújula y solamente seamos escritores arquitectos, sino que encontremos la manera de ser ambos en cada obra que nos embarquemos, para navegar con la tranquilidad que ofrece conocer el río que navegamos, y cuándo será preciso cambiar de rumbo o de embarcación, para que no nos sorprenda una situación imprevista donde la navegación se torne impracticable y nuestra historia comience a hacer agua.
¿Arquitectura consciente o inconsciente?
Ya sea que escribamos bajo la modalidad del escritor brújula o la del arquitecto, debemos conocer previamente la existencia de elementos clave en una trama: me refiero al conflicto, la peripecia y el clímax. Conocer la diferencia entre ellos, y qué lugar les sienta mejor en la narración, no es algo que podamos darnos el lujo de tomar a la ligera. Y, si bien considero que, aún sin planificación, el fluir de la escritura brújula sabrá incluirlos en la historia, la previsión de ellos nos permitirá agregarlos en tiempo y forma con mayor precisión. Es por eso que debemos ver a continuación en qué consiste cada uno y en qué se diferenciar, ya que no querremos confundirlos a la hora de escribir.
Conflicto
Es la tensión o problema central que impulsa la trama. Se presenta como la lucha o enfrentamiento entre fuerzas opuestas, ya sean personajes, ideas o situaciones. Un ejemplo sería el enfrentamiento entre un héroe y un villano, o el conflicto interno de un personaje que lucha contra sus propios demonios.
El conflicto sirve como motor narrativo, ya que la historia se desarrolla a partir de cómo se maneja o se resuelve este enfrentamiento.
Peripecia
Es el giro o acontecimiento inesperado que altera el curso de la trama. También se le conoce como complicación o incidente revelador, que añade complejidad y profundidad a la narrativa.
Un descubrimiento que cambia por completo la perspectiva del protagonista, o una traición inesperada que cambia la dirección de la historia es una clara peripecia. Actúa como catalizador que intensifica el conflicto, llevando a la historia hacia nuevos desafíos y, a menudo, preparando el terreno para el clímax.
Clímax
Es el punto culminante de la narración, donde la tensión alcanza su máximo nivel y se produce la confrontación decisiva. Es el momento en que se concentran las emociones y las fuerzas en juego, determinando el desenlace de la historia.
La batalla final entre el héroe y el villano, o la confrontación crucial que define el destino del protagonista es todo un clímax.
Marca el punto de inflexión definitivo, a partir del cual se desencadena la resolución del conflicto. Es el momento en que las preguntas planteadas a lo largo de la trama encuentran respuestas.
Puede resultar fácil el manejo coherente de ellos sin planificación, si es que la historia que estamos escribiendo llevaba un tiempo macerándose en nuestra mente como idea; en cambio, si esa idea se nos acaba de ocurrir, y acto seguido comenzamos a escribirla, dudo que nos resulte fácil conciliar, por un lado, ese devenir inconsciente o subconsciente que caracteriza a la escritura brújula y, al mismo tiempo, la supervisión consciente de la construcción que más le conviene a nuestra historia. Y, por si fuese poco, hay otro aspecto de lo más clave en el que también debemos pensar, y que implica la delimitación más compleja en el plan de la obra en curso: es el arco narrativo o arco del personaje.
Si bien es cierto que esa estructura, famosa por una de sus tantas variantes, conocida como el viaje del héroe, es más bien propia de la novela, y no tanto de la nouvelle y mucho menos del cuento, si nos hemos acostumbrado a escribir siempre bajo la piel del escritor brújula, y somos escritores de novelas, quizás no le estemos sacando todo el jugo a la escritura, y, esa obra que todo autor busca lograr alguna vez en su carrera, y que se denomina obra maestra, probablemente tarde más en llegar y hasta puede que nunca llegue.
Pero: ¿qué es el arco narrativo o del personaje?
El monomito (monomyth en inglés) o mito único, también conocido como viaje o, mejor aún, debido a sus connotaciones, como periplo del héroe o heroína, es un término acuñado por el antropólogo y mitólogo estadounidense Joseph Campbell, para definir el modelo básico de muchos relatos épicos de todo el mundo. Este patrón, tan ampliamente esparcido, es descrito por Campbell en su conocida obra El héroe de las mil caras (1949). Gran admirador del novelista James Joyce, Campbell tomó prestado el término “monomito” de la novela de Joyce Finnegans Wake. Relacionado con el monomito se encuentra el término clásico de catábasis o descenso del héroe —Ulises, Orfeo, Eneas— al inframundo o los infiernos.
Este gráfico describe su periplo:
Campbell sostiene que los/las protagonistas de numerosos mitos de tiempos y regiones dispares, comparten estructuras y desarrollos fundamentales, que aparecen resumidos en El héroe de las mil caras:
El héroe o heroína se lanza a la aventura desde su mundo cotidiano hacia regiones de maravillas sobrenaturales; se encuentra con fuerzas fabulosas y acaba obteniendo una victoria decisiva; regresa de esta misteriosa aventura con el poder de otorgar favores a sus semejantes.
Y añade Campbell:
Ya sea ridículo/a o sublime, griega o bárbaro, gentil o judía, su aventura varía poco en cuanto al plan esencial.
Campbell y otros estudiosos, tales como Erich Neumann, describen las historias de Gautama Buda, Moisés y Cristo en términos de “monomito”, y Campbell sostiene que muchos mitos clásicos de gran variedad de culturas siguen este patrón básico.
Es un patrón recurrente en muchas historias de ficción. Sigue un arco narrativo común, que involucra la transformación del/la protagonista, a través de un viaje físico y/o emocional.
Dicho viaje típicamente comienza con la llamada a la aventura, donde es convocada/o a una misión o desafío que lo/a saca de su zona de confort. En este punto, a menudo se resiste a ese llamado, pero finalmente se compromete a embarcarse.
A medida que se adentra en el viaje, se encuentra con desafíos y obstáculos que debe superar. A menudo, esto incluye enfrentarse a enemigos o villanos, pero también puede implicar la resolución de conflictos internos y la superación de miedos o debilidades personales.
En el clímax de la historia, alcanza su objetivo principal, que puede ser la derrota del villano, la recuperación de un objeto sagrado, la salvación de un ser querido, etcétera. Sin embargo, también puede haber una crisis final, donde se enfrenta a una última prueba que pone en duda su capacidad para triunfar.
Después del clímax, regresa a casa transformado/a por su viaje. A menudo, este regreso incluye una recompensa por haber cumplido la misión, así como la oportunidad de aplicar sabiduría y experiencia a su vida cotidiana. Sin embargo, también puede haber un último obstáculo que deba superar antes de que se le permita regresar a casa.
El viaje es un arco narrativo común en muchas historias de ficción, que sigue la transformación de los protagonistas a través de una serie de desafíos y obstáculos. Al final, regresan a casa, con una nueva perspectiva sobre el mundo y sobre sí mismos.