Definitivamente, los tiempos actuales, no son, en ninguna parte del mundo, tiempos de revolución, o de avance de las luchas populares. Por todos lados, el sistema capitalista, o, dicho de otro modo, la derecha, ha podido neutralizar al campo popular y a las izquierdas. La idea de cambio social que se levantaba décadas atrás parece hoy condenada al museo.

Hacia fines del siglo pasado, la desintegración del campo socialista europeo y el paso a mecanismos de mercado en China significaron un golpe para quienes buscaban el socialismo. Transcurridas ya cuatro décadas de esos acontecimientos, en ningún punto del planeta se ven claramente los caminos para colapsar al sistema capitalista.

Lo anterior no significa que esta guerra político-económica y social esté terminada. Las luchas sociales siguen siendo un motor que dinamiza la historia. La cuestión es si acaso, viendo cómo va el mundo, es posible pensar en un modelo post-capitalista. Hay quien dice que hoy es más probable el fin el mundo, debido a la contaminación global o por una posible guerra nuclear, que el fin del capitalismo.

Desaparecido el campo socialista de Europa, que definitivamente era un referente y un sostén en las luchas por el cambio social, las izquierdas no tienen dónde apoyarse. China, con su peculiar socialismo de mercado, no cumple el papel que tiempo atrás cumplía la Unión Soviética, apoyando procesos revolucionarios en el Tercer Mundo. Sus planes a largo plazo (por ejemplo: la Nueva Ruta de la Seda, los BRICS+, o planificaciones internas para el siglo XXII) no representan, al menos en principio, vías socialistas inmediatas para los pueblos del mundo.

Se está haciendo cuesta arriba encontrar esos nuevos caminos que conduzcan a la transformación económico-política y social para todas las fuerzas que se dicen de izquierda, en cualquier parte del globo. Los anteriores movimientos revolucionarios armados se han transformado en partidos políticos, sin mayor incidencia en sus escenarios locales. Cuando, eventualmente, llegan al Ejecutivo, no pueden ir más allá de discursos “políticamente correctos”, sin posibilidad real de realizar las transformaciones que buscaban años atrás con las armas.

Los planes neoliberales que se viven hoy son una clara demostración de la avanzada del capital sobre la gran masa trabajadora, que ya le han hecho perder numerosas conquistas históricas y siguen quitándole la iniciativa a las propuestas transformadoras. La lucha sindical ha sido cooptada en gran medida, y la clase trabajadora de todas partes no tiene claros referentes de lucha. En el salvaje capitalismo que se ha impuesto en prácticamente todo el orbe, mantener el puesto de trabajo es, en la actualidad, lo más importante.

Cada día, en todas las latitudes ganan más seguidores la prédica de las iglesias fundamentalistas o las propuestas neofascistas que el discurso socialista, o cualquier tipo de discurso que enfatice la contradicción de clases. Influencers con mensajes banales e individualistas que hacen apología del consumo hedonista tienen más impacto que los llamados a la organización popular y revolucionaria, que suena anticuado y ya superado.

El miedo visceral al comunismo que se implantó en los pueblos durante la Guerra Fría, y que continúa hasta el día de hoy, está hondamente establecido en las personas de todo el mundo, y sin dudas no es fácil de erradicar. Es, precisamente, en este escenario adverso que las fuerzas de izquierda deben actuar. Por eso, evidentemente, parecen arar en el desierto.

La dificultad para cambiar las cosas está en las cabezas, en la ideología, en la despolitización y el giro hacia la derecha que se ha venido dando en estos últimos años. En este contexto, es válida aquí aquella formulación de Raúl Scalabrini Ortiz: “Nuestra ignorancia está planificada por una gran sabiduría”.

Como válvula de escape, el sistema permite ciertas reivindicaciones que son, sin duda, importantes, como la lucha contra el patriarcado, contra cualquier tipo de discriminación étnica, cultural, o por identidad sexual, y la defensa del medio ambiente. Sin embargo, estas reivindicaciones están siempre separadas una de otra y por lo tanto no tocan al sistema en su conjunto, entre otras razones debido a siempre dejan de lado el factor de la explotación económica. A lo sumo, como discurso “políticamente correcto”, se impone luchar “contra la pobreza”, pero no contra las causas que la provocan: la injusticia estructural. La idea de lucha de clases ha ido quedando fuera de circulación.

La cultura de las ONG ha ganado a numerosos cuadros de izquierda, y eso va en contra del pensamiento revolucionario. Las luchas puntuales, muy justas sin duda, pero separadas unas de otra, contribuyen al “divide y vencerás” que la derecha ha sabido implementar.

