La desinformación se presenta como una herramienta poderosa para manipular opiniones y distorsionar la realidad, desde bulos explícitos hasta estrategias más sutiles como la llamada equidistancia. En un mundo de posverdad donde los hechos son cuestionados ―o se presentan como alternativos― y las mentiras se viralizan con facilidad, muchos discursos calan en la población. Trump en EE. UU., Putin en Rusia o el de distintos líderes en Europa del Este o Iberoamérica como Milei o Bukele, utilizan tácticas que apelan a emociones y prejuicios para justificar posturas antidemocráticas que pasan por más libertsd o "dar voz al pueblo".Este fenómeno no solo afecta la percepción de la política interna, sino que también fomenta narrativas que relativizan principios universales como la democracia, la libertad y el Estado de derecho. Solución: dotar a la población de herramientas para analizar y seleccionar la información que llega de manera masiva a través de la red.

Bulos explícitos e implícitos

Trump ha ganado las elecciones. Limpiamente. Los demócratas debemos respetar el resultado, porque no podemos ser como ellos, que apoyaron un asalto al Capitolio y no reconocieron su derrota (es más: indultarán a los autores). El problema de todo esto, es que en el recuento electoral no hubo conjuras y supuestas conjuraciones, como la que anunció Trump que existía en Pensilvania, estado clave en los comicios de 2020. . Claro: tenía miedo. Luego se demostró que no había por qué. Ahí reside la cuestión, que estamos confundiendo escrutinio y proceso electoral con las diversas formas de alterar el resultado de unos comicios limpios. Es lo que están pensando: la desinformación. Nos toca, como se ha dicho, acatar el resultado, pero también es el turno de no permitir que la desinformación y los bulos circulen de manera tan libre.

Un bulo es tremendamente fácil de lanzar y terriblemente difícil de desmontar. Pues es más fácil propagar algo que te ha dicho tu cuñado (fuente cuñadil) que probar que no es verdad (fuentes serias). Así, aunque se sepa que no es verdad, hay que proceder a su prueba a través de un doble examen. Vamos con un ejemplo: los “inmigrantes haitianos devoran animales domésticos de la pobre gente de Springfield”. En primer lugar, empleo el verbo “devorar” para que quede aún más sensacionalista y alejado de la realidad y apele ―importante elemento del populismo― a lo emocional. No queda tan tremendista si nos hacemos la imagen de cuatro haitianos vestidos de frac dando cuenta de un gato (da como más penita) de un vecino en un restaurante de lujo con música agradable y colores, vino y ambientación que potencien la experiencia culinaria. No: eso no funciona.

En la medida de lo posible, conviene deshumanizar ¿qué tal unos haitianos negros o mulatos vestidos con pieles y taparrabos acometiendo a dentelladas a una de nuestras mascotas, que continúan vivas mientras les hincan el diente? O persiguiéndolas. Y hago referencia al color de la piel, porque es de dominio público que latinos, afroamericanos y musulmanes, no son del agrado de Trump ni de sus votantes.

Desmontar esta mentira conlleva aplicar un proceso de falsación, es decir: buscar noticias que digan que eso no es así: las hay. Pero, del mismo modo, es menester buscar noticias fiables que ―por muy inverosímil que suene― den cuenta de que hay inmigrantes comiendo gatos de los pobres vecinos (no las había, por supuesto). Un esfuerzo, sin duda, ímprobo.

Esos y otros muchos bulos y mentiras coadyuvan de manera incontestable a orientar el voto de una mayoría de personas que dieron la victoria a Donald Trump. Harina de otro costal es analizar por qué razón la gente vota al magnate, aunque, naturalmente, no es objeto de este artículo.

“Los haitianos se comen a tus mascotas” entraría, pues en la categoría de bulo explícito, de igual modo que otro bulo: que la carrera de Kamala Harris se llevó a cabo merced de favores sexuales. Burdo y zafio, pero efectivo. Muchos no lo van a creer, pero siempre prende en algunos, con mayor impulso en un contexto de división como el estadounidense… y no solo: el resto de América y Europa participan de igual forma de la tendencia.

Todos son iguales: la equidistancia como forma de bulo

Existe, sin embargo, otra forma más sutil de mentir: que tú mismo formes la mentira en tu cabeza y no te des cuenta de que te la estés tragando. Es bastante más sutil. Estamos ante el “todos son iguales”: todos los políticos son iguales (léase iguales = malvados, incompetentes). Tal aserto viene que ni pintado en determinados supuestos, sin ánimo de. ser exhaustivos. El primero: un partido que vaya detrás en intención de voto, o no va todo lo delante que se considera que debiera…; el segundo: que se haya gestionado mal una emergencia o catástrofe: otros lo hubieran hecho peor. O —tercero—, directamente: los políticos no hacen nada: es el pueblo quien se arremanga. Sin embargo, el pueblo sin los recursos del Estado poco puede hacer. Hay otra opción —la cuarta—, todos tienen fallos: bienvenidos a la democracia soberana.