El sistema capitalista, salvo contados casos en países de América del Norte, Europa Occidental, o Japón en el Extremo Oriente, ha podido solucionar, al menos en parte, los grandes y acuciantes problemas de la humanidad: hambre, exclusión, pobreza, ignorancia. Pero solo en algunos pocos países. En el resto del planeta la pobreza generalizada continúa, así como las guerras y el desastre ecológico. Las contradicciones del sistema hacen agua por todos lados. Sobra comida en el mundo, y, sin embargo, muchísima gente muere de hambre. La gran pregunta es: ¿se puede derrotar al capitalismo? ¿Se puede ir más allá de él?

La derecha ha ido socavando el discurso de izquierda, borrando sus ideales, impulsando un visceral discurso anticomunista que, haciendo profundos “lavados de cabeza” en las poblaciones, permite ganar elecciones a candidatos de ultraderecha con posiciones neonazis, curiosamente con amplio apoyo popular. Eso tiene nombre y apellido: Guerra de Cuarta Generación. La guerra mediático-psicológica-ideológica es un hecho innegable, y la derecha la está llevando a cabo de forma muy eficaz, utilizando alta tecnología de psicología social, de semiótica y de manejo poblacional.

Aunque la estructura económica es la base que determina nuestra posición social, y también siga siendo cierto lo que sostenían de Marx y Engels respecto a que “es el ser social el que determina la consciencia y no al revés”, de todas formas, la derecha ha sabido darle una importancia capital a la superestructura ideológico-cultural, transformándola en un importantísimo campo de batalla de la lucha de clases. De ahí que, en el actual capitalismo, cada vez más hiper tecnológico y digital, sea en ese ámbito, el de la formación de la consciencia, donde queda más claro que las posiciones pro-sistema han terminado por imponerse.

La juventud sigue siendo un importantísimo fermento de cambio, de crítica y de lucha social, y de compromiso con las transformaciones, pero en todas partes del mundo se la está llevando a no tener compromiso más que con el consumismo hedonista, con la respuesta rápida, con el “sálvese quien pueda” individualista y egocéntrico. En los países del Sur (Latinoamérica, África, zonas de Asia), la migración se ve como un camino para “zafar”, para huir de situaciones de agobio económico. Incluso se ha ido imponiendo el placer pasajero de las drogas como importantísimo distractor, como otra forma de huida. Esta difusión enorme de las drogas tiene nombre y apellido: Operación encubierta CHAOS, llevada a cabo por la CIA en la década del 60 del pasado siglo. A los jóvenes de hoy en día, las ideas de revolución, de comunismo, de lucha de clases, les parece incomprensible, lejana, incluso absurda. La lectura analítica, crítica y sopesada, ha sido reemplazada por la imagen, por el inmediatismo de la velocidad con que se “obliga” a vivir en la actualidad.

Las contradicciones sociales y la lucha de clases, sin embargo, sigue estando al rojo vivo. Esa guerra (“guerra de clases” dijo un multimillonario de Wall Street como Warren Buffet) no ha terminado, aunque se intente convertir a los trabajadores en “colaboradores”. El capitalismo tiene 700 años de vida, que van desde la Liga de Hansen, pasando luego por el Renacimiento italiano y la invasión de América, hasta el lugar dominante que tiene hoy, en siglo XXI, en todo el mundo. Las revoluciones socialistas, en cambio, no llegan a ser cien en total. El capitalismo no puede resolver -aunque lo quisiera- los acuciantes problemas de la humanidad: hambre, exclusión, ignorancia, falta de satisfacciones básicas.

Aunque la derecha las muestre como fracasos, las experiencias socialistas sí han logrado terminar con el hambre y la ignorancia. Cuando la derecha presenta a la actual Venezuela como la expresión palmaria de esa derrota, no tiene en cuenta que el régimen de ese país no es, precisamente, socialista, y cuando habla del “fracaso” del proceso cubano no hace mención a los más de 60 años de inmisericorde bloqueo.

“Las bombas [del capitalismo] podrán terminar con los hambrientos, con los enfermos y con los ignorantes, pero no con el hambre, con las enfermedades y con la ignorancia”, dijo Fidel Castro. Para que un 15% de la humanidad viva decorosamente (y pueda estar leyendo este texto ahora, a través de un portento de la tecnología como es Internet), el otro 85% tiene que pasar enormes penurias. ¿Habrá que cambiar de modelo entonces?