Invasión y mundo ruso… “soberano”

Ucrania, febrero de 2022. Rusia invade a Ucrania porque Occidente le está humillando y porque ¡qué diantres!: los ucranianos son rusos y no lo saben, pertenecen al rusky mir o mundo ruso, por ello deben estar en Rusia. Occidente quiere implantar su forma de ver la democracia a Rusia; y Rusia, mire usted: tiene otra forma de verla.

Este mundo ruso —a tenor de esta narrativa—tiene una serie de atributos, uno de los cuales es su forma-de-ser-democráticos: los rusos no tienen democracias liberales, o parlamentarias, sino “democracia soberana”: otra esfera más del “ser ruso” que se contrapone a la decadencia y falta de valores tradicionales occidentales.

Así de fácil. Y es que esa es la idea, componente fácilmente asimilable porque, entre Uds. y yo ¿quién no quiere una democracia soberana? Que yo sepa, un régimen autoritario no soberano no está demasiado bien…visto. Sencillo, como el partido de Javier Milei en Argentina: Libertad Avanza, conceptos vaporosos que no significan nada en realidad porque ¿qué es libertad para Milei? Y ¿en qué consiste que avance? ¿Se imaginan una formación política que se denomine "El autoritarismo avanza"? Yo tampoco. Cabe todo en esto de la libertad, suena bonito.

Con la democracia soberana sucede otro tanto: se trata de un concepto vago y especulativo. No obstante, si tendría elementos claves ajenos a la denominación, que sólo es un lema, a saber: tradicionalismo, obsesión por la soberanía estatal y exclusividad nacional En esta particular visión de la democracia no figuran como capitales algunas ideas como “Estado de derecho” “protección de las minorías”, “igualdad y bienestar social”, “libertad de prensa” o “existencia de una oposición viable”, entre otros.

Somos rusos, no occidentales: funcionamos de otra forma”, vienen a decir. De ahí, se procede a realizar una intencionada equidistancia con las democracias occidentales que ―en la narrativa de Putin― intentan imponerse a Rusia. Así, a la vecina Unión Europea se le niega la universalidad de los valores mencionados. Se pone en solfa que tales principios estén llamados en exclusiva a regir el mundo: ¿para qué quieres democracia si no tienes libertad o soberanía?

La “marca Europa” pasa a convertirse, así, en una forma de ver el mundo igual de válida que la rusa. En consecuencia, si alguien se queja de que en Rusia no hay democracia, la respuesta consiste no en negarlo, sino en asegurar que “me quieres imponer tu cosmovisión, asesino de la identidad rusa (húngara, serbia, polaca, eslovaca, también vale etc. etc.)”.

El corolario de lo enunciado es la equidistancia aludida: ambos tipos de democracia son igualmente válidos según este relato y la democracia soberana es una forma de democracia que se adapta a los rusos y, ―es más― es querida por ellos. En un ejercicio de dudoso e intencionado paralelismo, se sostiene que la democracia soberana (es decir, la rusa) tiene fallos, pero también los tienen las democracias occidentales: en igualdad de condiciones. Se pasa por alto un pequeño detalle: que Rusia es una democracia en camino de dejar de serlo: sirva como ejemplo que la ONG Freedom House considera al país como un Estado en el que la libertad se encuentra seriamente comprometida, con los derechos y libertades de índole política en una situación calamitosa y con fraude electoral generalizado.

Apéndices y populismos europeos

Aun así, se proyecta desde el putinismo otra visión de consumo interno: los rusos son soberanos, mientras que los (Estados) miembros de la UE, no. La Unión impondría a sus países una normativa que restringe su soberanía. Evidentemente los des(a)tinatarios de tal narrativa son los gobiernos populistas del PiS en Polonia (hasta 2023) y el Fidesz en Hungría, el Smer en Eslovaquia o el independiente Georgescu en Rumanía, siempre gustosos en comprar dicho producto. Así, UE no faculta a los húngaros o a los polacos a realizarse, sino que secciona sus derechos, destruye las identidades nacionales. La Serbia de Vučić, que no está en la UE, pero quiere pertenecer al club, piensa igual.

A escala nacional, la mencionada ultraderecha opera de igual modo. Todos los políticos son iguales, todos te roban, todos te cortan las alas, ninguno te permite crecer personal ni profesionalmente porque albergan ocultos intereses. Se benefician, de lo que debería ser para vosotros: beneficiarios que, por supuesto, son foráneos. En este caso, la equidistancia es válida sólo para tus adversarios: “todos son iguales, pero yo, en cambio, estoy aquí para salvaros”.

Por todo ello, la equidistancia es un vocablo que ha perdido el significado, o la vertiente semántica en torno a la cual se deberían ver las cosas de manera objetiva. Por el contrario, se convierte en un subterfugio, una herramienta que por lo general tiene connotaciones antidemocráticas.

Ante el actual estado de las cosas, la única alternativa es formar a nuestros alumnos con capacidades que les permitan seleccionar la información que verdaderamente es relevante de entre la paja de la desinformación y los asertos antidemocráticos. Un espíritu cívico y crítico que lleve a verificar la (des)información vomitada a través de los terminales de nuestros teléfonos: aspirar a la verdad en general, no la alternativa o la posverdad.